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El Papa en Sta. Marta: El Reino de Dios no es una “religión del espectáculo”

En la homilía de este jueves, el Santo Padre explica que “la esperanza es el hilo de la historia de la salvación”
https://es.zenit.org/articles/el-papa-en-sta-marta-el-reino-de-dios-no-es-una-religion-del-espectaculo/
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha pedido vencer la tentación de una religión del espectáculo que busca siempre nuevas revelaciones, como si fueran fuegos artificiales.
Lo ha hecho durante la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta. De este modo ha recordado que el Reino de Dios “crece si cuidamos la esperanza en la vida de cada día”.
En el Evangelio del día –ha explicado el Santo Padre– Jesús responde a los fariseos que le preguntan con curiosidad cuándo “vendrá el Reino de Dios”. Ya ha venido –dice el Señor– está en medio de vosotros. “Es como una pequeña semilla que está sembrada y crece sola, con el tiempo”. Dios lo hace crecer, ha precisado, pero sin atraer la atención.
Así, el Pontífice ha recordado que el Reino de Dios no es una “religión del espectáculo” que “siempre está buscando cosas nuevas, revelaciones, mensajes”. Por eso ha subrayado que “Dios ha hablado por medio de Jesucristo: esta es la última palabra de Dios”. Lo demás son como “fuegos artificiales” que te iluminan por un momento y después ¿qué queda?, nada. “No hay crecimiento, no hay luz, no hay nada: un instante”.
Por eso, el Santo Padre ha advertido que muchas veces podemos ser tentados por esta religión del espectáculo, de buscar cosas ajenas a la Revelación, a la mansedumbre del Reino de Dios que está en medio de nosotros y crece. Y este desear cosas ajenas “no es esperanza: es el deseo de tener algo a mano”, ha indicado.
Nuestra salvación –ha aseverado el Santo Padre– se da en la esperanza, la esperanza que tiene el hombre que siembra el grano o la mujer que prepara el pan, mezclando levadura y harina: la esperanza de que crezca. Porque esa luminosidad artificial se produce toda en un momento y después se va, como los fuegos artificiales: “no sirve para iluminar una casa, es un espectáculo”, ha advertido.
Por eso, el Santo Padre se ha interrogado sobre qué debemos hacer mientras esperamos que venga la plenitud del Reino de Dios. Y respondió: tenemos que “vigilar”.
“Vigilar con paciencia. La paciencia en nuestro trabajo, en nuestros sufrimientos… Vigilar como el hombre que plantó la semilla y espera la planta y trata que no haya mala hierba cerca, para que la planta crezca”, ha precisado.
De este modo, el Santo Padre ha asegurado que lo que hay que hacer si el Reino está en medio de nosotros es “vigilar”, “crecer en la esperanza”, “vigilar la esperanza”. Porque en la esperanza “hemos sido salvados”.
Este es el hilo, ha explicado el Pontífice en su homilía. “La esperanza es el hilo de la historia de la salvación”. La esperanza de encontrar al Señor definitivamente. El Reino de Dios –ha observado el Santo Padre– se hace fuerte en la esperanza.
En esta línea, el Pontífice ha invitado a preguntarse: “¿Yo tengo esperanza o voy adelante como puedo y no sé discernir el bien del mal, el grano de la cizaña, la luz, la suave luz del Espíritu Santo de esta luminosidad artificial?”
Finalmente, el Santo Padre ha invitado a interrogarse sobre “nuestra esperanza en esta semilla que está creciendo en nosotros” y sobre cómo “vigilamos nuestra esperanza”.

Comentario al evangelio de hoy jueves 10 de noviembre de 2016.

