Skip to main content

Imágenes

P. Raniero Cantalamessa: “Cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre”

Fuente : https://es.zenit.org/articles/p-raniero-cantalamessa-cristo-es-el-mismo-ayer-hoy-y-siempre/
Segunda predicación del Adviento (Traducción integral).
22 diciembre 2017Raniero CantalamessaEspiritualidad y oración

Predicación del P. Raniero Cantalamessa © L’Osservatore Romano
Esta mañana, a las 9 horas, en la capilla Redemptoris Mater, en presencia del Santo Padre Francisco, el Predicador de la Casa Pontificia, P. Raniero Cantalamessa, franciscano capuchino, ha pronunciado el primer sermón de Adviento dedicado al tema: «Todo fue creado por él y para él» (Colosenses 1,16).
A continuación, sigue el texto íntegro de la 2ª predicación del Adviento del Padre Raniero Cantalamessa.
«CRISTO ES EL MISMO, AYER, HOY Y SIEMPRE» 
(Hebreos 13,8)
La omnipresencia de Cristo en el tiempo
 
1. Cristo y el tiempo
Después de haber meditado, la vez pasada, sobre el puesto que la persona de Cristo ocupa en el cosmos, queremos dedicar esta segunda reflexión al puesto que Cristo ocupa en la historia humana; después de su presencia en el espacio, la del tiempo.
En la Misa de la noche de Navidad en la Basílica de San Pedro, se ha retomado, tras el Concilio, el antiguo canto de la Calenda, tomado del Martirologio Romano. En él el nacimiento de Jesucristo se pone al término de una serie de fechas que lo sitúan en el transcurso del tiempo. He aquí algunas frases:
«Transcurridos muchos siglos después de la creación del mundo […];
trece siglos después de la salida de Israel de Egipto bajo la guía de Moisés;
aproximadamente mil años después de la unción de David como rey de Israel […];
en la época de la 193 Olimpiada;
en el año 752 desde la fundación de Roma.
en el año 42 del imperio de César Octavio Augusto;
cuando en todo el mundo reinaba la paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Eterno Padre, queriendo santificar el mundo con su venida, habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, transcurridos nueve meses, nace en Belén de Judá de la Virgen María, hecho hombre».
Este modo relativo de calcular el tiempo, partiendo de un principio y en referencia a diversos acontecimientos, estaba destinado a cambiar radicalmente con la venida de Cristo, aunque esto no sucedió inmediatamente ni todo de una sola vez. Oscar Cullmann, en el conocido estudio «Cristo y el tiempo», explicó de modo muy claro en qué consistió este cambio en el modo humano de calcular el tiempo.
Nosotros ya no partimos de un punto inicial (la creación del mundo, la salida de Egipto, la fundación de Roma, etc.), siguiendo luego una numeración que progresa hacia adelante hacia un futuro ilimitado. Ahora partimos de un punto central, el nacimiento de Cristo, y calculamos el tiempo que lo precede de forma decreciente hacia él: cinco siglos, cuatro siglos, un siglo antes de Cristo…,  y de manera creciente el tiempo que le sigue: un siglo, dos siglos o dos milenios después de Cristo. Dentro de pocos días celebraremos el 2.017 aniversario de aquel acontecimiento.
Esta forma de calcular el tiempo, decía, no se impuso enseguida y de la misma manera. Con Dionisio el Exiguo, en el año 525, se empezaron a calcular los años a partir del nacimiento de Cristo, en lugar de la fundación de Roma; pero sólo a partir del siglo XVII (parece que con el teólogo Denis Pétau, conocido como Petavio) prevaleció la costumbre de contar también el tiempo antes de Cristo según los años que precedieron a su venida. Se ha llegado así al uso general, expresado en las fórmulas: ante Christum natum (abreviado a.C.) y post Christum natum (abreviado d.C.): antes de Cristo, después de Cristo.
Desde hace algún tiempo se está difundiendo la costumbre, especialmente en el mundo anglosajón y en las relaciones internacionales, de evitar este modo de hablar, no grato, por razones comprensibles, a personas que pertenecen a otras religiones o a ninguna religión. Por eso, en lugar de hablar de «era cristiana», o de «año del Señor», se prefiere hablar de «era corriente», o era «común» («Common era»). La mención «antes de Cristo» (a.C.) se sustituye por «antes de la era común» (en inglés BCE) y a la de «después de Cristo» (d.C.) por la mención «era común» (en inglés CE). Cambia la mención, pero no la sustancia de la cosa; el cálculo de los años y del tiempo sigue siendo el mismo.
Oscar Cullmann clarificó en qué consiste la novedad de la nueva cronología, introducida por el cristianismo. El tiempo no avanza por ciclos que se repiten, como era en el pensamiento filosófico de los griegos y, entre los modernos, en Nietzsche, sino que avanza linealmente, partiendo desde un punto indeterminado (y en realidad no datable) que es la creación del mundo, hacia un punto igualmente no preciso e imprevisible que es la parousia. Cristo es el centro de la línea, aquel al que todo tiende antes de él y del que todo depende después de él[1]. Al definirse como «el Alfa y Omega» de la historia  (Ap 21,6), el Resucitado asegura que no sólo él reúne en sí el principio al final, sino que es él mismo ese principio indeterminado y ese final imprevisible, el autor de la creación y de la consumación.
En aquel momento, la posición de Cullmann encontró una fuerte reacción hostil por parte de los representantes de la teología dialéctica, dominante en aquel tiempo: Barth, Bultmann y sus discípulos. Esta tendía a deshistorizar el Kerygma, reduciéndolo a un existencialista «llamamiento a la decisión». Profesaba, por lo tanto, un marcado desinterés por el «Jesús de la historia» en favor del llamado «Cristo de la fe». El renovado interés por la «historia de la salvación» en la teología de después del Concilio y el retorno del foco de interés por el Jesús de la historia en la exégesis (la llamada «nueva investigación histórica sobre Jesús»[2]), han confirmado la validez de la intuición de Cullmann.
Una conquista de la teología dialéctica permaneció intacta: Dios es totalmente otro respecto del mundo, la historia y el tiempo: entre las dos realidades hay una «infinita e irreductible diferencia cualitativa». Cuando se trata de Cristo, sin embargo, a esta certeza de la infinita diferencia, siempre le debe acompañar la afirmación de la igualmente «infinita» semejanza. Es el núcleo mismo de la definición de Calcedonia, expresado con las dos expresiones «inconfuse, indivise», sin confusión y sin separación. De Cristo se debe decir, de manera eminente, que está «en el mundo», pero no es «del mundo»; está en la historia y en el tiempo, pero trasciende la historia y el tiempo.
 
