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Autor: Patricio Osiadacz

EDD. jueves 05 de diciembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías (26,1-6):

AQUEL día, se cantará este canto en la tierra de Judá:
«Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes.
Abrid las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.
Confiad siempre en el Señor,
porque el Señor es la Roca perpetua.
Doblegó a los habitantes de la altura,
a la ciudad elevada;
la abatirá, la abatirá
hasta el suelo, hasta tocar el polvo.
La pisarán los pies, los pies del oprimido,
los pasos de los pobres».
Palabra de Dios

Salmo

Sal 117,1.8-9.19-21.25-27a

R/. Bendito el que viene en nombre del Señor

R/. Bendito el que viene en nombre del Señor.

O bien:

R/. Aleluya

V/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. R/.

V/. Abridme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mí salvación. R/.

V/. Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,21.24-27):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Palabra del Señor

REFLEXIÓN :

Queridos amigos y amigas:

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre el fundamento de nuestra vida cristiana, especialmente en este tiempo de Adviento, cuando somos llamados a preparar nuestros corazones para el encuentro con el Señor. Tanto Isaías como el Evangelio de Mateo nos hablan de la firmeza que se encuentra en Dios, la “Roca perpetua” sobre la cual podemos edificar nuestra vida con seguridad.

En el libro de Isaías (26,1-6), se canta un himno de confianza en el Señor, quien es presentado como la fortaleza y salvación de su pueblo. La ciudad fuerte con murallas y baluartes simboliza la protección divina que da seguridad a los que confían en Él. Es un canto que anticipa la llegada del reino de Dios, donde la justicia y la lealtad son la marca distintiva de su pueblo. Las puertas se abren para que entren los justos, los que confían plenamente en el Señor y mantienen la paz, porque su fe no está puesta en cosas pasajeras, sino en la Roca eterna.

Este texto de Isaías resuena con fuerza en Adviento, tiempo en el que renovamos nuestra confianza en Dios y nos preparamos para recibir al Emmanuel, “Dios con nosotros”. Nos recuerda que la paz verdadera, tan anhelada en nuestros tiempos, no proviene de nuestras propias fuerzas o seguridades humanas, sino de Dios, quien es nuestro refugio. En un mundo lleno de incertidumbre y divisiones, Isaías nos llama a abrir las puertas de nuestro corazón para acoger a Cristo, la paz encarnada, y a construir nuestra vida sobre la roca sólida de su fidelidad.

El Evangelio de Mateo (7,21.24-27) complementa este mensaje al enfatizar la importancia de poner en práctica la palabra de Dios. Jesús utiliza la imagen de dos hombres que edifican sus casas: uno sobre roca y otro sobre arena. La diferencia no está en el conocimiento, sino en la acción. Solo quien escucha y vive según la voluntad de Dios será como aquel que construyó sobre roca y pudo resistir las tormentas. Adviento nos recuerda que no basta con invocar el nombre del Señor de manera superficial; nuestra fe debe traducirse en obras concretas de amor, justicia y misericordia.

El Adviento, además, es un tiempo en el que las “tormentas” existenciales –nuestras inquietudes, ansiedades o desafíos– pueden ser una oportunidad para examinar sobre qué fundamento hemos construido nuestra vida. Jesús nos llama a edificar sobre la roca de su palabra, una base firme que nos sostiene incluso en las pruebas más difíciles. Su Evangelio reubica nuestra vida. Escuchar su voz y actuar en consecuencia es la manera de prepararnos para su venida, tanto en la Navidad como al final de los tiempos.

Por último, el canto de Isaías concluye con una imagen de justicia: los pies de los pobres y oprimidos pisan la ciudad elevada, símbolo de los poderes arrogantes que serán abatidos. Esto nos recuerda que el Adviento es también un tiempo de esperanza para los más vulnerables, pues en Cristo se hace presente el Dios que levanta a los humildes y abate a los soberbios. Nuestra preparación para la Navidad debe incluir un compromiso con la justicia y la solidaridad hacia quienes más lo necesitan.

Fraternalmente,

Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com

EDD. viernes 27 de septiembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura del libro del Eclesiastés (3,1-11):

Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz. ¿Qué saca el obrero de sus fatigas? Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 143,1a.2abc.3-4

R/. Bendito el Señor, mi Roca

Bendito el Señor, mi Roca,
mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio. R/.

Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,18-22):

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.  Han pasado siglos, y sigue resonando esta pregunta de Jesús. Nosotros nos apresuramos a responder con el Credo del catecismo; con las fórmulas acuñadas en los concilios: “Nacido del Padre, antes de todos los siglos”, “Engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre”, “Bajó del cielo, se encarnó, padeció, fue sepultado y resucitó”, “ Vendrá para juzgar a vivos y muertos”.  Son fórmulas exactas, recitadas con fe en la Iglesia, a través de tantas generaciones, dignas de nuestro estudio y amor. También corremos el riesgo de la rutina, casi infantil, al decirlas en la liturgia. Y nosotros sabemos que el objeto de nuestra fe es él, Jesucristo; no, unas verdades abstractas sobre él.

Saber bien quién es Jesús, para tener fe y confianza en él, es tan importante que Jesús lo sitúa en un momento de oración. En la oración, no caben las ideologías que afloran en las reflexiones y discusiones de los hombres. Es que solo la fe tiene la respuesta sobre la identidad de Jesús. La visión clara es: “El Mesías de Dios”. No un Mesías político y triunfador. En el Antiguo Testamento, el Mesías es Rey, libertador del pueblo en toda opresión. Pero el Mesías Jesús va asociado a su pasión y muerte, a su fracaso de varón de dolores. Este es el verdadero contenido de su mesianismo. Con razón, no les cabía en la cabeza. Por eso, Jesús les prohíbe a los suyos que lo digan a nadie. Este evangelio establece el siguiente recorrido, en cuanto a la identidad de Jesús: La gente lo llama profeta, los apóstoles lo confiesan Mesías de Dios y Jesús se autoproclama Hijo del Hombre. Ya está la respuesta redonda.

Este Mesías no quería títulos o poderes mundanos.  Y los discípulos no lo entendieron. Querían apartarle del camino de la pasión; más bien, pretendían los primeros puestos y estaban lejos de quedarse los últimos y servidores. Hoy, todavía hay entre los seguidores de Jesús mucho lastre de ambiciones de poder, del carrerismo denunciado por los tres últimos Papas, de escalar dignidades, de acaparar títulos, tan lejos del que se humilló hasta la muerte. ¿Qué hacer? Mirar a Jesús, y confesar nuestra fe. Recordamos un ejemplo: “Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Es el Maestro y Redentor de los hombres. Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza. Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, la verdad y la vida. Fue pequeño, pobre, humillado, ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Instituyó el nuevo Reino en el que  los pobres son bienaventurados, en el que todos son hermanos. A vosotros, cristianos, os repito su nombre: Cristo Jesús es el mediador entre el cielo y la tierra, es el Hijo de María. ¡Jesucristo! Recordadlo. Nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra por los siglos de los siglos” (Pablo VI).

Fuente : https://www.ciudadredonda.org/evangelio-lecturas-hoy/

EDD. miércoles 25 de septiembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura del libro de los Proverbios (30,5-9):

La palabra de Dios es acendrada, él es escudo para los que se refugian en él. No añadas nada a sus palabras, porque te replicará y quedarás por mentiroso. Dos cosas te he pedido; no me las niegues antes de morir: aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «¿Quién es el Señor?»; no sea que, necesitando, robe y blasfeme el nombre de mi Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118,29.72.89.101.104.163

R/. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor

Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu voluntad. R/.

Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R/.

Tu palabra, Señor, es eterna,
más estable que el cielo. R/.

Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra. R/.

Considero tus decretos,
y odio el camino de la mentira. R/.

Detesto y aborrezco la mentira,
y amo tu voluntad. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,1-6):

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Es el “leit motiv” de Jesús: anunciar y curar. Anunciar la Buena Noticia y construir el Reino de paz, de justicia, de salud, de felicidad. Comenzó ya en la sinagoga de Nazaret donde Jesús hace suyas las palabras del Profeta: “El Señor me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación de los cautivos y dar vista a los ciegos”. Precisamente hoy es  la Virgen de la Merced, advocación que es clamor de liberación, mensaje que se hizo carne tantas veces en la historia. Evocamos un grito subversivo del Obispo Casaldáliga: “Solo hay dos cosas absolutas, Dios y el hambre”. Su amigo y protector, Pablo VI, lo formuló en términos más ortodoxos; puso el  absoluto en Jesús y su Reino. Y nosotros lo pedimos en el padrenuestro. “Santificado sea tu nombre, danos el pan de cada día”.

