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EDD. MARTES 08 DE MARZO DE 2016.

Martes de la cuarta semana de Cuaresma
Libro de Ezequiel 47,1-9.12.
Un ángel me llevó a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.
Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.
Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos.
Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura.
Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.
El hombre me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?», y me hizo volver a la orilla del torrente.
Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.
Entonces me dijo: «Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas.
Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente.
Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio».
Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9.
El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva
y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar.
Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.
El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.
Vengan a contemplar las obras del Señor,
Él hace cosas admirables en la tierra.
Evangelio según San Juan 5,1-16.
Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
[Porque el Angel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal.]
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?».
El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes».
Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina».
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado,
y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: «Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla».
El les respondió: «El que me curó me dijo: ‘Toma tu camilla y camina'».
Ellos le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te dijo: ‘Toma tu camilla y camina?'».
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: «Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía».
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.
Comentario del Evangelio por
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Homilía 124
“¿Quieres recobrar la salud?”
Los milagros de Cristo simbolizan las diferentes circunstancias de nuestra salvación eterna…; esta piscina es símbolo del don precioso que nos hace el Verbo del Señor. En pocas palabras: esta agua es símbolo del pueblo judío; los cinco pórticos, son símbolo de la Ley, escrita por Moisés, en cinco libros. Esta agua, pues, estaba rodeada por cinco pórticos, como el pueblo lo estaba por la Ley. El agua que se agitaba y removía, es la Pasión sufrida por el Salvador en medio de este pueblo. El que bajaba hasta el agua era curado, pero solamente uno, siendo así figura de la unidad. Los que no pueden soportar que nadie les hable de la Pasión de Cristo, son unos orgullosos; no quieren descender hasta el agua, y por eso no se curan. Así dice el hombre altanero: “¿Cómo puedo creer que un Dios se ha encarnado, que un Dios ha nacido de una mujer, que un Dios ha sido crucificado, flagelado, cubierto de llagas, que ha muerto y ha sido sepultado? No; jamás podré yo creer en estas humillaciones de un Dios; son indignas de él”.
Dejad hablar a vuestro corazón, mejor que a vuestra cabeza. Si las humillaciones de un Dios parecen indignas a los arrogantes, es porque están muy lejos de sanarse. Guardaos, pues, de este orgullo; si deseáis ser curados, aceptad bajar hasta el agua. Tendríais razón de alarmaros si se os dijera que Cristo ha sufrido algún cambio al encarnarse. Pero no… vuestro Dios permanece igual al que era, no temáis; no muere y os priva a vosotros mismos de morir. Sí, permanece lo que es; nace de una mujer, pero según la carne… Es en tanto que hombre que ha sido prendido, atado, flagelado, cubierto de ultrajes y al fin crucificado y muerto. ¿Por qué os asustáis? El Verbo del Señor permanece eternamente. Quien rechaza las humillaciones de un Dios, no quiere ser curado de la hinchazón mortal de su orgullo.
Nuestro Señor Jesucristo, pues, ha devuelto, por su encarnación, la esperanza a nuestra carne. Ha tomado para él los frutos demasiado conocidos y tan comunes a esta tierra, como son el nacimiento y la muerte. Efectivamente, el nacimiento y la muerte son bienes que la tierra poseía en abundancia; pero no eran propios de ésta ni la resurrección ni la vida eterna. Él ha encontrado aquí los malditos frutos de esta ingrata tierra, y nos ha dejado, en intercambio, los bienes de su reino celestial.
Fuente: Evangelizo.org

Invitación a descubrir el Dios que se relaciona con nosotros.

Invitación a descubrir el Dios que se relaciona con nosotros.
En el retiro del Papa: ‘No interrogar al Señor, sino dejarnos interrogar por Él’.
https://es.zenit.org/articles/en-el-retiro-del-papa-no-interrogar-al-senor-pero-dejarnos-interrogar-por-el/
En el segundo día de retiro del Papa y la Curia Romana, el predicador invitó a descubrir el Dios que se relaciona con nosotros.
7 marzo 2016Sergio MoraEl papa Francisco
El Papa Francisco durante el segundo día del retiro espiritual de 2016
(ZENIT – Roma).- En el segundo día de los ejercicios espirituales del papa Francisco y de la Curia Romana, que se realizan en una casa de retiro en las afueras de Roma, el tema fue sobre las interrogaciones que nos plantea el Evangelio.
Las meditaciones realizadas por el sacerdote Ermes Ronchi, de la Orden de los Siervos de María, iniciaron por el pasaje evangélico de Juan: “Jesús se giró y observando a quienes lo seguían les dijo: ¿Qué buscais?”. Y la primera respuesta dada fue la de detenerse para escuchar a un Dios de preguntas: no interrogar al Señor, pero dejarnos interrogar por Él.
Y en cambio de correr a buscar rápido una respuesta, el predicador invitó detenerse para vivir bien las preguntas del Evangelio. Para amar las preguntas porque “esas ya son revelación”. Porque “las preguntas son (…) el otro nombre de la conversión”.
“Jesús –dijo el padre Ronchi– educa a la fe más a través de las preguntas que de las palabras afirmativas”. Y no es por caso que los cuatro Evangelios reportan 220 preguntas del Señor.
Porque “la pregunta es la comunicación no violenta, que no hace callar al otro sino que propone el diálogo, involucra pero al mismo tiempo deja libertad. Jesús mismo es una pregunta. Su vida y su muerte nos interpelan sobre el sentido último de las cosas, sobre qué hace la vida feliz. Y la respuesta nuevamente es Él”.
Jesús pide cuál es mi deseo más fuerte, señaló el predicador. En cambio no pide sobre todo renuncias o sacrificios, no pide inmolarse en el altar del deber y del esfuerzo. Antes de todo pide “entrar en mi corazón, entenderlo, conocerlo”.
Porque buscar la felicidad es buscar a Dios y la pasión por Dios nace al descubrir la belleza de Cristo. Dios no me atrae porque es omnipotente, ni me seduce porque es eterno, sino que “me seduce con el rostro y la historia de Cristo, el hombre de la vida buena y bienaventurada”.
La fe es buscar a “un Dios sensible al corazón, que hace feliz al corazón, cuyo nombre es alegría, libertad, plenitud. Dios es la belleza. Y nos compete a nosotros anunciar a un Dios bello, deseable, interesante”.
Y lamentó que a veces “hemos empobrecido el rostro de Dios, a veces lo hemos reducido en miseria”. Quizás un Dios que se adora “pero no relacionado al punto que ríe y juega con sus hijos”.
Porque cada hombre –concluyó el padre Ermes Ronchi– busca a un Dios que se involucra. Y advirtió que contrariamente “Dios puede morirse de aburrimiento en nuestras iglesias”. Por ello invitó a restituir “un rostro solar, un Dios que podemos gozar, desear”. Porque entonces será como beber en el manantial de la luz, en los límites del infinito. ¿Qué buscamos? ¿Por qué caminamos? “Busco un Dios deseable, camino que me vuelva feliz el corazón”.

COMENTARIO AL EVANGELIO DE HOY LUNES 07 DE MARZO DE 2016.

Vete que tu hijo vive.
Cuaresma y Semana Santa
Si queremos que de verdad Dios nos cure, tenemos que acercarnos a Él confiadamente.
Por: Laureano López
Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Juan 4, 43-54
Pasados los dos días en Samaria, partió de allí para Galilea. Pues Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive». Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. Él les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Oración introductoria
Señor mío, aquí estoy para escucharte porque sé que tu palabra es espíritu y vida. Jesús mío, Tú conoces y sabes que muchas veces en mi vida pongo mi confianza en las palabras del mundo y me falta crecer en la fe para llegar a la certeza que me brindan tus palabras. Te ofrezco esta meditación por todos aquellos que no creen en la fuerza transformativa de tu palabra. Purifica los ojos de nuestra pobre razón humana con el colirio de la fe, para que podamos contemplar la realidad como Tú la ves.