2. Cristo: figura, acontecimiento y sacramento
Tratemos ahora de dar un contenido más preciso a la afirmación de la omnipresencia de Cristo en la historia y en el tiempo. No es una presencia abstracta y uniforme. Se realiza de forma diferenciada en las distintas etapas de la historia de la salvación. Cristo «es el mismo, ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8), pero no con la misma modalidad. Está presente en el Antiguo Testamento como figura, está presente en el Nuevo Testamento como acontecimiento, y está presente en el tiempo de la Iglesia como sacramento. La figura anuncia, anticipa y prepara el acontecimiento, mientras que el sacramento lo celebra, lo hace presente, lo actualiza y, en cierto sentido, lo prolonga. En este sentido, la liturgia nos hace decir en Navidad: «Hodie Christus natus est, hodie Salvator apparuit»: «Hoy Cristo ha nacido, hoy ha aparecido el Salvador».
Es una afirmación constante de san Pablo que, en el Antiguo Testamento, todo —acontecimientos y personajes— hace referencia a Cristo; es un «tipo», una profecía, o una «alegoría» de él. Pero la convicción se remonta al Jesús de los Evangelios que se aplica a sí mismo muchas palabras y hechos del Antiguo Testamento. Según Lucas, el Resucitado de camino con dos discípulos hacia Emaús, «comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él» (Lc 24,27). La tradición cristiana acuñó fórmulas breves para expresar esta verdad de fe, diciendo, por ejemplo, que la ley estaba «grávida» de Cristo; la liturgia de la Iglesia vive, prácticamente, de esta convicción y ley en referencia a Cristo cada página del Antiguo Testamento.
Además, decir que Cristo está presente en el Nuevo Testamento como «acontecimiento», significa afirmar el carácter único e irrepetible de los acontecimientos históricos relativos a la persona de Jesús y en particular su misterio pascual de muerte y resurrección. El acontecimiento es lo que sucede semel, «una vez para siempre» (Heb 9,26-28) y como tal no es repetible, al estar encerrado en el espacio y en el tiempo.
Decir finalmente que Cristo está presente en la Iglesia como «sacramento», significa afirmar que la salvación realizada por él se hace operante en la historia a través de los signos instituidos por él. La palabra «sacramento» se debe entender aquí en el sentido más amplio que incluye los siete sacramentos, pero también la palabra de Dios, e incluso toda la Iglesia como «sacramento universal de salvación». Gracias a los sacramentos, el semel se convierte en quotiescunque, «una sola vez», se convierte en «cada vez», como afirma san Pablo de la cena del Señor: «Cada vez (quotiescunque) que comáis este pan y bebáis del cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que él venga» (1 Cor 11,26).
Cuando se habla de la presencia de Cristo en la historia de la salvación como figura, como acontecimiento y como sacramento, hay que evitar el error de Joaquín de Fiore (o al menos atribuido a él): es decir, el de dividir toda la historia humana en tres épocas: la época del Padre, que sería el Antiguo Testamento; la era del Hijo, que sería el Nuevo Testamento; y la era del Espíritu Santo, que sería el tiempo de la Iglesia. Esto no sólo sería contrario a la doctrina de la Trinidad (que actúa siempre conjuntamente en las obras ad extra), sino también contra la doctrina cristológica. El acontecimiento Cristo no es uno de los tres momentos o de las tres fases de la historia, sino el centro de ellos, aquello a lo que tiende el tiempo antes de él y de quien toma sentido el tiempo después de él. Es la bisagra que los une y los distingue. Esta es precisamente la verdad expresada por la nueva cronología que divide el tiempo en «antes de Cristo» y «después de Cristo».
 