Jesús lo repite tres veces en este texto de seis versículos: “Les dio poder para curar enfermedades… luego les envió a proclamar el Reino y a curar enfermos… fueron de aldea en aldea anunciando el Evangelio y curando en todas partes”. Curiosamente, coloca antes la sanación que el anuncio del Reino; ya sabemos que, en el Evangelio, enfermedad es sinónimo de todo mal, también el psicológico y espiritual. Dios quiere que “el hombre viva bien”. Como que su discurso programático es un discurso de “Bienaventuranzas”. Los discípulos son constituidos en la prolongación de Jesús, continúan su obra y su palabra. Pero no de cualquier manera; el Maestro les indica el estilo. Primero, ligeros de equipaje, como el poeta: “No llevéis nada para el camino”. El apóstol no se instala en los medios sino que mira el fin de su tarea, Dios y su Reino. Luego, insiste en la hospitalidad, que se queden en la casa donde entren. Seguro que habrán de encontrar dificultades, les previene Jesús. Pueden sufrir el rechazo y la falta de acogida, porque Dios deja intacta la libertad del hombre ante su propuesta. Libertad que, por supuesto, va acompañada de la responsabilidad: no puede ser lo mismo optar que no optar por el Reino de Dios y sus valores.

Todos los cristianos somos discípulos y apóstoles, somos misioneros. Es Jesús quien nos envía. Y, si la cosa viene de Jesús, esto nos llena de confianza y nos libera de miedos y preocupaciones. Podríamos señalar esta secuencia: somos elegidos, somos bendecidos, somos constituidos idóneos para el anuncio… y este anuncio nos deja trasformados. El contenido del anuncio es solo el Reino, no la Iglesia, no nosotros. Contenido de palabras y obras. Sin “curar”, nuestra misión carecerá de credibilidad; si anunciamos bien el Evangelio, ineluctablemente llegarán los milagros. Podríamos preguntarnos: ¿Cuáles son los milagros, los signos que hacen más transparente el mensaje de Jesús? El primer signo es nuestro porte apostólico: “sin bastón, sin alforja, sin pan, sin dinero”. No residirá la eficacia en los grandes alardes de medios de comunicación, de multitudinarias concentraciones, de figuras poderosas, sino en la sencillez que nos hace libres y confiados. ¿Qué gloria mayor podemos desear que participar con Jesús en su proyecto, en el sueño del Padre sobre los hombres?

Fuente ; https://www.ciudadredonda.org/events/lecturas-del-miercoles-de-la-xxv-semana-del-tiempo-ordinario/?occurrence=2024-09-25&nskip=38392

EDD. martes 24 de septiembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura del libro de los Proverbios (21,1-6.10-13):

El corazón del rey es una acequia en manos de Dios, la dirige adonde quiere. Al hombre le parece siempre recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones. Practicar el derecho y la justicia Dios lo prefiere a los sacrificios. Ojos altivos, mente ambiciosa, el pecado es el distintivo de los malvados. Los planes del diligente traen ganancia, los del atolondrado traen indigencia. Tesoros ganados por boca embustera son humo que se disipa y lazos mortales. Afán del malvado es buscar el mal, no mira con piedad a su prójimo. Cuando el cínico la paga, aprende el inexperto, pero el sensato aprende con la experiencia. El honrado observa cómo la casa del malvado precipita al malvado en la ruina. Quien cierra los oídos al clamor del necesitado no será escuchado cuando grite.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118

R/. Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor.R/.

Instrúyeme en el camino de tus decretos,
y meditaré tus maravillas. R/.

Escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos. R/.

Enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón. R/.

Guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo. R/.