Petición
Dios mío ayúdame a ser coherente y vivir de la fe. Que viva lo que creo, para evitar el error de creer como vivo.

Meditación del Papa Francisco

¿Lo han pensado? ¡El Señor sueña conmigo! ¡Estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiar mi vida! Y hace muchos planes. Fabricaremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos… estas son ilusiones que hace solamente un enamorado. Y aquí el Señor se muestra enamorado de su pueblo. Cuando el Señor dice a su pueblo: «Yo te he elegido no porque seas el más fuerte, el más grande, o el más poderoso. Sino que te he elegido porque eres el más pequeño de todos. También puede decir: el más miserable de todos. Yo te he elegido así». Y esto es amor.

Dios está enamorado de nosotros. Creo que no haya ningún teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar. Sobre esto solo se puede pensar, escuchar y llorar de alegría. El Señor nos puede cambiar.

¿Y qué debemos hacer? Creer. Creer que el Señor puede cambiarme, que el Señor es poderoso: como ha hecho con ese hombre que tenía el hijo enfermo, en el Evangelio. Ese hombre creyó en la palabra que Jesús le había dado y se puso en camino. Creyó que Jesús tenía el poder de cambiar a su hijo, la salud del niño. Y venció.

La fe es dar espacio a este amor de Dios, es hacer espacio al poder, al poder de Dios, pero de que uno que es poderoso, al poder de uno que me ama, que está enamorado de mí y que quiere la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es hacer espacio al Señor para que venga y me cambie. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 16 de marzo de 2015, en Santa Marta).

Reflexión
Jesús nos quiere devolver la salud, como al hijo del funcionario real, y quiere liberarnos de toda esclavitud y tristeza perdonándonos todas nuestras faltas. Si tenemos fe, si queremos que de verdad nos cure, debemos acercarnos confiadamente para que nos llene de su gracia. Por esto, cada vez que nos disponemos a recibirle en la Eucaristía le decimos una breve oración que nos hace más humildes, “Señor, no soy digno que entres a mi casa, pero sé que basta una palabra tuya para sanarme”.

La vida diaria nos presenta un reto muy grande que consiste en vivir desde la fe, en creer plenamente en Cristo. El Evangelio nos ofrece una clave preciosa para dirigir nuestras acciones cotidianas, para convertirnos en apóstoles verdaderos de Cristo y obtener la vida. “Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino”. La palabra de Cristo se convierte en transformativa cuando el hombre la acepta, se convierte, se pone en camino y así puede llegar a la vida. Vida que no sólo es física, sino vida espiritual y eterna. La fuerza de Dios se manifiesta en Cristo que es la Palabra. Una Palabra en la que la vida, acciones y pensamientos están perfectamente unidos. Por ello Cristo es la Persona más coherente y eso le da credibilidad. Los cristianos, como apóstoles y seguidores de Cristo, estamos llamados a ser testimonios coherentes de vida. Por ello no se puede separar la fe de la vida y, en consecuencia, las acciones del apóstol de Cristo siguen la moral cristiana. Por ello los mayores apóstoles de todos los tiempos han sido, no los hombres buenos, sino los hombres santos. Aquellos que hablaban “de Cristo” pero porque habían hablado primero “con Cristo”. Aquellos que habían hecho primero un encuentro profundo con la Palabra que cambió radicalmente su vida.

Propósito
Procuraré hacer una reflexión evangélica con toda mi familia.

Diálogo con Cristo
Jesús, Tú eres la Palabra del Padre que has venido al mundo para darme la vida y salvarme. Sé que Tú puedes transformarme pero quieres que yo libremente te acepte. Ayúdame para que crea y tenga vida y pueda mi experiencia de encuentro contigo a toda mi familia.

Es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón(San Pablo. Heb 4,12).

EDD. LUNES 07 DE MARZO DE 2016.

Lunes de la cuarta semana de Cuaresma.
Libro de Isaías 65,17-21.
Así habla el Señor:
Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria,
sino que se regocijarán y se alegrarán para siempre por lo que yo voy a crear: porque voy a crear a Jerusalén para la alegría y a su pueblo para el gozo.
Jerusalén será mi alegría, yo estaré gozoso a causa de mi pueblo, y nunca más se escucharán en ella ni llantos ni alaridos.
Ya no habrá allí niños que vivan pocos días ni ancianos que no completen sus años, porque el más joven morirá a los cien años y al que no llegue a esa edad se lo tendrá por maldito.
Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos.
Salmo 30(29),2.4.5-6.11-12a.13b.
Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú, Señor, me levantaste del Abismo
y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro.
Canten al Señor, sus fieles;
den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante,
y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría.
«Escucha, Señor, ten piedad de mí;
ven a ayudarme, Señor.»
Tú convertiste mi lamento en júbilo,
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!
Evangelio según San Juan 4,43-54.
Jesús partió hacia Galilea.
El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo.
Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún.
Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen».
El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera».
«Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su hijo vivía.
El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Comentario del Evangelio por
Baudoin de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo
Homilía 6 sobre Hebreos 4,12.
«El hombre creyó en la palabra de Jesús»
«La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo». (Hb 4,12). A través de estas palabras el apóstol enseña a los que buscan a Cristo –Palabra, Fuerza y Sabiduría de Dios- toda la fuerza, toda la sabiduría que contiene la Palabra de Dios. Esta Palabra estaba al principio junto al Padre, eterna como él (Jn 1,1). En su tiempo fue revelada a los apóstoles, anunciada por ellos y humildemente recibida en la fe por el pueblo de los creyentes.
Hay, pues, una Palabra en el Padre, una Palabra en la boca de los apóstoles, una Palabra en el corazón de los creyentes. La Palabra en la boca es expresión de la Palabra que está en el Padre; es también expresión de la Palabra que hay en el corazón del hombre. Cuando se comprende la Palabra, o cuando se la cree, o cuando se la ama, la Palabra en el corazón del hombre se convierte en inteligencia de la Palabra, o en fe en la Palabra, amor en la Palabra. Cuando estas tres se reúnen en un solo corazón, en un momento se comprende, se cree y se ama a Cristo, Palabra de Dios, Palabra del Padre… Cristo habita en esta persona por la fe, y por una admirable condescendencia baja del Padre al corazón del hombre…
Esta Palabra de Dios… es viva: el Padre le ha dado tener la vida en ella misma tal como él tiene la vida en sí mismo (Jn 5,26). Es por eso que no solamente es viva, sino que es Vida, tal como está escrito: «Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida» (Jn 14,6). Y puesto que es la Vida, es viva para ser vivificante, porque «lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere» (Jn 5,21).
Fuente: Evangelizo.org

MENSAJE DEL PAPA DURANTE EL REZO DEL ANGELUS DE HOY.