Cuándo llegará el Reino de Dios?
Lucas 17, 20-25. Jueves XXXII. Tiempo ordinario. Ciclo C El Reino de Dios entre nosotros
Por: H. Hiram Galán LC | Fuente:
http://es.catholic.net/op/articulos/63703/cuando-llegara-el-reino-de-dios.html
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, estoy aquí. Sí, estoy aquí con todo mi ser. ¿Cómo me encuentro? Creo que eso lo sabes mejor Tú, que yo mismo. Mi cabeza, llena de preocupaciones, me roba la paz. Por ello, abandono todo en Ti; en este momento de oración déjame ponerme en la paz de tu presencia.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25
En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: «¿Cuándo llegará el Reino de Dios?». Jesús les respondió: «El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: ‘está aquí’ o ‘está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes».
Les dijo entonces a sus discípulos: «Llegará un tiempo en el que ustedes desearán disfrutar siquiera un solo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces les dirán: ‘está aquí’ o ‘está allá’, pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Ésta es una de las preguntas que todo cristiano se hace, o al menos debería  hacerse. La jaculatoria ¡Venga tu reino!, tan característica del movimiento RegnumChristi, muestra esta urgencia por la instauración del Reino de Dios en la tierra.
Pero ¿acaso no dice Jesús que el Reino de Dios ya está entre nosotros? Sí, lo está, pero no en toda su plenitud. Cristo a través de su pasión, muerte y resurrección instauró su reino en la tierra quedándose con nosotros en la Santa Eucaristía.
Pero debido al don de nuestra libertad, existe un terreno en el cual Él no puede reinar, en el que su reino no puede entrar si no le abrimos paso. Ese terreno es nuestro corazón. Dios nos ama tanto que no es capaz de forzarnos a amarle. Es un acto que dejó a la libertad del hombre: Amar u odiar a Dios.
Jesús, cuándo comprenderé, que te mueres de amor por reinar en mi corazón. La verdad es que yo también quiero que reines en él, pues entre más busco llenarlo con cosas que no son Tú, más vacío e infelicidad experimento. Ven a reinar, sí ven a reinar en mi corazón. Que la gracia de tu amor purifique cada rincón de mi vida. Si bien, lo quiero de verdad, no tengo la fuerza para renunciar a todo aquello que me tiene atado y me impide darte mi corazón.
Sólo con tu amor podré sanarme, sólo con tu amor podré vivir. Lléname, Señor, te entrego mi corazón para que lo cambies, sólo Tú puedes hacerlo. Cerraré los ojos del alma y repetiré con calma en mi interior, Jesús yo confío en Ti.
«Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón, porque sólo partiendo del corazón el incendio del amor divino podrá extenderse y hacer progresar el Reino de Dios. No parte de la cabeza, parte del corazón. Y por eso Jesús quiere que el fuego entre en nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su confortante mensaje de misericordia y salvación, navegando en alta mar, sin miedos.»
(Homilía de S.S. Francisco, 14 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré un balance general de mi vida, tratando de descubrir aquellas cosas o personas que me impiden permanecer en amistad con Dios y que no me permiten ser feliz.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

EDD. jueves 10 de noviembre de 2016.

Jueves de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario.
http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20161110
Carta de San Pablo a Filemón 1,7-20.
Por mi parte, yo he experimentado una gran alegría y me he sentido reconfortado por tu amor, viendo cómo tú, querido hermano aliviabas las necesidades de los santos
Por eso, aunque tengo absoluta libertad en Cristo para ordenarte lo que debes hacer,
prefiero suplicarte en nombre del amor, Yo, Pablo, ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús,
te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión.
Antes, él no te presto ninguna utilidad, pero ahora te será muy útil, como lo es para mí.
Te lo envío como si fuera yo mismo.
Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre mientras estoy prisionero a causa del Evangelio.
Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.
Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre,
no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido. Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él por lazos humanos y en el Señor.
Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mi mismo.
Y si él te ha hecho algún daño o te debe algo, anótalo a mi cuenta.
Lo pagaré yo, Pablo que firmo esta carta de mi puño y letra. No quiero recordarte que tú también eres mi deudor, y la deuda eres tú mismo.
Sí, hermano, préstame ese servicio por amor al Señor y tranquiliza mi corazón en Cristo.
Salmo 146(145),7.8-9.10.
El Señor hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos.
Abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados,
el Señor ama a los justos
y entorpece el camino de los malvados.
El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda;
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones.
Evangelio según San Lucas 17,20-25.
Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente,
y no se podrá decir: ‘Está aquí’ o ‘Está allí’. Porque el Reino de Dios está entre ustedes».
Jesús dijo después a sus discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.
Les dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allí’, pero no corran a buscarlo.
Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.»
Leer el comentario del Evangelio por
Isaac el Sirio (siglo VII), monje cercano a Mossoul.
Sermones ascéticos, 1ª serie
«El reino de Dios está en medio de vosotros»
Los demonios temen, pero Dios y sus ángeles desean el hombre que con fervor busca a Dios en su corazón día y noche, y echa lejos de él las agresiones del enemigo. El país espiritual de este hombre puro en su alma está dentro de él: el sol que en él brilla es la luz de la Santa Trinidad; el aire que respiran los pensamientos que le habitan es el Santo Espíritu consolador. Y los santos ángeles están siempre con él. Su vida, su gozo, su alegría es Cristo, luz de la luz del Padre. Un tal hombre se alegra constantemente al contemplar su alma, y se maravilla de la belleza que ve en ella, cien veces más luminosa que el resplandor del Sol.
Es Jerusalén. Y es « el Reino de Dios escondido dentro de nosotros » según la palabra del Señor. Este país es la nube de la gloria de Dios, en la que sólo entrarán los corazones puros para contemplar el rostro de su Señor (Mt 5,8), y su entendimiento será iluminado por los rayos de su luz.