Cumpliré sin cesar tu voluntad,
por siempre jamas. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,19-21):

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermano, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.»
Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Con lo importante que es la sangre. La ley de la sangre nos hace familia, crea vínculos imborrables, es el fundamento último de amor y seguridad, cuando tantas cosas fallan. La sangre nos trae las palabras más bellas y profundas: la madre, el padre, los hermanos. Entonces, ¿por qué Jesús da ese quiebro desde la sangre a la conducta y actitudes? “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, subraya contundentemente. Pero aplicamos la lupa sobre el texto, y comprendemos que lo que reviste formas de algún rechazo posee un sentido de elogio y alabanza: grande es dar la sangre, pero todavía más grande lo es cuando se da desde la fe y la confianza en Dios. Es decir, en la Madre de la sangre, se verifica, de modo inigualable, esa escucha y cumplimiento de la palabra del Señor. Como en el Antiguo Testamento: no eran pueblo de Dios por la raza sino por la elección amorosa y providente de Dios.

Para una mujer judía lo más grande era la maternidad, era el don y oficio primero. Pero el Evangelio, sin contraposición, pone en primer plano la maternidad desde la fe. “Concebir antes en el corazón que en el vientre”, dirá bellamente San Agustín. Y esto se cumplió en la familia de sangre de Jesús. Por eso, no debe sonarnos a desaire el poner las cosas en su sitio: primero, la escucha y las obras; luego, la concepción y el parto. Como que todo comenzó con las palabras reveladoras: “Hágase en mí según tu palabra”. Una fe nada fácil, una fe de la Virgen en la oscuridad, una fe que  iba progresando, al compás de las pruebas y tropiezos. Las palabras del anciano Simeón llenas de negros presagios, el no entender el sentido de “ocuparse en las cosas del Padre”, el desdén de la gente, que tenía a su hijo por loco, el fracaso de la Cruz, todo formaba parte de la espada que le atravesaba el corazón. Si era la Madre del Verbo, de la Palabra, ¿cómo no la iba a escuchar “de todo corazón”? Nosotros, como María,  somos seguidores de Jesús, somos la familia de Jesús, somos el Cuerpo de Cristo. No chocan en nosotros la sangre frente al Reino, que es lo primero. Es que, para nosotros, el Reino no es una moral sino una persona, Cristo, el Señor.

Nunca presumió la Virgen de ser Madre de Dios; más bien, de “sierva del Señor”. Como sierva por la fe, al igual que Jesús, estuvo siempre en las cosas del Padre, haciendo siempre las cosas que a este le agradaban. María no se quedó en la biología, con ser tan interesante, sino que desde su libertad, cooperó de forma ejemplarmente humana, Si para la Virgen ser madre no fue primeramente un título, no busquemos nunca otros títulos mundanos a los que tanto se arregostan algunos hombres de Iglesia. El don de la fe es nuestra única distinción y grandeza, nuestra única fuente de derechos; la fe nos iguala a todos. Nuestras relaciones, en la sociedad y en la Iglesia, no se basan en la sangre, en la economía, en los trabajos sino en la comunión de la misma familia, la familia del Reino. ¡Y pensar que contemplamos, con horror, tantas divisiones y desigualdades fundadas en la sangre o en ambiciones mundanas, en países de larga tradición cristiana!

Fuente : https://www.ciudadredonda.org/events/lecturas-del-martes-de-la-xxv-semana-del-tiempo-ordinario/?occurrence=2024-09-24

EDD. lunes 23 de septiembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura del libro de los Proverbios (3,27-34):

Hijo mío, no niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano hacérselo. Si tienes, no digas al prójimo: «Anda, vete; mañana te lo daré.» No trames daños contra tu prójimo, mientras él vive confiado contigo; no pleitees con nadie sin motivo, si no te ha hecho daño; no envidies al violento, ni sigas su camino; porque el Señor aborrece al perverso, pero se confía a los hombres rectos; el Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada del honrado; se burla de los burlones y concede su favor a los humildes; otorga honores a los sensatos y reserva baldón para los necios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5

R/. El justo habitará en tu monte santo, Señor

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.

El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,16-18):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Como una prolongación de la parábola del sembrador, Jesús advierte: “El candil ha de ser colocado sobre en lo alto para que los que entran tengan luz”. Y a nosotros, en seguida,  la luz nos evoca la luz del bautismo, la luz desbordante de la Vigilia bautismal, Pascua de Resurrección. Sí, nos enseña la liturgia que, como bautizados, somos “Nacidos de la luz, Hijos del Día”, y a Cristo le cantamos: “Eres la luz y siembras claridades”. Y al nacer del agua y del Espíritu, somos hijos de la Iglesia sobre cuya faz resplandece la claridad de de Cristo, Luz de las Gentes, según nos revelan las primeras palabras de la Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II. En el hombre, la antítesis de la luz es la ceguera. Nos acordamos del ciego de nacimiento o del ciego Bartimeo junto al camino de Jericó. Como este último, de entrada, le suplicamos a Jesús: “Señor, que vea”.