3. El encuentro que cambia la vida
Ahora, como de costumbre, pasamos del macrocosmos al microcosmos, de la historia universal a la historia personal, es decir, de la teología a la vida. La constatación de que Cristo, incluso en la costumbre universal de datar los acontecimientos, es reconocido como el gozne y la bisagra del tiempo, el centro de gravedad de la historia, no debe ser para un cristiano un motivo de orgullo y de triunfalismo, sino la ocasión para un austero examen de conciencia.
La pregunta desde donde partir es simple: ¿es Cristo también el centro de mi vida, de mi pequeña historia personal? ¿De mi tiempo? ¿Ocupa en ella un lugar central sólo en teoría, o también de hecho? ¿Es una verdad sólo pensada, o también vivida?
En la vida de la mayoría de las personas hay un acontecimiento que divide la vida en dos partes, crea un antes y un después. Para los casados, en general, es el matrimonio y ellos dividen su vida así: «Antes de casarme» y «después de casado»; para los sacerdotes es la ordenación sacerdotal: antes de la ordenación, después de la ordenación; para los religiosos, es la profesión religiosa.
También san Pablo dividía su vida en dos partes, pero la línea divisoria no era ni el matrimonio ni la ordenación. «Yo era, yo era …» —escribe a los Filipenses—, y sigue la lista de todos sus títulos y garantías de santidad (circuncidado, hebreo, observante de la ley, irreprensible); pero de repente todo esto, de ganancia se convirtió para él en pérdida, de motivo de vanagloria en basura. ¿Por qué? «Debido, dice, a la sublime ventaja de conocer a Cristo Jesús como mi Señor» (Flp 3,5 ss.). El encuentro fogoso con Cristo creó en la vida del Apóstol una especie de «antes de Cristo» y «después de Cristo» personal.
Para nosotros esta línea divisoria es más difícil de detectar; todo es fluido, diluido en el tiempo y jalonado por los llamados «ritos de paso»: bautismo, confirmación, matrimonio, ordenación sacerdotal o profesión religiosa. ¿Cómo hacer para experimentar también nosotros algo de lo que experimentaron san Pablo, san Hilario y tantos otros con ellos?
Para nuestra suerte, un acontecimiento de este tipo no es fruto exclusivo de los sacramentos; más aún, los sacramentos pueden perfectamente no representar ningún verdadero «tránsito», desde el punto de vista existencial. El encuentro personal con Cristo es un acontecimiento que puede tener lugar en cualquier momento de la vida. A propósito de él, la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium escribe:
«Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo (!) su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor» (EG 3).
En una homilía pascual anónima del  siglo IV, concretamente del año 387, el obispo hace una afirmación sorprendentemente moderna, casi existencialista ante litteram. Dice:
«Para cada hombre, el principio de la vida es aquel, a partir del cual Cristo fue inmolado por él. Pero Cristo se inmoló por él en el momento en que él reconoce la gracia y se hace consciente de la vida que le ha procurado desde esa inmolación»[3].
Al acercarnos a la Navidad, podemos aplicar al nacimiento de Cristo lo que el autor dice de su muerte.  «Para cada hombre el principio de la vida es aquel, a partir del cual Cristo ha nacido para él. Pero Cristo nace para él en el momento en que él reconoce la gracia y pasa a ser consciente de la vida que le ha procurado ese nacimiento».
Es un pensamiento que ha atravesado, se puede decir, toda la historia de la espiritualidad cristiana, comenzando por Orígenes, pasando por san Agustín, san Bernardo, Lutero y los demás: «¿Para qué me sirve —dice— que Cristo haya nacido una vez de María en Belén, si no nace también por la fe en mi alma?»[4]. En este sentido, cada Navidad, también la de este año, podría ser la primera verdadera Navidad de nuestra vida.
Un filósofo ateo ha descrito en una página famosa el momento en que uno descubre la existencia, las cosas; es decir, descubre que existen en la realidad y no sólo en el pensamiento.
«Estaba —escribe— en el jardín público. La raíz del castaño se hundía en la tierra, precisamente bajo mi banco. No me acordaba ya de lo que era una raíz. Las palabras habían desaparecido y, con ellas, el significado de las cosas, los modos de su uso, los tenues signos de reconocimiento que los hombres han trazado sobre su superficie […]. Y luego tuve este relámpago de iluminación. Se me cortó la respiración. Nunca, antes de estos últimos días, había presentido lo que quiere decir “existir”. Era como los demás, como los que pasean en la orilla del mar en sus trajes primaverales. Decía como ellos: “El mar es verde; aquel punto blanco arriba es una gaviota», pero no sentía que esto existía, que la gaviota era una “gaviota-existente”; normalmente la existencia se esconde. Allí, en torno a nosotros, no se pueden decir dos palabras sin hablar de ella y, finalmente, no se toca […]. Y luego, he aquí, de golpe, estaba allí, clara como el día: la existencia se había repentinamente desvelado»[5].
Algo similar ocurre cuando uno que ha pronunciado infinitas veces el nombre de Jesús, que conoce casi todo sobre él, que ha celebrado innumerables Misas, un día descubre que Jesús no es sólo una memoria del pasado, por muy litúrgica y sacramental que sea, no es un conjunto de doctrinas, dogmas, un objeto de estudio; no es, en definitiva, un personaje, sino una persona viva y existente, aunque invisible para los ojos. Cristo ha nacido en él; se ha producido un salto de calidad en su relación con Cristo.
Es lo que han experimentado los grandes conversos, en el momento en que, por un encuentro, una palabra, una iluminación desde lo alto, de repente se enciende en ellos una gran luz, han tenido, ellos también, su «respiración cortada» y han exclamado: «¡Pero entonces Dios existe! ¡Es todo verdad!». Le sucedió, por ejemplo, a Paul Claudel que el día de Navidad de 1886 entró por curiosidad en la catedral de Notre Dame, en París y, al escuchar el canto del Magníficat, tuvo «el sentimiento lacerante de la eterna infancia de  Dios» y exclamó: «¡Sí, es cierto, es cierto! Dios existe. ¡Está aquí. Es alguien, es un ser personal como yo! Me ama, me llama». En aquel instante, escribió más tarde, «sentí que entraba en mí toda la fe de la Iglesia»[6].
Hagamos un paso ulterior. Cristo, hemos visto, no es sólo el centro, o el centro de gravedad, de la historia humana, aquel que, con su venida, crea un antes y un después en el transcurso del tiempo; es también aquel que llena cada instante de este tiempo; es «la plenitud», el Pleroma (Col 1,19),  también en el sentido activo que llena de sí la historia de la salvación: primero como figura, luego como acontecimiento y finalmente como sacramento.
¿Qué significa todo esto trasladado al plano personal? Significa que Cristo debe llenar también mi tiempo. «Llenar de Jesús la mayoría de instantes posibles de la propia vida»: no es un programa imposible. No se trata, de hecho, de estar todo el tiempo pensando en Jesús, sino de «darse cuenta» de su presencia, abandonarse a su voluntad, decirle rápidamente «¡Te amo!», cada vez que tenemos la oportunidad (¡mejor la inspiración!) de entrar en nosotros mismos.
La técnica moderna nos ofrece una imagen que nos puede ayudar a entender de qué se trata: la conexión a internet. Al viajar y estar largo tiempo fuera de la propio casa, he experimentado lo que significa trajinar largamente para poder tener la conexión a internet, con hilos o sin hilos, y luego, finalmente, a punto de rendirte, que aparezca de golpe en la pantalla la visión liberadora de Google. Si antes me sentía aislado, sin poder recibir el correo, buscar una información, comunicarme con los de mi comunidad, ahora se me abría de par en par el mundo entero. Se produjo la conexión.
Pero, ¿qué es esta conexión en comparación con la que se realiza cuando uno se «conecta» por la fe con Jesús resucitado y vivo? En el primer caso, se te abre delante el pobre y trágico mundo de los hombres; aquí se te abre delante el mundo de Dios, porque Cristo es la puerta, es la vía que introduce en la Trinidad y en el infinito.
La reflexión sobre «Cristo y el tiempo» que hemos intentado hacer puede obrar una curación interior importante para la mayoría de nosotros: la curación de la añoranza estéril de la «feliz juventud», la liberación de esa mentalidad arraigada que lleva a ver en la vejez sólo una derrota y una enfermedad, y no una gracia. Delante de Dios, el tiempo mejor de la vida no es el más lleno de posibilidades y de actividad, sino el más lleno de Cristo porque se inserta ya en la eternidad.
El año que viene verá a los jóvenes en el centro de la atención de la Iglesia con el Sínodo sobre «Los jóvenes y la fe» como preparación de las Jornadas Mundiales de la juventud. Ayudémosles a llenar de Cristo su juventud y les habremos hecho el don más hermoso. «Todo, excepto lo eterno, para el mundo es vano», escribió un poeta nuestro[7]. Nosotros podemos decir con igual verdad: «Todo, excepto a Jesús, para el mundo es vano». Hace falta poca fuerza para mostrarse, pero hace falta muchas para esconderse y borrarse. Dios es infinita capacidad de ocultamiento y la Navidad es su signo más claro.
Santo Padre, venerables Padres, hermanos y hermanas, ¡Feliz Navidad a todos!
 
© Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco
[1] Oscar Cullmann, Christ et le temps (Neuchâtel-París 1947) [trad. esp. Cristo y el tiempo (Cristiandad, Madrid 2008)].
[2] Cf. James D. G. Dunn, A New Perspective on Jesus  (Grand Rapids, Michigan 2005) [trad. esp. Redescubrir a Jesús de Nazaret. Lo que la investigación sobre el Jesús histórico ha olvidado (Sígueme, Salmanca 2006)].
[3] Homilía pascual del año 387: SCh 36, p. 59 s.
[4] Cf. Orígenes, Comentario al evangelio de Lucas 22,3: SCh 87, p. 302. Angelo Silesio (El peregrino querúbico, I, 6,1) expresó este mismo pensamiento en dos versos atrevidos: «Aunuqe mil veces en Belén naciera Cristo / si no nace en ti para siempre estás condenado» ( “Wird Christus tausendmal zu Betllehem geborn / und nicht in dir: du bleibst noch ewiglich verlorn”).
[5] Jean-Paul Sartre, La naúsea (Milán 1984) 193ss. [trad. esp. La naúsea (Alianza Editorial, Madrid 2016)].
[6] Cf. Paul Claudel, «Ma conversion», en Paul Claudel, Oeuvres en prose (Gallimard, París 1965).
[7] Antonio Fogazzaro, «A Sera», en Le poesie (Mondadori, Milán 1935) 194-197.

Comentario al evangelio de hoy viernes 22 de diciembre de 2017.

La alegría de María
Viernes III de Adviento

Por: H. Jesús Salazar Brenes, L.C.
Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/67744/la-alegria-de-maria.html

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias, Señor, por todas las bendiciones y cruces que hemos vivido juntos en este año, enséñame a ser portador de tu alegría y a poder escuchar lo que me quieres decir.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1,46-56
En aquel tiempo, dijo María: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que le temen.
Él hace sentir el poder de su brazo: dispersa a los de corazón altanero, destrona a los potentados y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada.
Acordándose de su misericordia, viene en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor.
 
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Miles de personas soñarían con tener un mensaje personal de la Santísima Virgen, y hoy el Evangelio nos quiere regalar -el- mensaje directo de nuestra Madre.
La Palabra de Dios nos contagia de la alegría de María que tiene a Jesús en su vientre y quiere que le amemos tanto como lo ama ella.
Una actitud de alguien que ama profundamente es saber captar los pequeños detalles sin necesidad de palabras y por eso María nos quiere enseñar a ser agradecidos, a ser humildes, para poder tener en nuestro día un detalle de amor, en primer lugar con Jesús, y después con todos aquellos con los que nos encontremos hoy.
Pensemos en todas las bendiciones que Dios nos ha dado este año ¡Qué hermoso revivir esos momentos en la memoria! Pero también pensemos en las cruces que nos han causado sufrimiento ¿Ya agradecimos por ellas también? El sufrimiento es un tema sobre el que quisiéramos hacer «borrón y cuenta nueva», sin embargo, viene Jesús niño y no solo quiere llenar ese vacío, sino que quiere sanar nuestra alma y llenarla de alegría. Jesús es el «pequeño» gran detalle de amor que Dios quiere regalarnos.
Contagiemos en este día la alegría del Evangelio, la alegría de tener a Jesús dentro de nosotros, como María que aguarda con esperanza el nacimiento de su hijo.
En realidad, nuestra alegría es un reflejo de la alegría de María, porque es Ella quien ha cuidado y cuida con fe los eventos de Jesús. Recitamos por tanto esta oración [el Regina coeli] con la conmoción de los hijos que están felices porque su Madre está feliz.
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2015).
 
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
 
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy procuraré ver los pequeños detalles y ser agradecido para contagiar la alegría de Jesús niño que está cerca.
 
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

EDD. viernes 22 de diciembre de 2017.

Fuente :  http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20171221
 
Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (22 dic.)
Primer Libro de Samuel 1,24-28.
Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño.
Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí.
Ella dijo: «Perdón, señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor.
Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía.
Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él; para toda su vida queda cedido al Señor». Después se postraron delante del Señor.
 
Primer Libro de Samuel 2,1.4-5.6-7.8abcd.
Mi corazón se regocija en el Señor,
tengo la frente erguida gracias a mi Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque tu salvación me ha llenado de alegría.
El arco de los valientes se ha quebrado,
y los vacilantes se ciñen de vigor;
los satisfechos se contratan por un pedazo de pan,
y los hambrientos dejan de fatigarse;
la mujer estéril da a luz siete veces,
y la madre de muchos hijos se marchita.
El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el Abismo y levanta de él.
El Señor da la pobreza y la riqueza,
humilla y también enaltece.
El levanta del polvo al desvalido
y alza al pobre de la miseria,
para hacerlos sentar con los príncipes
y darles en herencia un trono de gloria.
 
Evangelio según San Lucas 1,46-56.
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz».
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
 
Comentario del Evangelio por San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia. Comentario a san Lucas, 2, 26-27
 
“Ensalcemos juntos su nombre”.
Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos resida el espíritu de María para exultar en Dios. Si bien es cierto que, físicamente, no hay más que una Madre de Cristo, por la fe Cristo es el fruto de todos, porque toda alma recibe al Verbo de Dios con la condición de permanecer sin mancha, preservada, desde el momento que sea, del mal y del pecado, guardando la castidad en una inalterada pureza. Así pues, toda alma que llega a este estado exalta al Señor, igual que el alma de María exaltó al Señor y su espíritu se estremeció en Dios Salvador.
 
En efecto, el Señor fue magnificado tal como lo habéis leído en otra parte: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor” (Sl 33,4). No porque la palabra humana pueda añadir algo al Señor, sino porque él crece en nosotros. Porque “Cristo es la imagen de Dios” (2C 4,4), y así el alma que hace alguna cosa justa y religiosa, proclama esta imagen de Dios, a semejanza de quien ella ha sido creada. Entonces, proclamándola, en cierta forma participa de su grandeza y se eleva; parece que reproduce en ella esta imagen a través del esplendor de los colores de sus buenas obras y, hasta cierto punto, la copia por sus virtudes.