 
El Papa en el ángelus: Dios nos ha hecho el gran regalo de la libertad.
TEXTO COMPLETO. El Santo Padre reflexiona sobre la parábola del hijo pródigo. Expresa su cercanía a las Misioneras de la Caridad y aseguran que son los “mártires” de hoy.
 
https://es.zenit.org/articles/el-papa-en-el-angelus-dios-no-ha-hecho-el-gran-regalo-de-la-libertad/​
 
6 marzo 2016RedaccionEl papa Francisco
(ZENIT  – Ciudad del Vaticano). – El papa Francisco se ha asomado un domingo más a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
 
Estas son las palabras del Santo Padre antes del ángelus :
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el capítulo quince del Evangelio de Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja encontrada (vv. 4-7), la de la moneda encontrada (vv. 8-10), y la gran parábola del hijo pródigo, o mejor, del padre misericordioso (vv. 11-32). Hoy sería bonito que cada uno de nosotros, tomase el Evangelio y en el capítulo quincie de Lucas y lea las tres parábolas. Hoy, dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta precisamente esta última parábola, que tiene como protagonista a un padre con sus dos hijos. La historia nos da a entender algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Conmociona sobre todo su tolerancia delante de la decisión del hijo más pequeño de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, joven chico o buscar algún abogado para no darle la herencia porque estaba todavía vivo. Sin embargo le permite marchar, aún viendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque creándonos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer buen uso de ella. Este regalo de la libertad que nos da Dios, me emociona siempre.
Pero el desapego de ese hijo es solo físico. El padre lo lleva siempre en el corazón, espera con confianza su regreso, escruta el camino con la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a lo lejos (cfr v. 20). Pero esto significa que este padre, cada día subía a la terraza a mirar para ver si volvía su hijo. Entonces se conmueve, corre a su encuentro, lo abraza, lo besa. ¡Cuánta ternura! Y este hijo había hecho cosas… Pero el padre lo recibe así.
La misma actitud reserva el padre al hijo mayor, que siempre se ha quedado en casa, y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad hacia el hermano que se ha equivocado. El padre sale al encuentro también de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común (v. 31), pero es necesario acoger con alegría al hermano que finalmente ha vuelto a casa. Y esto me hace pensar algo, cuando uno se siente pecador, se siente realmente poca cosa, o como algunos he escuchado, tanta gente que dice ‘Padre soy una basura’. Es uno el que va al padre. Sin embargo cuando uno se siente justo, ‘yo siempre he hecho las cosas bien’. También el padre viene a buscarnos porque esa actitud de sentirse justo es una actitud mala, es la soberbia, es del diablo. El padre espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. Este es nuestro padre.
En esta parábola se puede intuir también un tercer hijo. Tercer hijo, ¿dónde? ¡escondido! El que era de condición divina, “no consideró esta igualdad con Dios, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” (Fil 2,6-7). Este Hijo-Siervo, es Jesús, es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha acogido el prodigio y ha lavado sus pies sucios; Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser “misericordiosos como el Padre”.
La figura del padre de la parábola desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos solos; está siempre preparado a abrirnos sus brazos cualquier cosa haya sucedido. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdidos, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos coge, nos restituye la dignidad de sus hijos, y nos dice ‘ve adelante, en paz, levántate, ve adelante’.
En este tramo de Cuaresma que aún nos separa de la Pascua, estamos llamados a intensificar el camino interior de conversión. Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado. La Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la Divina Misericordia.
 
Después del ángelus,
Queridos hermanos y hermanas,
Expreso mi cercanía a las Misioneras de la Caridad por el grave luto que las ha golpeados hace dos días con el asesinato de cuatro religiosas en Aden, en Yemen, donde asistían a los ancianos. Rezo por ellas y por las otras personas asesinadas en el ataque, y por los familiares. Estas son los mártires de hoy, y no son portada de los periódicos. No son noticia. Estos dan su sangre por la Iglesia. Son víctimas del ataque de esos que las han matado y también de la indiferencia, de esta globalización de la indiferencia, que no importa. Madre Teresa acompañe en el paraíso a estas hijas suyas mártires de la caridad, e interceda por la paz y el sagrado respeto de la vida humana.
Como signo concreto de compromiso por la paz y la vida quisiera citar y expresar admiración por la iniciativa de los pasillos humanitarios para los refugiados, iniciada recientemente en Italia. Este proyecto piloto, que une la solidaridad y la seguridad, consiente ayudar a personas que huyen de la guerra y de la violencia, como los cien de refugiados ya trasladados en Italia, entre los cuales niños enfermos, personas discapacitadas, viudas de guerra con hijos y ancianos. Me alegro también porque esta iniciativa es ecuménica, siendo sostenida por la Comunidad de San Egidio, Federaciones de las Iglesias Evangélicas Italianas, Iglesias Valdenses y Metodistas.
 
Os saludo a todos vosotros, peregrinos venidos de Italia y de muchos países, en particular los fieles de la Misión Católica de Hagen (Alemania), como también los de Timisoara (Rumanía), Valencia (España) y Dinamarca.
Saludo a los grupos parroquiales de Taranto, Avellino, Dobbiaco, Fane (Verona) y Roma; los jóvenes de Milán, Almenno San Salvatore, Verdellino-Zingonia, Latiano, y los jóvenes de Vigonovo; las Escuelas “Don Carlo Costamagna” de Busto Arsizio e “Inmaculada” de Soresina; los grupos de oración “Santa María de los Ángeles y de la Esperanza”; la Confederación Nacional Ex-alumnos de la Escuela Católica.
Pido por favor un recuerdo en la oración por mí y por mis colaboradores, que desde este tarde y hasta el viernes haremos los Ejercicios Espirituales.
Os deseo a todos un buen domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
 

COMENTARIO AL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 06 DE MARZO DE 2016.

Un Padre con corazón de madre.
4o.Domingo Cuaresma Ciclo C.
¿Quién no se atreverá a volver a los brazos de un Padre infinitamente bueno y misericordioso como nuestro Dios?
Por: P. Sergio A. Córdova.
Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús todos los publicanos y los pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.» Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.» Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus siervos: «Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.» El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!» Pero él le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.»

Oración introductoria
Señor, no merezco tu misericordia porque no he sabido corresponder. La tentación y mi debilidad me llevan a actuar como los hijos de esta parábola. Sé, creo y confío en que Tú estás aguardando este momento de oración para obsequiarme tu gracia, permite que sepa acogerla y aprovecharla para poder crecer en el amor.

Petición
Señor, ayúdame a volver a Ti cada día, como lo hizo el hijo pródigo.

Meditación del Papa Francisco
La llamada de Jesús nos impulsa a cada uno de nosotros a no detenerse jamás en la superficie de las cosas, sobre todo cuando estamos ante una persona. Estamos llamados a mirar más allá, a centrarnos en el corazón para ver de cuánta generosidad es capaz cada uno.

Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para acceder a ella y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a nadie. Sus puertas permanecen abiertas de par en par, para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la certeza del perdón. Cuanto más grande es el pecado, mayor debe ser el amor que la Iglesia expresa hacia quienes se convierten. ¡Con cuánto amor nos mira Jesús! ¡Con cuánto amor cura nuestro corazón pecador! Jamás se asusta de nuestros pecados.

Pensemos en el hijo pródigo que, cuando decidió volver al padre, pensaba hacerle un discurso, pero el padre no lo dejó hablar, lo abrazó (cf. Lc 15, 17-24). Así es Jesús con nosotros. “Padre, tengo muchos pecados…”. —“Pero Él estará contento si tú vas: ¡te abrazará con mucho amor! No tengas miedo”. (Homilía de S.S. Francisco, 13 de marzo de 2015).

Reflexión
Nos encontramos ante una de las parábolas más bellas y conmovedoras que brotaron de los labios de Jesús. Me gusta imaginar a los discípulos escuchando a nuestro Señor esta hermosa historia, y mirar sus reacciones, los gestos de su rostro, medir el tamaño de su admiración. Estoy seguro de que les habrá impactado enormemente. Yo recuerdo que, cuando era todavía muy niño, me encantaba escucharla.

Un autor espiritual contemporáneo, Henri Nouwen, escribió el año 1994 un libro estupendo, titulado «El regreso del hijo pródigo». Es de carácter autobiográfico y nos narra la profunda reacción interior que suscitó en él la contemplación de un cuadro de Rembrandt, que inmortaliza el instante en que aquel hijo pródigo, con los vestidos y el corazón hechos harapos, llega a la casa paterna, se postra ante su padre y recibe aquel maravilloso abrazo de perdón. El cuadro es sumamente expresivo y habla por sí solo. Es impresionante el rostro profundamente conmovido del anciano padre, la ternura inmensa con que lo acoge y la postración del hijo que, quebrantado y arrepentido, se reconcilia con él. Mientras tanto, el hermano mayor, de pie, soberbiamente erguido, a una cierta distancia, observa con mirada crítica, dura y altanera la escena del encuentro. Él, ciertamente, no está de acuerdo con lo que hace el padre, lo juzga en su interior y no acepta ese comportamiento. En este libro, el autor nos abre la intimidad de su alma, nos describe su propia experiencia de conversión y su itinerario espiritual hacia Dios. Vale la pena leerlo.
Muchos Santos Padres, teólogos, exegetas y autores espirituales han comentado este pasaje a lo largo de la historia, y han sacado de él abundantísimas lecciones para su propia vida y para enseñanza de los cristianos. Sería interesante detenernos a comentarlo detalle por detalle, pero no nos es posible ahora. Esta meditación podría ser objeto de unos ejercicios espirituales.