Esta es la definición de Cristo: “Yo soy la luz del mundo”. Una luz que va saltando: quien está cerca de luz queda iluminado, y el cristiano, iluminado por Cristo, va iluminando al mundo con sus obras y palabras. Porque esta luz de Jesús es la imagen de su intimidad divina. Lo explica él mismo, en los escritos de San Juan: luz que es verdad: “El que obra la verdad viene a la luz”. Es vida: “La vida era la luz de los hombres”. Es amor: “El que ama a su hermano está en la luz”. En el otro extremo están las tinieblas, la noche (“era de noche”, cuando salió Judas de la Cena), el pecado. Por eso, San Pablo nos exhorta a combatir “con las armas de la luz”. Los dones, cualidades y carismas que Dios pone en las manos, en el corazón y en la inteligencia de los hombres son las luces con las que alumbramos a los demás. Y, si son luz de Cristo, ¿cómo podremos ocultar una luz tan potentísima?

La vida de los hombres es rica y feliz cuando se abre a la luz de Cristo. Quien ama a los otros, quien camina en la verdad, quien da vida por donde pasa va colmando de luz el espacio de los hijos de Dios. La luz es transparencia, y la transparencia de alma genera credibilidad en las personas. Que la acedia o una humildad de rancia ascética no nos arrastre a colocar la luz “bajo la cama”. Hagamos profesión pública de nuestra fe, demos razón de nuestra esperanza, mostremos paladinamente que amamos a la gente. Así alabarán todos al Padre del cielo. Que sepamos reflejar bien la claridad que nos llega de Cristo. Si nos damos cuenta de que no somos la luz sino, solo, testigos de la luz, no correremos riesgo de actitud altanera. Alegrémonos al constatar que hay mucha gente buena que llena de luz la familia, la Iglesia, el mundo; hay muchos santos, muchos testigos cuya luz está bien puesta en el candelero. No hace falta recurrir a altas instancias; en la vida de cada día nos topamos con hombres y mujeres rodeados de santidad por todas partes. Hay muchos que hacen caso al Papa Pablo VI: 

“El mundo de hoy necesita más de testigos que de maestros”. Lo bueno es que la esperanza nos asegura que al final triunfará la luz de Cristo, vamos hacia la luz eterna: “Brille para ellos la luz eterna para que no bajen a la oscuridad”, canta el oficio de difuntos.  Y, en versos magníficos, pide a Dios el gran poeta leonés, Antonio Gamoneda: “Despiértame, Señor, cada mañana, hasta que aprenda a amanecer, Dios mío, en la gran luz de tu misericordia”.

Fuente : https://www.ciudadredonda.org/evangelio-lecturas-hoy/

Homilía para la Eucaristía del domingo 22 de septiembre de 2024.

DOMINGO XXV DEL AÑO.CICLO B.
Sabiduría 2,12.17-20. El texto, que no es una profecía, sino describe al justo perseguido por el impío. Lo que sucede en todo tiempo.
Santiago 3,16-4,3: Tanto la verdadera como la falsa sabiduría se dan a conocer por sus obras. Lo mismo que el árbol se conoce por sus frutos.
Marcos 9,30-37: El texto nos muestra un enfrentamiento de dos sabidurías: la de Cristo y la del hombre carnal.