Santa Marta: La raíz de la alegría cristiana es que “hemos sido perdonados”

Fuente  :  https://es.zenit.org/articles/santa-marta-la-raiz-de-la-alegria-cristiana-es-que-hemos-sido-perdonados/
Reflexión del Papa Francisco en la Misa celebrada esta mañana.
21 diciembre 2017Rosa Die AlcoleaPapa y Santa Sede
Misa en Santa Marta 21/12/2017 © L’Osservatore Romano
(ZENIT – 21 Dic. 2017).- El Papa Francisco ha alentado a la “alegría que brota del perdón de los pecados y de la cercanía del Señor”.
En la Misa celebrada esta mañana en la Capilla de Santa Marta, el Papa Francisco ha reflexionado a partir de la Primera Lectura y en el Evangelio de San Lucas propuesto por la liturgia del día.
El Santo Padre se refirió a la alegría profunda que viene desde dentro, y que no debe confundirse con la alegría típica de una fiesta. De hecho, toda la liturgia propone este mensaje de alegría: “sé dichoso, sé dichosa”.
“Tener un semblante de personas redimidas, perdonadas y no de funeral”, ha advertido el Santo Padre, precisamente porque hemos sido perdonados: “Ésta es la raíz propia de la alegría cristiana”.
El Papa ha señalado tres aspectos importante sobre la importancia de ser alegres. Ante todo –afirmó el Papa– se trata de una alegría que nace del perdón: “El Señor ha anulado tu condena”. De manera que “hay que ser conscientes de la redención que ha venido a traernos el Señor”, ha animado Francisco.
Dios es el Dios del perdón
Tras afirmar que “Dios es el Dios del perdón”, el Papa exhortó a recibir este perdón y a ir adelante con alegría, porque el Señor perdonará después también las cosas que por debilidad todos hacemos, ha indicado.
La segunda invitación que ha hecho el Papa ha sido la ser dichosos porque “el Señor camina con nosotros”: desde el momento en que llamó a Abrahán – “está entre nosotros” – hasta en nuestras pruebas, dificultades, alegrías, pasando por todos los sentimientos. Además, Francisco también exhortó durante esta jornada a “dirigir algunas palabras al Señor que está junto a nosotros en nuestra vida”.
El tercer aspecto que ha destacado Francisco de la alegría es el de no “bajar los brazos” en las desventuras: “Ese pesimismo de la vida no es cristiano. Nace de una raíz que no sabe que ha sido perdonada, nace de una raíz que jamás ha sentido las caricias de Dios. Y el Evangelio, podemos decir, nos hace ver esta alegría: ‘María dichosa se levantó y salió de prisa’. También la alegría nos conduce de prisa, siempre, porque la gracia del Espíritu Santo no conoce la lentitud, no la conoce… El Espíritu Santo siempre va de prisa, siempre nos impulsa: a ir adelante, adelante, adelante como el viento en la vela, en la barca…”.
“Levántate, ve, alégrate”
Éste es el mensaje que lanzó el Papa hoy: ‘Levántate’. Ese ‘levántate’ de Jesús a los enfermos: ‘Levántate, ve, grita de alegría, alégrate, exulta y aclama con todo el corazón”.
“Ésta es la alegría de la que la Iglesia nos dice: por favor seamos cristianos gozosos, hagamos todos los esfuerzos para hacer ver que creemos que hemos sido redimidos, que el Señor nos ha perdonado todo. Y si tenemos algún resbalón, Él también nos lo perdonará porque es el Dios del perdón, porque el Señor está entre nosotros y no permitirá que bajemos los brazos”, ha señalado el Santo Padre.

Comentario al evangelio de hoy jueves 21 de diciembre de 2017

Un regalo
Jueves III de Adviento.
Por: H. José Romero, L.C.
Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/67743/un-regalo.html
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a experimentar la alegría de ser cristiano.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cuando eramos niños no había nada más emocionante que abrir un regalo. Descubrir que era algo que queríamos, a veces sin saberlo, nos llenaba luego de mucha alegría. Pero cuando el regalo no lo necesitábamos, la alegría simplemente no llegaba. San Juan Bautista se alegra en el vientre de su madre porque la Virgen María ha traído el mejor regalo para él, al Niño Dios.
El mundo nos hace creer que nuestra felicidad es el dinero, carros, hombres o mujeres, un buen trabajo, etc., pero al final todo eso, sin Dios, se queda en pura emociones, en un romper constantemente el envoltorio sin llegar al regalo, sin llegar a experimentar la verdadera felicidad, sin tener a Dios. Dios es el regalo de esta Navidad, su presencia en nuestra vida es lo que nos da la verdadera felicidad. No hay mayor regalo que Dios.
Hay muchos que están buscando esta felicidad sin poderla encontrar, muchos que buscan a Dios sin saberlo. Los cristianos debemos llevar este regalo a los corazones de esas personas, sea un familiar, un amigo o un desconocido, porque este regalo es uno que se comparte, un regalo que es para todos.
Sabemos que todo regalo se envuelve y Dios ha querido que yo sea el papel, soy yo quién convierte a Dios en regalo para otros, es Dios en mí para los demás. El lazo con que se presenta este regalo nos lo muestra la Santísima Virgen; es el lazo del servicio con amor, es entregarnos con amor a la necesidad del otro y así, en nosotros, las personas podrán tener «el regalo» en esta Navidad, podrán tener a Dios.
Hagamos como María Santísima en esta Navidad y llevemos el regalo del Niño Dios adornado con el ejemplo de nuestra propia vida, un ejemplo de amor
Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría. La escena evangélica lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición. Cuando Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de aquellos que se sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de su pueblo. Así lo vemos en María, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros Templos, sale a visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan.
(Homilía de S.S. Francisco, 12 de diciembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hablar de Cristo a una persona.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

EDD. jueves 21 de diciembre de 2017

Fuente :  http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20171220
Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (21 dic.)
Cantar de los Cantares 2,8-14.
¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas.
Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado.
Habla mi amado, y me dice: «¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!
Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias.
Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.
La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!
Paloma mía, que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante». Coro
Salmo 33(32),2-3.11-12.20-21.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen para él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones.
El designio del Señor
permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!
Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.
Evangelio según San Lucas 1,39-45.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
 
 
Comentario del Evangelio por San Juan Damasceno (c. 675-749), monje, teólogo, doctor de la Iglesia . Primer sermón sobra la dormición de María; SC 80,pag 101ss
 
“¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?”
“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…” (Lc 1,42) De hecho, las generaciones te proclamarán dichosa, como tú los has anunciado. Las hijas de Jerusalén, es decir, la Iglesia, te han visto y proclaman tu felicidad… En efecto, tú eres el trono real rodeado de ángeles contemplando al Maestro y Creador que está sentado en él. (cf Dt 7,9). Eres el Edén espiritual, más sagrado y más sublime que el anterior. En el primero habitaba el Adán de la tierra; en ti, el Señor del cielo. (1Cor 15,47) El arca de Noé es la prefiguración de tu ser porque guardó en si el germen de la segunda creación. Tú das a luz a Cristo, la salvación del mundo por la cual quedaron sepultados los pecados y apaciguadas las aguas.
En la antigüedad has sido prefigurada por la zarza ardiente, dibujada por las tablas escritas por Dios (cf Ex 31,18) contada por el arca de la alianza. Has sido prefigurada por la urna de oro, el candelabro…, la vara de Aarón florida (Nm 17,23)…Me iba a olvidar de la escala de Jacob. Así como Jacob vio el cielo y la tierra unidos por la escala, y los ángeles que subían y bajaban por ella, y a Aquel que es el invencible y el único fuerte, luchar con él una lucha simbólica, así tú misma has sido hecha medianera y escala por la que Dios descendió hacia nosotros y tomó sobre si la debilidad de nuestra sustancia, abrazándola y uniéndola estrechamente a si.
 

Audiencia General – miércoles 20 de diciembre de 2017

Fuente :  https://es.zenit.org/articles/audiencia-general-20-diciembre-de-2017-texto-completo/
“La Misa empieza con la señal de la Cruz”
20 diciembre 2017Rosa Die AlcoleaAudiencia General
El Papa Francisco llega al Aula Pablo VI © L’Osservatore Romano
(ZENIT – 20 Dic. 2017).- “Por favor, mamá, papá, abuelos, enseñad a los niños desde el principio, desde cuando son pequeños, a hacerse bien la señal de la cruz. Y explicadles que es tener cómo protección la cruz de Jesús”, ha invitado Francisco en la audiencia general: “La Misa empieza con la señal de la Cruz”.
El Santo Padre Francisco ha ofrecido hoy, 20 de diciembre de 2017, en la audiencia general la 5ª catequesis sobre la Eucaristía titulada “Ritos introductorios”, que ha pronunciado ante miles de fieles y visitantes de Italia y otros países en el Aula Pablo VI, del Palacio Apostólico Vaticano.
El Papa ha querido entrar con esta reflexión en el “corazón” de la celebración eucarística. Así, ha recordado que la Misa empieza con la señal de la cruz, con estos ritos introductorios, porque “allí empezamos a adorar a Dios como comunidad” y ha aclarado que cuando miramos al altar, “miramos precisamente donde está Cristo. El altar es Cristo”.
Estos gestos –ha señalado el Papa– que corren el riesgo de pasar desapercibidos, “son muy significativos”, porque expresan desde el principio que la Misa es un “encuentro de amor con Cristo”. “Por eso –ha recordado el Papa– es importante prever no llegar con retraso, sino con adelanto, para preparar el corazón a este rito, a esta celebración de la comunidad”.
“Enseñad a los niños desde el principio”
Asimismo, el Pontífice ha indicado la importancia de la señal de la cruz: “¿Habéis visto como los niños se hacen la señal de la cruz? No saben lo que hacen: a veces hacen un dibujo, que no es la señal de la cruz. Por favor, mamá, papá, abuelos, enseñad a los niños desde el principio, desde cuando son pequeños, a hacerse bien la señal de la cruz. Y explicadles que es tener cómo protección la cruz de Jesús”.
La misa empieza con la señal de la cruz, ha recordado: Toda la oración se mueve, por así decirlo, en el espacio de la Santísima Trinidad, – “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” – que es un espacio de comunión infinita; tiene como origen y fin el amor de Dios Uno y Trino, manifestado y dado a nosotros en la Cruz de Cristo.
Tras resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes. La audiencia general ha terminado con el canto del  Pater Noster y con la bendición apostólica del Papa a todos.
RD
A continuación, sigue el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría entrar en el corazón de la celebración eucarística. La misa se compone de dos partes, que son la Liturgia de la Palabra y la Liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí que constituyen un solo acto de culto (cf. Sacrosanctum Concilium, 56; Instrucción General del Misal Romano, 28). Introducida por algunos ritos preparatorios y concluida por otros, la celebración, por lo tanto, es un cuerpo único  y no puede separarse pero para una mejor comprensión trataré de explicar sus diversos momentos, cada uno de los cuales es capaz de tocar e involucrar  una dimensión de nuestra humanidad . Es necesario conocer estos signos santos  para vivir plenamente la misa y saborear toda su belleza.
Cuando el pueblo está reunido, la celebración se abre con los ritos introductorios, que comprenden la entrada de los celebrantes o del celebrante, el saludo- “El Señor esté con vosotros”, “La paz sea con vosotros”- , el acto penitencial, “Yo confieso”, donde pedimos perdón por nuestros pecados, el Señor, ten piedad el Gloria y la oración de colecta: se llama “oración de colecta” no porque se efectúe la colecta monetaria: es la colecta de las intenciones de oración de todos los pueblos; y esa colecta de las intenciones de los pueblos sube al cielo como oración. Su propósito, el de estos ritos de introducción, es “hacer que los fieles reunidos en la unidad construyan la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.” (Instrucción general del Misal Romano, 46). No es una buena costumbre mirar el reloj y decir: “Llego a tiempo, llego después del sermón y así cumplo el precepto”. La misa empieza con la señal de la cruz, con estos ritos introductorios, porque allí empezamos a adorar a Dios como comunidad. Y por eso es importante prever no llegar con retraso, sino con adelanto, para preparar el corazón a este rito, a esta celebración de la comunidad”.
Habitualmente durante el canto de entrada, el sacerdote con los otros ministros llega en procesión al presbiterio, y aquí saluda el altar con una reverencia y, como signo de veneración, lo besa y, cuando hay incienso, lo inciensa. ¿Por qué? Porque el altar es Cristo: es figura de Cristo. Cuando miramos al altar, miramos precisamente donde está Cristo. El altar es Cristo. Estos gestos, que corren el riesgo de pasar desapercibidos, son muy significativos, porque expresan desde el principio que la Misa es un encuentro de amor con Cristo, que “con la inmolación de  su cuerpo en la cruz […] quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y  altar” (Prefacio de  Pascua V). De hecho, como signo de Cristo, el altar “es el centro de la acción de gracias que se consuma en la Eucaristía” (Instrucción general del Misal Romano, 296), y toda la comunidad alrededor del altar, que es Cristo; no para mirarse la cara, sino para mirar a Cristo, porque Cristo está en el centro de la comunidad, no está lejos de ella.
Luego está la señal de la cruz. El sacerdote que preside se persigna y lo mismo hacen  todos los miembros de la asamblea, conscientes de que el acto litúrgico se cumple  “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.  Y aquí paso a un argumento muy breve. ¿Habéis visto como los niños se hacen la señal de la cruz? No saben lo que hacen: a veces hacen un dibujo, que no es la señal de la cruz. Por favor, mamá, papá, abuelos, enseñad a los niños desde el principio, desde cuando son pequeños, a hacerse bien la señal de la cruz. Y explicadles que es tener cómo protección la cruz de Jesús. Y la misa empieza con la señal de la cruz. Toda la oración se mueve, por así decirlo, en el espacio de la Santísima Trinidad, – “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” – que es un espacio de comunión infinita; tiene como origen y fin el amor de Dios Uno y Trino, manifestado y dado a nosotros en la Cruz de Cristo.
Efectivamente, su misterio pascual es un don de la Trinidad, y la Eucaristía brota  siempre de su corazón traspasado. Persignándonos, por lo tanto, no sólo recordamos nuestro bautismo, sino que afirmamos que la oración litúrgica es el encuentro con Dios en Cristo Jesús, que por nosotros se encarnó, murió en la cruz y resucitó en gloria.
Después, el sacerdote dirige el saludo litúrgico con la frase: “El Señor esté con vosotros” u otra similar –hay varias- ; y la asamblea responde: «Y con tu espíritu». Estamos dialogando; estamos al comienzo de la misa y debemos pensar en el significado de todos estos gestos y palabras. Estamos entrando en una “sinfonía” en la que resuenan varios tonos de voces, incluyendo tiempos de silencio, con el fin de crear el ”acorde” entre los participantes, es decir, reconocerse animados por un único Espíritu, y por un mismo fin. En efecto, “el saludo sacerdotal y la respuesta del pueblo manifiestan el misterio de la Iglesia reunida” (Instrucción general del Misal Romano, 50). Se expresa, pues,  la fe común y el deseo mutuo de estar con el Señor y de vivir la unidad con toda la comunidad.
Y esta es una sinfonía de oración que se está creando y presenta enseguida  un momento muy conmovedor, porque aquellos que presiden invitan a todos a reconocer sus propios pecados. Todos somos pecadores. No sé, a lo mejor alguno de vosotros no es pecador… Si hay alguno que no es pecador que levante la mano, por favor, así podemos verlo todos. Pero no hay manos levantadas; bien: ¡vuestra fe es buena! Todos somos pecadores y por eso al principio de la misa pedimos perdón.  Es el acto penitencial. No se trata solo de pensar en los pecados cometidos, sino mucho más: es la invitación a confesarse pecadores ante Dios y ante la comunidad, ante los hermanos, con humildad y sinceridad, como el publicano en el templo. Si verdaderamente la Eucaristía hace presente el misterio pascual,  es decir, el paso de Cristo de la muerte a la vida, entonces lo primero que tenemos que hacer es reconocer cuales son nuestras situaciones de muerte para poder  resucitar con Él a una vida nueva. Esto nos hace comprender cuán importante es el acto penitencial. Y por eso, retomaremos el tema en la próxima catequesis.
Vamos paso a paso en la explicación de la misa. Pero, por favor, enseñad a los niños a hacerse bien la señal de la cruz.
© Librería Editorial Vaticano