Georges Chevrot, al fijar su mirada en los hijos de la parábola, escribe: «Yo me preguntaría a cuál de los dos hijos nos gustaría parecernos. El uno no había sabido guardar su alma; el otro no había sabido entregar su corazón. Ambos han contristado a su padre; ambos se han mostrado duros con él; ambos han ignorado su bondad. El uno por su desobediencia, el otro a pesar de su obediencia. ¿A cuál nos gustaría parecernos? ¿Al disipador? ¿Al calculador? No hay en la parábola un tercer hijo al que pudiéramos referirnos y, por lo tanto, nos vemos obligados a convenir en que somos el uno o el otro… O tal vez el uno y el otro».

Si somos sinceros con nosotros mismos, tenemos que vernos retratados en la parábola. Y casi siempre nos ponemos en el papel del hijo menor: el ingrato, el pecador, el que se marcha de la casa del padre y, después de gastar toda la herencia y vivir disolutamente, vuelve al padre, con el alma hecha pedazos, a pedirle de rodillas perdón.

Pero tal vez nunca nos hemos visto reflejados también en la figura del hijo mayor: el hijo soberbio, orgulloso, altanero, frío e inmisericorde. Ese hijo tiene el corazón de piedra, y ni la bondad del padre es capaz de romper tanta dureza. Vive en la casa del padre, pero no ama al padre; tolera su señorío y más parece un esclavo, un jornalero a la fuerza que un verdadero hijo. Lo critica en su interior y se convierte en un juez implacable; no condivide con el padre lo que él más ama y se muestra envidioso de su bondad y de su generosidad. Se siente injustamente tratado y mal pagado, y se queja amargamente con aquella dura recrimación que, sin duda, contrista hondamente el corazón de su padre: «Mira, en tantos años como te sirvo, nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos»… Y luego le echa en cara la liberalidad con que acoge al hijo, repudiándolo él como hermano: «y cuando regresa ese hijo tuyo, le matas el ternero cebado». Ya no lo considera su hermano -tal vez nunca lo ha considerado así- y, con esto, está diciéndole al padre que no era realmente su padre, puesto que su hermano no era realmente su hermano. Se siente ofendido por la «injusticia» del padre hacia él.

Pero lo más hermoso de la historia es el comportamiento maravilloso del padre. No sólo no impide que el hijo menor se marche de casa, sino que le da, sin protestar, toda la herencia que le corresponde. ¿Qué padre hace eso y se humilla ante una petición insensata y caprichosa de un hijo? Cualquiera de nosotros le hubiera dado un buen bofetón a ese hijo por tamaña insolencia. Y el padre de la parábola no. Le da la herencia y, en vez de maldecirlo, amenazarlo y romper con él –como habría hecho cualquier padre de la tierra- éste vive esperando el día del retorno de aquel hijo ingrato. Sabía que volvería, porque no podría vivir fuera de casa. Y el padre lo espera y se sube a la azotea del palacio todos los días a ver si su hijo volvía. ¡Qué locura de amor, de piedad, de compasión y de misericordia!

Bruno Maggioni, un escriturista contemporáneo, ha publicado recientemente un libro muy sugestivo, titulado: «Un padre con un corazón de madre». Y es un bello comentario a esta parábola de nuestro Señor. El protagonista de la historia no es el hijo pródigo, sino el Padre de las misericordias.
¡Qué gran fiesta organiza cuando el hijo, por fin, llega de nuevo a casa! Cuando lo ve venir, todavía a lo lejos, se lanza a correr desde la azotea del palacio y le sale al encuentro con los brazos abiertos, se echa a su cuello con inmensa ternura y lo cubre de besos. Y enseguida comienza a dar órdenes de fiesta: «Pronto, sacad enseguida el mejor traje y vestídselo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies». Lo primero que hace es restablecerle en su antigua dignidad de hijo del rey. El vestido lo eleva a la condición de huésped de honor; el anillo es el signo de plenos poderes y las sandalias de su categoría de hombre libre. Y continúa: «Traed el ternero cebado y matadle, y celebremos un banquete». ¡Que venga la música y comience el baile!

Es admirable el inmenso poder de la ternura: destruye lo pasado, regenera, da nueva vida. El hijo aquel venía a la casa del padre con la intención de ser un esclavo más, y se ve elevado a la categoría de hijo predilecto, con plenos poderes, y restituida toda su dignidad. Si nosotros hubiéramos tenido que inventar una parábola para hablar de la bondad de Dios y para contar cómo perdona Él, seguramente hubiésemos sido mucho más cautos. Pero el amor de Dios es un amor sin límites, un amor infinito, una ternura que desborda las barreras de lo imaginable.
¡Éste es el Dios Padre, que nos sigue invitando a la conversión en esta Cuaresma! «Conversión» significa, precisamente, «volver a Dios», como el hijo pródigo; o volver con todo el corazón al Padre, como el hijo mayor, aunque nunca nos hayamos marchado de la casa fisicamente, pero sí con el corazón. ¿Quién no se atreverá a volver a los brazos de un Padre tan infinitamente bueno y misericordioso como nuestro Dios?

Propósito
Conocer la vida de san José, o iniciar una novena para preparar su fiesta, por ser un modelo de esposo y padre.

Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por esta oración, por este domingo en que deseo ardientemente contemplar y apreciar tu misericordia para dejarme transformar por tu amor, imitando la docilidad de san José quién siempre supo escuchar y cumplir tu voluntad. Permite que sepa aprovechar este día para «volver» y rectificar el mal que he podido hacer.

EDD. DOMINGO 06 DE MARZO DE 2016.