1.- Acabamos de escuchar en el libro de la Sabiduría cómo reproduce los sentimientos y actitudes del impío frente a la existencia humana, frente a la vida y también frente al justo y su conducta. Cabe hacerse la pregunta. ¿a quién se refiere el texto al hablar de los impíos y de los justos? Son llamados justos los judíos fieles a Dios en el destierro, que viven rodeados de paganos e idólatras, éstos son los impíos. El enfrentamiento es de orden religioso entre los que tiene la sabiduría de Dios y los que se dejan llevar por su propia y pobre sabiduría carnal. Por eso chocan, ya que el justo, con su estilo de vida, es un reproche para el mundo pagano. Esto lleva al rechazo y a la persecución del justo.
Evidentemente que este retrato calza muy bien al verdadero Justo, que fue rechazado y perseguido; ya sabemos quién es Él.
2.- Y en la carta de Santiago se nos dice que la verdadera sabiduría, la que viene de Dios, produce paz, benignidad, está llena de misericordia, dispuesta siempre a hacer el bien. Bien podría decirse que estos son los frutos de la Sabiduría. San Pablo, en la carta a los Gálatas 5,22-23 dice: “Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”. De modo que quien se deja conducir por el Espíritu Santo actúa con verdadera Sabiduría, la que proviene de Dios.
3.- En cambio los que actúan sin la Sabiduría de Dios, sino guiados por su propia sabiduría humana-carnal, tienen ambiciones, envidias, son capaces de manipular a los demás. La ambición del tener dinero, cosas, el consumismo, la ambición de querer mandar a los demás es propio del hombre carnal, esclavo de sus propios anhelos. Y lo triste es que cuando ellos caen hacen caer a otros. Somos testigos actualmente de este “caiga quien caiga”, producto de la corrupción que se ha instalado en la sociedad. Y nadie está exento de caer en esto.
4.- Jesús, el Justo por excelencia, es al mismo tiempo la Sabiduría de Dios encarnada. Él es quien nos trae el mensaje del Reino de Dios, mensaje que refleja la Sabiduría de Dios.
En la mente de los discípulos no cabe la idea de un Mesías que tenga que pasar por la humillación y la muerte, ya que tienen una sabiduría materialista.
Por eso ellos “muestran la hilacha”, es decir, son sorprendidos discutiendo y ambicionando los primeros puestos; es que todavía no habían entendido a Jesús; lo van a entender por fin cuando el Señor les dé la última lección magistral, cuando les lave los pies en la Última Cena.
También ahora les da una lección plástica; hay que estar frente a los demás con una actitud de servicio y amor. Un discípulo debe cuidar con especial esmero a los más débiles y despreciados, como lo hiciera Jesús con los niños.
Jesús nos enseña una nueva Sabiduría; la primacía en la Iglesia la lleva el servicio. Quien más sirve, quien mejor sirve, con mayor amor, ese será el primero. Así lo hizo Jesús entonces; así lo hace también ahora, en esta Eucaristía.
¡Qué bien entendió esto el bienaventurado Francisco cuando al escribir una carta a sus hermanos les decía: “Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él (cf. 1 Pe 5,6; Sant 4,10). 29Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero”. San Francisco escribió esto dirigiéndose a los sacerdotes de la Orden, que tiene que tratar con la Eucaristía. ¿Y nosotros qué? Recojamos la lección.
Hno. Pastor.

EDD. domingo 22 de septiembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura del libro de la Sabiduría (2,12.17-20):

Se dijeron los impíos: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones,nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 53,3-4.5.6.8

R/. El Señor sostiene mi vida

Oh Dios, sálvame por tu nombre,
sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras. R/.

Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte,
sin tener presente a Dios. R/.

Pero Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario,
dando gracias a tu nombre, que es bueno. R/.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol Santiago (3,16–4,3):

Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,30-37):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Seguimos acompañando a Jesús, en el camino hacia Jerusalén, con sus discípulos. Continúa la enseñanza de lo que es fundamental, para poder ser un verdadero seguidor del Maestro.

Algo que está claro es la capacidad del Maestro para ver lo que pasaba a su alrededor. Tenía una mirada que lo abarcaba todo. En este fragmento del Evangelio de hoy, le vemos dirigir su mirada hacia adelante, hacia su propio futuro. Y lo hace sin poner paños calientes, asimilando lo que ve, sin excusas y sin querer escapar. Sabe que será acusado falsamente, entregado a las autoridades, y, al final, morirá.

Lo que Él ve, se lo va transmitiendo a sus Discípulos. Y a éstos les cuesta entender. Comprenden que es algo importante, pero les da miedo profundizar. No se atreven a preguntar. Es lo peor, no preguntar, cuando no entendemos algo. Todavía no están preparados. Su mirada es muy humana, no es aún la de Jesús. Sólo ven que su Maestro va a morir, quizá. Y les da miedo preguntar, porque recuerdan la dura respuesta de Cristo al intento disuasorio de Pedro (“Apártate de Mí, Satanás” (Mc 8, 33).