Comentario al evangelio de hoy miércoles 20 de diciembre de 2017.

Ya está aquí
Miércoles III de Adviento

Por: H. Rubén Tornero, L.C.
Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/67742/ya-esta-aqui.html
 
 
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, te doy las gracias por este momento que me regalas. Has esperado desde siempre este momento. Me amas y me has esperado pacientemente. ¡Gracias! De tus manos amorosas he recibido todo lo que tengo y lo que soy. Hoy quisiera agradecerte por ser quien eres. Porque eres simplemente maravilloso…y me amas tal cual soy.
Creo en Ti, pero ayúdame a creer cada día más en Ti y en que, si Tú estás conmigo, nada debo temer. Confío en Ti, pero aumenta mi confianza. Ayúdame a abandonarme en tus brazos igual que un bebé se abandona en los de su mamá.Te amo, Jesús, empero, te suplico que me enseñes a amarte. ¡Aumenta mi amor! Hazme un instrumento de tu amor. Quiero ser un reflejo de tu amor para los demás. Ayúdame y no permitas que me separe de Ti. Amén.
 
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin».
María le dijo entonces al ángel: «¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios». María contestó: «Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho». Y el ángel se retiró de su presencia.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
María, hoy quisiera penetrar en tus pensamientos y descubrir cuáles son los sentimientos que se albergan en tu corazón. ¿Cómo pasas las noches antes de que llegue el momento en que puedas mirar el rostro de tu Hijo?
Me parece verte allí, sentada, acariciando tu vientre con un amor casi tan indescriptible como grande. Han pasado ya casi nueve meses desde el anuncio del ángel. En tu corazón todavía resuenan las palabras: «alégrate, el Señor está contigo».
¡Realmente está contigo! Puedes sentir cómo poco a poco el Dios todopoderoso va haciéndose carne en tus entrañas. El Señor está contigo y Él es tu alegría. Él es tu alegría como lo es cualquier hijo para su mamá…pero sobre todo, Él es tu alegría porque Él es Dios y está contigo… está dentro de ti.
Me parece ver a José que te mira desde un ángulo de la habitación, también él absorto en sus pensamientos. Recuerda las dudas que le asaltaron cuando te vio encinta y pensó en dejarte en secreto. Ha pasado el tiempo. Mira cómo dentro de su esposa crece el Dios todopoderoso a quién él deberá de defender.
Veo que te percatas de la presencia de José y lo invitas a venir a tu lado. ¡Qué silencio tan maravilloso! No tienen necesidad de palabras para comprender lo que pasa en el corazón del otro. Ese silencio es tan sagrado, es como si tú y José, intentaran escuchar a la Palabra eterna de Dios que ahora crece en silencio dentro de ti, María.
¡Enséñame, Madre, a esperar a Jesús con el amor con que tú y José lo esperan ya!
La Virgen María está llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor hizo en ella. La gracia de Dios la envolvió, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, también el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella en un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia transforma el corazón, y lo hace capaz de realizar ese acto tan grande que cambiará la historia de la humanidad.
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de diciembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy me detendré delante de un nacimiento y rezaré un Avemaría pidiéndole a María que me enseñe a esperar, como ella, a Jesús.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

EDD. miércoles 20 de diciembre de 2017.