Domingo de la cuarta semana de Cuaresma.
Libro de Josue 5,9a.10-12. 
Entonces el Señor dijo a Josué: «Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto». Y aquel lugar se llamó Guilgal hasta el día de hoy.
Los israelitas acamparon en Guilgal, y el catorce del mes, por la tarde, celebraron la Pascua en la llanura de Jericó.
Al día siguiente de la Pascua, comieron de los productos del país – pan sin levadura y granos tostados – ese mismo día.
El maná dejó de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del país. Ya no hubo más maná para los israelitas, y aquel año comieron los frutos de la tierra de Canaán.
Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7. 
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.
Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: El me respondió
y me libró de todos mis temores.
Miren hacia El y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
El lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
Carta II de San Pablo a los Corintios 5,17-21. 
El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente.
Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.
Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación.
Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios.
A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él.
Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’.
Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’.
Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'».
Comentario al Evangelio, San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Homilías sobre los salmos, Sl 138, 5-6; CCL 40, 1992-1993
“Estando todavía lejos, su padre le vio venir”
“De lejos penetras mis pensamientos, distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” (Sl 138, 2-3). Cuando todavía soy un viajero, antes de llegar a la patria, has comprendido mis pensamientos. Soñar al hijo pequeño, marchado lejos… El mayor no se había marchado lejos, trabajaba en el campo y era símbolo de los santos que, bajo la Ley, observaban las prácticas y preceptos de la Ley.
Así el género humano, que se había extraviado dando culto a los ídolos, había “marchado lejos”. En efecto, nada está tan lejos de aquél que te ha creado que esta imagen modelada por ti mismo, para ti. El hijo menor marchó, pues, a un país lejano llevándose consigo la parte de herencia que le pertenecía y, tal como nos lo dice el Evangelio, la malgastó… Después de tantas desgracias y desalientos, de pruebas y sin nada, se acordó de su padre y quiso regresar donde estaba él. Se dijo: “Me pondré en camino adonde está mi padre…” Pero aquél que había abandonado ¿no está en todas partes? Por eso en el Evangelio el Señor nos dice que su padre “echando a correr se le echó al cuello”. Es cierto, porque “de lejos había penetrado sus pensamientos, todas sus sendas le son familiares”. ¿Cuáles, sino los malos caminos que había seguido para abandonar a su padre, como si pudiera esconderse a su mirada que le llamaba, o como si la miseria abrumadora que le hizo llegar hasta guardar puercos no fuera ya el castigo que su padre le impuso en su alejamiento con el fin de recibirlo a su regreso?…
Dios castiga severamente nuestras pasiones, donde sea que vayamos, por mucho que nos alejemos  de él. Así pues, como a un fugitivo a quien se detiene, el hijo dice: “Distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”. Mis sendas, por largas que sean, no han podido alejarme de tu mirada. Había andado mucho, pero tú estabas allí donde llegué.  Incluso antes de que entrara, incluso antes de que empezara a caminar, tú conociste mi senda por adelantado. Y permitiste que siguiera mis caminos con dolor para que, si no quería sufrir más, hiciera mi camino de regreso a ti… Confieso mi culpa ante ti: he seguido mi propio camino, me alejé de ti; te abandoné siendo así que contigo estaba bien; y, si ha sido doloroso para mí el haber estado sin ti, ha sido para mi bien. Porque si me hubiera encontrado bien sin ti, posiblemente no hubiera querido regresar a ti.
Fuente: Evangelizo.org

TERCERA  PREDICACIÓN  DE  CUARESMA  DEL  PADRE RANIERO CANTALAMESSA  A  LA  CURIA  ROMANA.
 
Anunciar la Palabra. El Espíritu Santo, principal agente de la evangelización.
 
https://es.zenit.org/articles/anunciar-la-palabra-el-espiritu-santo-principal-agente-de-la-evangelizacion/
Anunciar la Palabra. El Espíritu Santo, principal agente …
es.zenit.org
Publicamos a continuación la predicación completa del padre Raniero Cantalamessa Continuamos y terminamos hoy nuestras reflexiones sobre la constitución Dei Verbum …
 
 
 
Raniero Cantalamessa, ofmcap Tercera predicación de Cuaresma
4 marzo 2016RedaccionEspiritualidad y oración
The first Advent homily for 2015 by Fr Raniero Cantalamessa
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Publicamos a continuación la predicación completa del padre Raniero Cantalamessa.
 
Continuamos y terminamos hoy nuestras reflexiones sobre la constitución Dei Verbum, es decir, sobre la Palabra de Dios. La última vez hablé de la “lectio divina”, es decir de la lectura personal y edificante de la Escritura. Siguiendo el esquema trazado por Santiago, hemos visto en ella tres operaciones sucesivas: acoger la Palabra, meditar la Palabra, poner en práctica la Palabra.
 
Queda una cuarta operación sobre la cual vamos a reflexionar hoy, anunciar la Palabra. La Dei Verbum  habla brevemente del puesto privilegiado que debe tener la Palabra de Dios en la predicación de la Iglesia (DV, nr. 24), pero no se ocupa directamente del anuncio, también porque a este tema el Concilio dedica un documento a parte, la Ad gentes divinitus, sobre la actividad misionera de la Iglesia.
 