Y la mirada de Jesús va más allá. Ve que algunos hombres poderosos están contra él, y que su destino está en manos de esos hombres. Sabe que va a morir, por culpa de ellos. Pero también sabe que, en última instancia, su destino está en manos de su Padre, porque se siente amado. Ahí puede encontrar descanso el corazón de Cristo. De esa manera, seguramente fue más fácil aceptar el destino, ese destino que le llevó a la muerte, y una muerte de cruz.

La persecución – nos lo recuerda la primera lectura – es un acontecimiento necesario en la vida de los justos; sacude siempre a las personas que eligen vivir según Dios. El predicador que no inquieta, tal vez se haya relajado, y puede que hasta haya adoptado la mentalidad de los irreligiosos. Y Jesús no fue así. Jesús llega hasta el final, y acepta la muerte.

Porque ese destino pasa por la muerte, sí, pero – sobre todo – por la resurrección. Morir es la conclusión lógica de la Encarnación. Tenía que compartir el destino de todo ser humano, nuestro destino, para ser verdaderamente hombre. Pero Jesús era verdadero hombre y verdadero Dios. Por eso habla de la resurrección, a los tres días. Para dar sentido a la muerte, para que no todo termine aquí, en la tierra. Porque, gracias a la entrega de Cristo, la muerte no es final del camino. Hay vida después de la muerte. Jesús nos abrió el camino.

Hay, además, una segunda parte en el Evangelio de hoy. Otra vez, la mirada de Jesús tiene un alcance distinto a la mirada de los hombres. Él va al fondo, a lo profundo: “ser servidor de todos”; “el que acoge a un niño acoge a Dios”. Parece que los Apóstoles estaban en otras cosas. Iban discutiendo de los puestos, de los cargos, de sentarse a la derecha o a la izquierda del Maestro. No es malo aspirar a los carismas mejores – lo dice san Pablo (1 Cor 12, 31) – pero lo que está mal es buscar el primer puesto dejando atrás a los otros, o pisando o desplazando a los demás, cuando se les ve sólo como competidores. Casi como enemigos. “Quítate tú para ponerme yo”.

Jesús les pregunta, sabiendo de lo que iban hablando, porque lo habría oído. Qué paciencia. Él hablando de muerte y resurrección, y sus “amigos”, repartiéndose los puestos. Normal que no contestaran, debieron de sentir mucha vergüenza. Por eso, quizá, les pide que se acerquen – los ve distantes – para que no estén lejos de Él. Cuando los ha reunido a su alrededor, lo que Jesús les dice es que no hay que desplazar a los competidores, porque todos estamos en lo mismo, en la causa del Reino, sino que «quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Es lo que hizo el mismo Jesús toda su vida. Es lo que debe hacer el verdadero discípulo.

Es que la Iglesia no es una plataforma para alcanzar posiciones de poder, para sobresalir, para conseguir el dominio sobre los demás. Es el lugar donde todos, de acuerdo con los dones recibidos de Dios, celebra su propia grandeza en el servicio sincero y dócil a los hermanos. A los ojos de Dios, el más grande es quien más se parece a Cristo, que se hizo servidor de todos.

Para que sea más claro, para que no queden dudas, hace un gesto que llama la atención, poniendo a un niño en el centro. Es un símbolo del ser frágil e indefenso, que necesita protección y cuidado. En tiempos de Jesús, como hoy, los niños eran amados, pero no se les daba importancia social, no contaban nada para la ley, e incluso eran considerados impuros porque transgredían los requisitos de la Ley.

Los Apóstoles, gracias a Cristo, cayeron en la cuenta de que, en la mirada de los niños, en su presencia desvalida se revela y llama a tu conciencia nada menos que Dios mismo. Por eso hay que acoger y ayudar a los más pequeños. Dios está especialmente presente en ellos, porque están abiertos a la novedad, son permeables y se dejan ayudar.