Fuente : http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20171219
Feria de Adviento: Semana antes de Navidad (20 dic.)
Libro de Isaías 7,10-14.
Una vez más, el Señor habló a Ajaz en estos términos:
«Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del Abismo, o arriba, en las alturas».
Pero Ajaz respondió: «No lo pediré ni tentaré al Señor.»
Isaías dijo: «Escuchen, entonces, casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios?.
Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel.
 
Salmo 24(23),1-4ab.5-6.
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque El la fundó sobre los mares,
Él la afirmó sobre las corrientes del océano.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob.
 
Evangelio según San Lucas 1,26-38.
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?».
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó.
Comentario del Evangelio por San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia. Alabanzas de la Virgen María, 4,11
“Que se haga en mí según tu palabra.”
Escuchemos la respuesta de aquella que fue elegida para ser Madre de Dios sin perder su humildad: “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)…Diciendo estas palabras, María expresa más bien su vivo deseo que no la realización de él, como quien tuviera alguna duda acerca de su cumplimiento. No obstante, nada nos impide de ver en su “hágase” una “oración”. Porque Dios quiere que le pidamos incluso las cosas que él nos promete. Sin duda, ésta es la razón porque empieza por prometernos muchas cosas que tiene decidido darnos: la promesa despierta nuestra piedad, y la oración nos hace merecedores de lo que gratuitamente recibimos…
La Virgen lo ha comprendido ya que al don gratuito une el mérito de su oración: “Que se haga en mí según tu palabra. Que la Palabra eterna haga en mí lo que dice tu palabra hoy. Que la Palabra que desde el origen está junto a Dios se haga carne en mi carne según tu palabra… Que esta Palabra no sea sólo perceptible a mis oídos sino visible a mis ojos, palpable a mis manos, que yo la pueda llevar en mis brazos. Que no sea una palabra escrita y muda, sino la Palabra encarnada y viviente; no por signos inertes trazados sobre un pergamino seco, sino una Palabra en forma humana, impresa y viva en mis entrañas… “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros mayores por medio de los profetas….” (Hb 1,1) Su palabra les fue dado a conocer, a proclamar y a practicar… En cuanto a mí, yo pido que se instale en mis entrañas… Llamo a la Palabra insuflada en mí en el silencio, encarnada en una persona, corporalmente unida a mi carne… Que se encarne en mí para el mundo entero».

Comentario al evangelio de hoy martes 19 de diciembre de 2017

Lo único que tenemos que hacer es confiar.
Martes III de Adviento.

 
Por: H. Adrián Olvera, L.C.
Fuente:  http://es.catholic.net/op/articulos/67741/lo-unico-que-tenemos-que-hacer-es-confiar.html
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, no permitas que jamás dude de la grandeza de tu amor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación).
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 5-25
Hubo en tiempo de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una descendiente de Aarón, llamada Isabel. Ambos eran justos a los ojos de Dios, pues vivían irreprochablemente, cumpliendo los mandamientos y disposiciones del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos, de avanzada edad.
Un día en que le correspondía a su grupo desempeñar ante Dios los oficios sacerdotales, le tocó a Zacarías, según la costumbre de los sacerdotes, entrar al santuario del Señor para ofrecer el incienso; mientras todo el pueblo estaba afuera, en oración, a la hora de la incensación.
Se le apareció entonces el ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y un gran temor se apoderó de él. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien le pondrás el nombre Juan. Tú te llenarás de alegría y regocijo, y otros muchos se alegrarán también de su nacimiento, pues él será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor y estará lleno del Espíritu Santo, ya desde el seno de su madre. Convertirá a muchos israelitas al Señor; irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia sus hijos, dar a los rebeldes la cordura de los justos, y prepararle así al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo».
Pero Zacarías replicó: «¿Cómo podré estar seguro de esto? Porque yo ya soy viejo y mi mujer también es de edad avanzada». El ángel le contestó: «Yo soy Gabriel, el que asiste delante de Dios. He sido enviado para hablar contigo y darte esta buena noticia. Ahora tú quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo». Mientras tanto, el pueblo estaba aguardando a Zacarías, y se extrañaba de que tardara tanto en el santuario. Al salir no podo hablar y en esto conocieron que había tenido una visión en el santuario. Entonces trató de hacerse entender por señas y permaneció mudo.
Al terminar los días de su ministerio, volvió a casa. Poco después concibió Isabel, su mujer, y durante cinco meses no se dejó ver, pues decía: «Esto es obra del Señor. Por fin se dignó quitar el oprobio que pesaba sobre mí».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Lo único que tenemos que hacer es confiar
Hay oraciones que nunca han salido más allá de nuestra boca; se han quedado en cuatro paredes, en nuestro pensamiento y en nuestro corazón.Son oraciones que muestran aquello que anhelamos, y aunque no las digamos, estamos seguros que Dios las conoce.
Ese tipo de oraciones, que también son deseos, podemos confiar que Dios los ha puesto en nuestro corazón pues los quiere cumplir; nosotros lo único que tenemos que hacer, es confiar.
Confiar en que si éstos vienen de Dios se cumplirán; confiar en que se realizarán, quizá no pensábamos, pero siempre de la mejor manera, pues Dios siempre da más de lo que uno puede esperar.
Confiar… Confiar…
Suena muy fácil; de hecho, es sencillo de escribir, pero no lo es tanto de vivir. Sin embargo, tenemos que recordar que Dios es un Dios que calla, que escucha y responde. Un Dios que muchas veces se nos ha acercado y nos dice «No teman pues su petición ha sido escuchada». Un Dios que nos conoce y sabe cuáles son nuestros profundos deseos…, nuestras más profundas ilusiones y que nos concederá aquello que no necesitamos y que incluso no hemos sabido pedir.
Confiar…confiar…
El cristiano está llamado a comprometerse concretamente en las realidades terrenales, pero iluminándolas con la luz que viene de Dios. El confiarse de forma prioritaria a Dios y la esperanza en Él no comportan una huida de la realidad, sino restituir laboriosamente a Dios aquello que le pertenece. Por eso el creyente mira a la realidad futura, la de Dios, para vivir la vida terrenal con plenitud y responder con coraje a sus desafíos.
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de octubre de 2017).
Diálogo con Cristo 
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hacer un acto de confianza en mi prójimo, obedeciendo con prontitud y confianza, lo que hoy se me pida.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.