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 19 de noviembre de 2016

El Santo Padre ha reconocido que “la falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano”
•9 noviembre 2016•Redaccion•El papa Francisco
https://es.zenit.org/articles/texto-completo-de-la-catequesis-del-papa-francisco-en-la-audiencia-del-miercoles-19-de-noviembre-de-2016/
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha reflexionado en la audiencia general sobre la obra de misericordia que invita a visitar a los enfermos y a los presos. De este modo ha asegurado que una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y un poco de compañía es una buena medicina. Respecto a los presos ha precisado que “todos necesitan cercanía y ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios”.
 
Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público, fue un incesante encuentro con personas. Entre ellas, un lugar especial han recibido los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha hecho cercano a cada uno de nosotros y les ha sanado con su presencia y el poder de su fuerza resanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las obras de misericordia, la de visitar y asistir a las personas enfermas.
Junto a esta podemos incluir la de estar cerca a las personas que están en la cárcel. De hecho, tanto los enfermos como los presos viven una condición que limita su libertad. Y precisamente cuando nos falta, ¡nos damos cuenta de cuánto es preciosa! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres a pesar de los límites de la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene del encuentro con Él y del sentido nuevo que este encuentro lleva a nuestra condición personal.
Con estas obras de misericordia, el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: el compartir. Recordemos esta palabra: compartir. Quien está enfermo, a menudo se siente solo. No podemos esconder que, sobre todo en nuestros días, precisamente en la enfermedad se experimenta de forma más profunda la soledad que atraviesa gran parte de la vida.
Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y ¡un poco de compañía es una buena medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos sencillo, pero muy importantes para quien se siente abandonado.
¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales y en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando se hace en nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No impidamos que encuentren alivio, y nosotros así enriquecernos por la cercanía de quien sufre. Los hospitales son hoy verdaderas “catedrales del dolor” pero donde se hace evidente también la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.
Del mismo modo, pienso en los que están encerrados en la cárcel. Jesús tampoco les ha olvidado. Poniendo la visita a los presos entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos sobre todo, a no hacernos juez de nadie. Cierto, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso están descontando su pena en la prisión. Pero cualquier cosa que un preso pueda haber hecho, él sigue siendo amado por Dios. ¿Quién puede entrar en la intimidad de su conciencia para entender qué siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento?
Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado. Un cristiano está llamado a hacerse cargo, para que quien se haya equivocado comprenda el mal realizado y vuelva a sí mismo. La falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano.
Si a esta se añade el degrado de las condiciones –a menudo privadas de humanidad– en la que estas personas viven, entonces realmente es el caso en el cual un cristiano se siente provocado a hacer de todo para restituirles su dignidad.
Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las diferentes formas de justicialismo a las que estamos sometidos. Nadie apunte contra nadie. Hagámonos todos instrumentos de misericordia, con actitudes de compartir y de respeto. Pienso a menudo en los presos… pienso a menudo, les llevo en el corazón.
Me pregunto qué les ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las distintas formas de mal. Y también, junto a estos pensamientos siento que todos necesitan cercanía y ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios. Cuántas lágrimas he visto correr por las mejillas de prisioneros que quizá nunca en la vida habían llorado; y esto solo porque se han sentido acogidos y amados.
Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han experimentado la prisión. En los pasajes de la Pasión conocemos los sufrimientos a los que el Señor ha sido sometido: capturado, arrestado como un criminal, escarnecido, flagelado, coronado de espinas… Él, ¡el único Inocente! Y también san Pedro y san Pablo estuvieron en la cárcel (cfr Hch 12,5; Fil 1,12-17).
El domingo pasado  –que fue el domingo del Jubileo de los presos– por la tarde vinieron a verme un grupo de presos de Padua. Les pregunté qué harían al día siguiente, antes de volver a Padua. Me dijeron: “Iremos a la Prisión Mamertina para compartir la experiencia de san Pablo”. Es bonito, escuchar esto me ha hecho bien. Estos presos querían encontrar a Pablo prisionero. Es algo bonito, y me ha hecho bien. Y también allí, en la presión, han rezado y evangelizado. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en las que es contado el encarcelamiento de Pablo: se sentía solo y deseaba que alguno de los amigos le visitara (cfr 2 Tm 4,9-15). Se sentía solo porque la mayoría le había dejado solo… el gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas y también actuales. Jesús ha dejado lo que estaba haciendo para ir a visitar a la suegra de Pedro; una obra antigua de caridad. Jesús la ha hecho. No caigamos en la indiferencia, sino convirtámonos en instrumentos de la misericordia de Dios. Todos podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y esto hará nos más bien a nosotros que a los otros porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y esta misericordia es un acto para restituir la alegría y la dignidad a quien la ha perdido.