Después de este texto conciliar, el discurso ha sido retomado y actualizado por el beato Pablo VI con la Evangelii nuntiandi; por san Juan Pablo II, con la Redemptoris missio, y por el papa Francisco con la Evangelii gaudium. Desde el punto de vista doctrinal y operativo, por tanto, se ha dicho todo y al más alto nivel de magisterio. Sería tonto por mi parte pensar poder añadir algo. Lo que es posible  hacer, en la línea de estas meditaciones, es dar luz a algún aspecto más directamente espiritual del problema. Para hacerlo, parto de la frase del beato Pablo VI según la cual “el Espíritu Santo es el principal agente de la evangelización” [1].
El medio y el mensaje
Si quiero difundir una noticia, el primer problema que se me plantea es: ¿con qué medio transmitirla? ¿periódico? ¿radio? ¿televisión? El medio es tan importante que la moderna ciencia de las comunicaciones sociales ha acuñado el eslogan: “El medio es el mensaje” (“The medium is the message”)[2].
Entonces, ¿cuál es el medio primordial y natural con el que se transmite la palabra? Es el aliento, la respiración, la voz. Esto toma, por así decir, la palabra que se ha formado en el secreto de mi mente y la lleva al oído del que escucha. Todos los otros medios no tienen más que potenciar y amplificar ese medio primordial de la respiración o de la voz. También la escritura viene después y supone la viva voz, ya que las letras del alfabeto no son otra cosa que signos que indican los sonidos.
También la Palabra de Dios sigue esta ley. Esta se transmite por medio de un aliento. ¿Y cuál es, o quién es, el aliento, o ruah, de Dios, según la Biblia? Lo sabemos: ¡es el Espíritu Santo! ¿Puede mi aliento animar la palabra de otro, o al aliento de otro animar mi palabra? No, mi palabra no puede ser pronunciada a no ser que sea con mi aliento y la palabra de otro con su aliento. Así, se entiende de forma análoga, la Palabra de Dios no puede ser animada más que por el aliento de Dios que es el Espíritu Santo.
Esta es una verdad sencillísima y casi obvia, pero de gran alcance. Es la ley fundamental de cada anuncio y de cada evangelización. Las noticias humanas se transmiten o a viva voz, o vía radio, prensa, internet y así sucesivamente; la noticia divina, en cuanto divina, se transmite vía Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el verdadero, esencial medio de comunicación, sin el cual no se percibe, del mensaje, más que el recubrimiento humano. Las palabras de Dios son “espíritu y vida”(cf. Jn 6,63) y por tanto no se puede transmitir o acoger de otra forma que no sea “en el Espíritu”.
Esta ley fundamental es la que vemos en acto, concretamente, en la historia de la salvación. Jesús comenzó a predicar “con el poder del Espíritu Santo”  (Lc 4,14 ss.). Él mismo declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí… Me ha consagrado con la unción, para llevar a los pobres una buena noticia” (Lc 4,18). Apareciendo a los apóstoles en el cenáculo la noche de Pascua, dijo: “Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21-22). Al dar a los apóstoles el mandato de ir por todo el mundo, Jesús les concede también el medio para poder cumplirlo –el Espíritu Santo– y lo concedió, significativamente, en el signo del aliento, de la respiración.
Según Marcos y Mateo, la última palabra que Jesús dijo a los apóstoles antes de subir al cielo fue “Id”: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”  (Mc 16,15; Mt 28, 19). Según Lucas, el mandamiento final de Jesús parece el opuesto: ¡Permaneced! “Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24, 49). Naturalmente, no hay ninguna contradicción; el sentido es: id por todo el mundo, pero no antes de haber recibido el Espíritu Santo.
Todo el pasaje de Pentecostés sirve para alumbrar esta verdad. Viene el Espíritu Santo y así es como Pedro y los otros apóstoles, en voz alta, comienzan a hablar de Cristo crucificado y resucitado y su palabra tiene tal unción y poder, que tres mil personas se sienten tocadas en el corazón. El Espíritu Santo, venido a los apóstoles, se transforma en ellos en un impulso irresistible a evangelizar. San Pablo llega a afirmar que sin el Espíritu Santo es imposible proclamar que “¡Jesús es el Señor! (1 Cor 12, 3), que es el inicio y la síntesis de todo anuncio cristiano. San Pedro, por su parte, define a los apóstoles como “aquellos que han anunciado el Evangelio en el Espíritu Santo” (1 Pe 1,12). Indica con la palabra “Evangelio” el contenido y con la expresión “en el Espíritu Santo” el medio, o el método, del anuncio.
Palabras y obras
Lo primero que hay que evitar cuando se habla de evangelización es pensar que es sinónimo de predicación y por tanto reservada a una categoría particular de cristianos, los predicadores. Hablando de la naturaleza de la revelación, la Dei Verbum dice:
“Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” [3].
Se trata de una afirmación que se remonta a san Gregorio Magno. “El Señor y Salvador, escribía el santo doctor, a veces nos advierte con lo que dice, a veces sin embargo con lo que hace”: “aliquando nos sermonibus, aliquando vero operibus admonet”[4]. Esta ley que vale para la Revelación en su nacimiento, vale también en su difundirse. En otras palabras, no se evangeliza solamente con las palabras, sino primero con las obras y la vida; no con lo que se dice, sino con lo que se hace y se es.
Así sucedió al inicio. El estudio todavía más válido sobre “misión y propagación del cristianismo en los primeros tres siglos” llega a la conclusión que “la sola existencia y labor constantes de las comunidades individuales fue el principal coeficiente en la propagación del cristianismo [5]. En este año de la misericordia es útil recordar en qué consistía dicha laboriosidad de las comunidades cristianas. Además de la ayuda fraterna entre ellos, consistía en las obras de misericordia hacia todos: cuidando a los huérfanos, a los enfermos y a los presos. La fuerza de estas iniciativas era tan evidente que, queriendo impedir el crecimiento de la fe cristiana, el emperador Juliano cuando regresó a la religión pagana, intentó introducir análogas instituciones de caridad en el ámbito civil.
Hay un dicho en inglés que toma un significado muy particular si aplicado a la evangelización: “los hechos hablan más fuerte que las palabras”.  “Deeds speak louder than words”. Una frase de Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, dice: “El hombre contemporáneo escucha con más placer a los testimonios que los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testimonios”. [6]
Uno de los más importantes moralistas del siglo pasado (no es necesario decir el nombre), una tarde fue encontrado en un local con una compañía poco edificante. Un colega le preguntó cómo podía conciliar su conducta con aquello que escribía en sus libros; y él respondió: “¿Han visto alguna vez a una indicación vial que se pone a caminar en la dirección que indica?”. Una respuesta brillante, pero que se condena por sí misma. Los hombres no se interesan con aquellos “indicadores viales” que indican la dirección que hay que tomar, si ellos no se mueven ni un centímetro.
Tengo un hermoso ejemplo de la eficacia del testimonio, en la orden religiosa a la cual pertenezco. La contribución mayor, aunque escondida, que la orden de los Capuchinos ha dato a la evangelización en los cinco siglos de su historia, no ha sido, creo, la de los predicadores de profesión, pero la de las hileras de los ‘hermanos laicos’: simples e incultos porteros de los conventos o limosneros. Enteras poblaciones han encontrado o mantenido su fe gracias al contacto con ellos. Uno de esos, el beato Nicolás de Gesturi, hablaba talmente poco que la gente lo llamaba “fray silencio’, y a pesar de ello en Cerdeña, 58 años después de su muerte, la orden de los Capuchinos se identifica con fray Nicola de Gesturi, o con fray Ignacio de Laconi, otro santo fraile limosnero del pasado. Lo mismo sucedió aquí en Roma, al inicio de la Orden, con san Félix de Cantalice. Se ha cumplido la palabra que Francisco de Asís dirigió un día a los frailes predicadores: “¿Por qué se vanaglorian de la conversión de los hombres? Sepan que a convertirlos han sido mis simples frailes con sus oraciones” [7].
Una vez durante un diálogo ecuménico, un hermano pentecostal me preguntó -no para polemizar sino para intentar entender- por qué nosotros los católicos llamamos a María “la estrella de la evangelización”. Fue una ocasión también para mi, de reflexionar sobre este título atribuido a María por Pablo VI, al concluir la Evangelii nuntiandi. Llegué a la concusión que María es la estrella de la evangelización, porque no ha llevado una palabra particular a un pueblo particular, como hicieron también los grandes evangelizadores de la historia; ¡ha llevado la Palabra hecha carne y la ha llevado (también físicamente) a todo el mundo! Nunca ha predicado, no pronunció sino muy pocas palabras, pero estaba llena de Jesús y donde iba expandía el perfume, a tal punto que Juan Bautista lo advirtió desde el vientre de su madre. ¿Quién puede negar que la Virgen de Guadalupe haya tenido un rol fundamental en la evangelización y en la fe del pueblo mexicano?