El deseo de poder se esconde en el corazón de mucha gente, incluso dentro de la Iglesia. A Jesús no le hizo falta que sus amigos le confesaran que ese deseo también estaba en sus corazones. Esos malos deseos pueden ser transformados, pero, para ello, hay que “ser como niños”.  Saberse frágiles, limitados, queridos. Identificarse con los pequeños, como hace Jesús, nos permite entender qué significa eso de servir y de ser el primero, siendo el servidor de todos.

Ojalá sea eso lo que anhelemos. “No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones”, dice la segunda lectura. Ojalá sepamos pedir lo que nos conviene. Ojalá seamos capaces de amar el último lugar, como el que ocupó Cristo. Que queramos siempre servir a los demás. Si queremos ser discípulos de Jesús no hemos de olvidar esto en nuestra vida concreta. A lo mejor hay algo que puedas hacer por los demás, en casa, en la parroquia, en el barrio, en el trabajo. Busca. Ponte a ello. Merece la pena. Por amor a Cristo.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

Fuente : https://www.ciudadredonda.org/evangelio-lecturas-hoy/

EDD. sábado 21 de septiembre de 2024.

Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-7.11-13):

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 18,2-3.4-5

R/. A toda la tierra alcanza su pregón

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

REFLEXIÓN

Celebramos hoy la fiesta de San Mateo, el publicano convertido en apóstol. Jesús se acercó a él y le dijo: “Sígueme”. Jesús vio a Mateo en su trabajo de recaudador de impuestos y lo llamó. El Señor no tiene problema en llamar a cualquiera sin importarle su condición, a qué se dedica, sus pecados… Jesús no mira las fragilidades y debilidades de las personas, sino el corazón. Él no ha venido a buscar a los “sanos y justos” sino a los pecadores, a los que necesitan curación y sanación. Toda persona necesita encuentra en Jesús alivio, consuelo, esperanza, y una razón para vivir.

Mateo invitó a Jesús a una comida en su casa. Y allí acudió el Señor y también publicanos y pecadores. Fue una comida para celebrar el perdón y la misericordia de Dios que llamaba a todos a seguir a Jesús y así experimentar la buena noticia de que todos –sin exclusión alguna- pertenecían a la familia de los hijos de Dios. Todos se sintieron acogidos y respetados, nadie se vio excluido, marginado y rechazado. La presencia de Jesús creo ese clima de cercanía, de confianza, de seguridad y de esperanza. Todos aquellos comensales vivieron una experiencia singular con Jesús.

Esta actitud de Jesús es un toque de atención para cada uno de nosotros y para nuestras comunidades y grupos: inclusión y misericordia, no exclusión y rechazo. Muchas veces nosotros tendemos a juzgar y excluir a los “pecadores” o diferentes a nosotros. Nuestras parroquias y grupos tienen que ser inclusivos y misericordiosos; de puertas abiertas, sin condiciones, sin tanta burocracia ni tantos requisitos… de forma que todos puedan experimentar la misericordia de Dios en nuestras comunidades y grupos. Y pueda decirse de nuestras comunidades y grupos “mirad cómo se aman” y así deseen integrarse con nosotros. La caridad y la misericordia son  el mejor anuncio del Evangelio.  El Evangelio repite algunas veces que al ver cómo actuaba Jesús con los pobres y necesitados decían “Todo lo ha hecho bien y daban gloria a Dios”.

En este pasaje Jesús estaba rodeado de publicanos y pecadores. Jesús reconocía en cada uno de ellos un ser humano, más allá de sus cualidades, virtudes y defectos. Vio en Mateo –y los demás comensales- no solo a la persona que era, sino aquella que podría llegar a ser.

El Señor conocía a cada uno de aquellos comensales y al compartir con ellos esa comida quería ayudarles a que cambiasen de vida y empezasen a vivir lo que cada uno podía ser si se dejaba guiar por Él. “Yo he venido para que tengan vida, y esta en abundancia”. No importa el pasado, el futuro es lo que cuenta de verdad.

Todos tenemos “un sueño” de lo que queremos ser en la vida. Es cuestión de realizarlo. Tenemos toda la vida para cumplir ese sueño. Pero los demás también juegan un papel importante en la realización de mi sueño. No podemos prescindir de la ayuda y la amistad de los demás.

Vuestro hermano en la fe
José Luis Latorre
Misionero Claretiano.

Fuente : https://www.ciudadredonda.org/evangelio-lecturas-hoy/