Hablando a un ambiente de la Curia, me parece justo poner en luz la contribución que pueden dar -y que de hecho dan- a la evangelización aquellos que pasan la mayoría de su tiempo detrás de un escritorio a resolver asuntos aparentemente extraños a la evangelización. Se entiende el propio trabajo como servicio al Papa y a la Iglesia; se renueva cada tanto esta intención y no se  permite que la preocupación de la carrera sea principal en el corazón, el modesto empleado de una Congregación contribuye a la evangelización más que un predicador de profesión, si éste intenta agradar más a los hombres que a Dios.
Cómo volverse evangelizadores
Si el empeño por la evangelización es de todos, intentemos ver cuáles son las premisas y cuales son las condiciones para volverse verdaderamente un evangelizador. La primera condición está sugerida por la palabra que Dios dirigió a Abraham: “Sal de tu tierra y ve”  (cf. Gen 12, 1). No hay misión ni envío sin una anterior salida. Hablamos con frecuencia de una “Iglesia en salida”. Tenemos que darnos cuenta que la primera puerta por la que debemos salir no es la de la iglesia, de la comunidad, de las instituciones, de las sacristías; es la de nuestro ‘yo’. Lo ha explicado bien en una ocasión el papa Francisco: “Estar en salida, decía, significa antes de todo salir de centro para dejar en el centro el lugar a Dios”. “Decentrarnos de nosotros mismos y centrarnos de nuevo en Cristo”, diría Teilhard de Chardin.
Más intenso que el grito dirigido a Abraham es el que Jesús dirige a quienes llama a colaborar con él en el anuncio del Reino: “Parte, sal de tu yo, reniégate a ti mismo. Entonces todo se vuelve mío. Tu vida cambia, mi rostro se vuelve tuyo. No eres más tu quien vive, pero yo vivo en ti”.  Es el único modo para vencer el nacer de envidias, celos, miedos de perder la cara, rencores, resentimientos, situaciones de antipatía que llenan el corazón del hombre viejo; para ser ‘habitados’ por el Evangelio y difundir el olor del Evangelio.
La Biblia nos ofrece una imagen que contiene más verdad que enteros tratados de pastoral sobre el anuncio: la del libro comido que se lee en Ezequiel:
“Yo miré y aquí, una mano extendida hacia mí tenía un rollo. Lo desplegó delante mio; estaba escrito en el interior y en el exterior y estaban escritos lamentos, llantos y desdichas. Él me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve a hablar a los israelitas. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel.  (Ez 2, 9 – 3, 3; cf también Ap 10, 2).
Hay una diferencia enorme entre la palabra de Dios simplemente estudiada y proclamada y la palabra de Dios antes “comida” y asimilada. En el primer caso se dice del predicador “que habla como un libro impreso”; pero no llega así al corazón de la gente, porque al corazón llega solamente lo que parte del corazón.   “Cor ad cor loquitur, era el lema del beato cardenal Newman.
Retomando la imagen de Ezequiel, el autor del Apocalipsis aporta una variación pequeña, pero significativa. Dice que el libro devorado era tan dulce como la miel en los labios, pero amargo como la hiel en las entrañas (cf. Ap 10, 10). Sí, porque antes de herir a los oyentes, la palabra debe herir al anunciador, mostrarle su pecado y empujarle a la conversión.
No es el trabajo de un día. Pero hay una cosa que se puede hacer en un día, hoy mismo: asentir a esta perspectiva, tomar la decisión irrevocable, por lo que nos respecta, de no vivir para nosotros mismos, sino para el Señor (cf. Rm 14, 7-9). Todo esto no puede ser solo el fruto del esfuerzo ascético del hombre; esto también es obra de la gracia, fruto del Espíritu Santo. “Y para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, [desde tu seno] al Espíritu Santo como primicia para los creyentes”. Así nos hace orar la liturgia en la Plegaria Eucarística IV.
Es fácil saber cómo se obtiene el Espíritu Santo en vista de la evangelización. Solo hay que ver cómo lo obtuvo Jesús y cómo lo obtuvo la misma Iglesia el día de Pentecostés. Lucas describe así el acontecimiento del bautismo de Jesús: “También Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él” (Lc 3, 21-22). Fue la oración de Jesús la que rasgó los cielos e hizo descender al Espíritu Santo, y lo mismo sucedió con los apóstoles. El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre ellos mientras “perseveraban unánimes en oración” (Hch 1, 14).
El esfuerzo para un renovado compromiso misionero está expuesto a dos peligros principales. Uno de ellos es la inercia, la pereza, no hacer nada y dejar que hagan todo los demás. El otro es  lanzarse a un activismo humano febril y vacío, con el resultado de perder poco a poco el contacto con la fuente de la palabra y de su eficacia. Esto también sería una manera de avocarse al fracaso. Cuanto mayor sea el volumen de la actividad, más debe aumentar el volumen de la oración, en intensidad si no en cantidad. Se objeta: esto es absurdo; ¡el tiempo es el que es! De acuerdo, pero el que ha multiplicado los panes, ¿no podrá también multiplicar el tiempo? Además, es lo que Dios hace continuamente y lo que experimentamos cada día. Después de rezar, se hacen las mismas cosas en menos de la mitad del tiempo.
Entonces se dice: Pero, ¿cómo estar tranquilos rezando, cómo no correr, cuando la casa se está quemando? Esto también es verdad. Pero imaginamos esta escena: un equipo de bomberos ha recibido una llamada de alarma y se precipita al lugar del incendio con las sirenas encendidas; pero, llegado a la escena, se da cuenta que no tiene ni una gota de agua en los tanques. Así somos nosotros, cuando corremos a predicar sin orar. No es que falte la palabra; al contrario, mientras menos se reza más se habla, pero son palabras vacías, que no llegan a nadie.
Evangelización y compasión
Además de la oración otro medio para obtener al Espíritu Santo es la rectitud de intención. La intención a la hora de predicar a Cristo puede ser contaminada por diversas causas. San Pablo enumera algunas en la carta a los Filipenses: por conveniencia, por envidia, por espíritu de contienda y rivalidad (Fil 1, 15-17). La causa que abarca todos las demás, sin embargo, es solo una: la falta de amor. San Pablo dice: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe” (l Cor 13, 1).
La experiencia me ha hecho descubrir una cosa: que es posible anunciar a Jesucristo por razones que tienen poco o nada que ver con el amor. Se puede anunciar por proselitismo, para encontrar, en el aumento del número de seguidores, una legitimidad a su propia pequeña iglesia, especialmente si de su propia fundación. Se puede anunciar, tomando literalmente una frase del Evangelio, para llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Mc 13, 10), de manera que se complete el número de los elegidos y apresurar la venida del Señor.
Algunos de estos motivos en sí mismos no son malos. Pero solos no son suficientes. Falta ese verdadero amor y compasión por los hombres que es el alma del Evangelio. El Evangelio del amor solo se puede anunciar si no por amor. Si no nos esforzamos en amar a las personas que tenemos delante, las palabras se transforman fácilmente en piedras en las manos que hieren y de las que nos refugiamos, como nos protegemos de una tormenta de granizo.
Siempre tengo en cuenta la lección que la Biblia, implícitamente, nos da con el relato de Jonás. Jonás se ve obligado por Dios a ir a Nínive a predicar. Pero los ninivitas eran enemigos de Israel y Jonás no quería a los ninivitas. Él está visiblemente contento y satisfecho cuando pueden gritar: “¡Faltan cuarenta días y Nínive será destruida!”. La perspectiva no parece desagradarle en absoluto. Pero los ninivitas se arrepienten y Dios les perdona su castigo. Llegado a este punto, Jonás entra en crisis. “Tú –le dice Dios casi en tono de disculpa– te apiadaste de la planta… ¿y no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda?” (Jonás 4,10 s). ¡Dios tiene que hacer un mayor esfuerzo para convertirle a él, el predicador, que para convertir a todos los habitantes de Nínive!
Amor, entonces, por los hombres. Pero también y sobre todo amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos tiene que mover. “¿Me amas? –dice Jesús a Pedro–. Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15 ss.). Debemos amar a Jesús, porque solo los que están enamorados de Jesús lo puede anunciar al mundo con profunda convicción. Se habla con entusiasmo solo de lo que se está enamorados.
Proclamando el Evangelio, tanto con la vida como con las palabras, no solo le damos gloria a Jesús, sino que también le damos alegría. Si bien es cierto que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”[8], también es cierto que los que difunden el Evangelio llenan de alegría el corazón de Jesús. La sensación de alegría y bienestar que una persona prueba al sentir de repente que le vuelve a fluir la vida en uno de sus miembros hasta ahora inerte o paralizado, es un pequeño signo de la alegría que prueba Cristo cuando siente que su Espíritu vuelve a vivificar a algún miembro muerto de su cuerpo.
Hay, en la Biblia, una palabra que no había notado nunca antes: “Como frío de nieve en tiempo de la siega, así es el mensajero fiel a los que lo envían; pues al alma de su señor da refrigerio” (Prov 25, 13). La imagen del calor y del frío hace pensar a Jesús en la cruz gritando: “¡Tengo sed!”. Él es el gran “segador” sediento de almas, al que estamos llamados a dar refrigerio con nuestro humilde y devoto servicio al Evangelio. Que el Espíritu Santo, “principal agente de la evangelización”, nos conceda dar a Jesús  esta alegría, con las palabras  o con las obras, según el carisma y el oficio que cada uno de nosotros tiene en la Iglesia.
 
[1] B. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, nr. 75.
[2] El slogan es de Marshall  McLuhan, Understanding Media. The Extensions of Man, Mc Graw Hill, New York 1964.
[3] DV, 2.
[4] Gregorio Magno, Hom. in Evangelium, XVII.
[5] A. von Harnack, Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten, Hinrichs, Leipzig 1902; ed. it. Missione e propagazione del cristianesimo nei primi tre secoli,  Cosenza 1986, rist. 2009, pp. 321s.
[6] EN, 41.
[7] Celano, Vita Seconda, CXXIII, 164 (FF, 749)
[8] Papa Francisco, Evangelii gaudium, 1.

Comentario al evangelio de hoy viernes 05 de marzo de 2016.

¡Ten compasión de mí, que soy pecador!
Cuaresma y Semana Santa
Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo.
Por: Juan Pablo López C
Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.» En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
Oración introductoria
Señor, hoy como el publicano y el fariseo, me acerco a Ti a orar. Me acerco, porque sé que sin Ti nada puedo, como Tú mismo nos lo dijiste. Señor, yo llevo en mi interior un fariseo y un publicano. Tú conoces mi debilidad y cómo a veces, sin yo quererlo, caigo y te ofendo; otras, me esfuerzo por hacer tu Voluntad, pero cuántas veces en este interés por agradarte me busco a mí mismo. Señor, sin Ti nada puedo, y como me doy cuenta de ello, me acerco una vez más para presentarme como soy y dejar que Tú lleves las riendas de mi vida. Tú toma lo bueno que me has dado, para mayor gloria tuya, pero también hazte cargo de mi debilidad y utilízala también en favor tuyo; pues, como San Pablo decía, «cuando soy débil es cuando soy fuerte», porque Tú tienes un mayor protagonismo. Señor, yo sólo quiero ser tu instrumento.
Petición
Señor, toma mi vida y guíala por el camino que lleva a Ti; que en cada momento mi actuar vaya dirigido a cumplir tu Voluntad con alegría y sencillez.
Meditación del Papa Francisco
La incapacidad de reconocerse pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo.
Es fácil decir que Jesús es el Señor, difícil en cambio reconocerse pecadores. Es la diferencia entre la humildad del publicano que se reconoce pecador y la soberbia del fariseo que habla bien de sí mismo:
Esta capacidad de decir que somos pecadores nos abre al estupor que nos lleva a encontrar verdaderamente a Jesucristo. También en nuestras parroquias, en la sociedad, entre las personas consagradas: ¿Cuántas son las personas capaces de decir que Jesús es el Señor?, muchas. Pero es difícil decir: Soy un pecador, soy una pecadora. Es más fácil decirlo de los otros, cuando se dicen los chismes… Todos somos doctores en ésto, ¿verdad?”
Para llegar a un verdadero encuentro con Jesús es necesaria una doble confesión: Tú eres el hijo de Dios y yo soy un pecador, pero no en teoría, sino por esto, por esto y por esto…
Pedro después se olvida del estupor del encuentro y lo reniega. Pero porque es humilde se deja encontrar por el Señor, y cuando sus miradas se encuentran él llora, vuelve a la confesión: ‘Soy pecador’.
Que el Señor nos de la gracia de encontrarlo y también de dejarnos que Él nos encuentre. Nos de la gracia hermosa de este estupor del encuentro. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
Este tiempo de cuaresma nos invita a la conversión. Sin duda, todos tenemos necesidad de transformación interior, de volver nuestro rostro a Dios. Durante nuestra vida, nosotros también nos comportamos algunas veces como el publicano o como el fariseo. En ambas situaciones, tenemos necesidad de poner los ojos en Dios y reconocer lo que de verdad somos; Él sí nos conoce y sabe de qué barro estamos hechos. Esta cuaresma es una nueva invitación que nos hace a fijarnos en Él, en dejar de lado todo lo que nos distancia de su presencia. Con un corazón humilde acudamos a su presencia y renovémosle nuestro amor, pidamos perdón por nuestras faltas y ofrezcámonos a ser cirineos en el camino al Calvario, para alivianar la carga de Jesús.
La humildad, la sencillez, la docilidad al Espíritu Santo son esenciales para abrir el corazón de Cristo. A los hombres nos gusta que nos aprecien, que nos estimen, que nos tomen en cuenta, que nos amen. Buscamos llamar la atención de quien nos rodea, de quien queremos que nos ame. ¿No queremos de igual forma llamar la atención de Cristo? ¿No queremos que Cristo nos vea y nos manifieste su amor? Pues estas virtudes serán el motivo para que Dios pose su mirada en nosotros. Siempre lo hace pero si nos esforzamos en vivir estas virtudes lo hará de manera especial.
Por el contrario, la soberbia, el orgullo, la vanidad nacen del egoísmo y lo que parecería oración no es otra cosa más que alabanza a nosotros mismos. Come el fariseo que agradecía a Dios no ser como los demás hombres porque no cometía sus mismos errores y pecados que ellos.
Los dos hombres estaban en oración pero qué oraciones tan distintas. Una hecha con presunción personal y la otra con humildad, con el corazón triste por haber fallado a Dios.
¿Quiere decir entonces que para hacer buena oración forzosamente debemos golpearnos el pecho y debamos hacer exámenes personales de autocrítica, rayando casi con un pesimismo?
Seguramente Cristo no quiere esto. Él más bien nos pide que como niños nos acerquemos a su corazón reconociendo las cualidades que nos ha dado pero tan bien con la humildad necesaria para reconocer nuestras faltas. Recordemos lo que dice el Catecismo respecto a la oración, dice que la piedad de la oración no está en la cantidad de las palabras sino en el fervor de nuestra alma.
Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo como el publicano que el evangelio nos presenta el día de hoy.
Propósito
Haré una visita al Santísimo en la que, con humildad, le pediré al Señor me enseñe a amarle más y a cumplir su Voluntad.
Diálogo con Cristo
Señor, hoy como el publicano nos acercamos a Ti, pues nos reconocemos débiles y necesitados de Ti, que eres la fuente de toda gracia. Señor, Tú conoces nuestro corazón y sabes que sin Ti nada podemos; por eso, queremos pedirte que te quedes con nosotros, que nos acompañes en todo momento de nuestro día. Señor, queremos amarte, pero a veces no conocemos bien el camino, o nos dejamos llevar por nuestros intereses; por eso, como el publicano, te pedimos: ¡Ten compasión de nosotros! Y escucha nuestra oración.
El cimiento de la oración va fundado en la humildad, y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. (Santa Teresa de Avila)

EDD. SÁBADO 05 DE MARZO DE 2016.

Sábado de la tercera semana de Cuaresma
Libro de Oseas 6,1-6.
«Vengan, volvamos al Señor: él nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado, pero vendará nuestras heridas.
Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia.
Esforcémonos por conocer al Señor: su aparición es cierta como la aurora. Vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia de primavera que riega la tierra».
¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor de ustedes es como nube matinal, como el rocío que pronto se disipa.
Por eso los hice pedazos por medio de los profetas, los hice morir con las palabras de mi boca, y mi juicio surgirá como la luz.
Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
Salmo 51(50),3-4.18-19.20-21ab.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.
Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad;
reconstruye los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás los sacrificios rituales
-las oblaciones y los holocaustos-.
Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:
«Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
Comentario del Evangelio por
San Juan Clímaco (c. 575-c. 650), monje en el Monte Sinaí
La Escalera santa, c. 28
“Ten piedad de mi que soy pecador”
Que vuestra oración sea totalmente simple; una sola palabra bastó al publicano y al hijo pródigo para alcanzar el perdón de Dios (Lc 15,21)… Ninguna búsqueda en las palabras de vuestra oración; ¡cuántas veces los tartamudeos simples y monótonos de los niños, hacen doblar el corazón de su padre! No os lancéis a hacer largos discursos a fin de no disipar vuestro espíritu buscando las palabras necesarias. Una sola  palabra del publicano conmovió la misericordia de Dios; una sola palabra llena de fe, salvó al buen ladrón (Lc 23,42). Ser prolijos en la oración, a menudo, no hace más que llenar el espíritu de imágenes y lo disipa, mientras que, a menudo, una sola palabra basta para recogerlo. ¿Te sientes consolado, atraído por una palabra de la oración? Párate en ella, porque es señal que nuestro ángel entonces ora con nosotros. No estés demasiado seguro, aunque hayas alcanzado la pureza, sino más bien una gran humildad, y entonces te sentirás con una gran confianza. Incluso si has subido la escalera de la perfección, ora para impetrar el perdón de tus pecados; escucha este grito de san Pablo: “Soy un pecador, yo, el primero” (1Tm 1,15)…Si estás revestido de dulzura y libre de toda cólera, no te va a costar mucho más liberar a tu espíritu de la cautividad.
Mientras no hayamos obtenido la verdadera oración, nos asemejamos a aquellos que enseñan a los niños a dar sus primeros pasos. Trabajad para, con las palabras de vuestra oración, subir el pensamiento, o mejor, contenerlo; si la debilidad de la infancia le hace caer, levantadlo. Porque el espíritu es, por naturaleza, inestable, pero Aquel que todo lo hace firme puede también fijar el espíritu… El primer grado de la oración consiste, pues, en echar con una simple palabra las sugestiones del espíritu en el mismo momento en que ellas se presentan. El segundo es poner atención únicamente en lo que decimos y pensamos. El tercero, es que el alma esté captada por el Señor.
Fuente: Evangelizo.org