Comentario al evangelio de hoy miércoles 09 de noviembre de 2016

El Templo de carne y hueso.
Fiesta Litúrgica,
No conviertan en mercado la casa de mi Padre.
Por : H Javier Castellanos LC | Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/63702/el-templo-de-carne-y-hueso.html
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de Él. Di, pues, alma mía, di a Dios: ‘Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.’ Y ahora. Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.» (San Anselmo de Canterbury).
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 2, 13-22
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi padre».
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.Después intervinieron los judíos para preguntarle: «¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré». Replicaron los judíos: «Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Desde siempre, Dios ha querido vivir entre nosotros. En el desierto, Él tenía una tienda entre los judíos que peregrinaban; en Jerusalén, el rey Salomón le dedicó un edificio grandioso y bellísimo; pero el Señor nunca estuvo tan presente hasta el momento en que tomó un cuerpo y se hizo hombre como nosotros.
Por eso, con mucha razón Jesucristo «hablaba del templo de su cuerpo». En ningún otro lugar Dios se sentía más «en casa», y entrar en ese corazón significa encontrar a Dios mismo. Por eso Cristo no tenía ningún otro ideal. Su alimento era hacer la voluntad de su Padre (cf. Jn 4).
Él vivió totalmente dedicado, es decir consagrado, hacia su Padre. El celo con el que defendió la pureza del templo en Jerusalén era sólo un eco de aquella pasión con la que defendía su propia pureza. Y una clara imagen del celo que sigue teniendo por conservar a la Iglesia limpia de toda mancha y corrupción. ¡Cuántas veces derrama su gracia en los sacramentos para limpiar nuestros corazones!
Pidamos hoy al Señor este mismo celo por defender nuestra pureza y vida de gracia. Con el bautismo nos hemos convertido también nosotros en templos de Dios, no de piedra, sino de carne y hueso.
El mayor tesoro que tenemos es Dios mismo que habita en nosotros; no podemos perderlo por culpa de otros intereses, y menos aún por el pecado. Más bien Dios se merece una extremada atención por buscar ante todo su gloria y su voluntad. Y el mejor culto que se le puede ofrecer es el de la propia vida: dedicarle, consagrarle todas las fuerzas y todo el corazón.
«El discípulo de Jesús va a la iglesia para encontrarse con el Señor y encontrar en su gracia, operante en los sacramentos, la fuerza para pensar y obrar según el Evangelio. Por lo que no podemos ilusionarnos con entrar en la casa del Señor y “encubrir”, con oraciones y prácticas de devoción, comportamientos contrarios a las exigencias de la justicia, la honradez o la caridad hacia el prójimo. No podemos sustituir con «honores religiosos» lo que debemos dar al prójimo, postergando una verdadera conversión. El culto, las celebraciones litúrgicas, son el ámbito privilegiado para escuchar la voz del Señor, que guía por el camino de la rectitud y de la perfección cristiana.»
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de marzo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Haré una comunión espiritual, pidiendo a Cristo la gracia de darle gloria con mi cuerpo y agradeciéndole su presencia en mi corazón.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

EDD. miércoles 09 de noviembre de 2016.

Dedicación de la basílica de Letrán, fiesta.
http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20161108

Libro de Ezequiel 47,1-2.8-9.12. 
Un ángel me llevó a la entrada de la Casa, y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del Altar.
Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.
Entonces me dijo: «Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas.
Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas parte adonde llegue el torrente.
Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio».
Salmo 46(45),2-3.5-6.8-9. 
El Señor es nuestro refugio y fortaleza,
una ayuda siempre pronta en los peligros.
Por eso no tememos,
aunque la tierra se conmueva
y las montañas se desplomen
hasta el fondo del mar.
Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios,
la más santa Morada del Altísimo.
El Señor está en medio de ella: nunca vacilará;
él la socorrerá al despuntar la aurora.
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro baluarte es el Dios de Jacob.
Vengan a contemplar las obras del Señor,
Él hace cosas admirables en la tierra.
Evangelio según San Juan 2,13-22. 
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio».
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?».
Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar».
Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
 
Comentario del Evangelio por San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia . Sermón 5 para la Dedicación.
Fiesta de la dedicación de una iglesia, fiesta del Pueblo de Dios.
Hermanos, celebramos hoy una gran fiesta. Es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la Esposa de Cristo… Preguntémonos ahora qué puede ser la casa de Dios, su templo, su ciudad, su Esposa. Lo digo con temor y respeto: somos nosotros. Sí, nosotros somos todo esto en el corazón de Dios. Lo somos por su gracia, no por nuestros méritos… La humilde confesión de nuestras dificultades excita su compasión. Esta compasión es lo único que hace a Dios socorrer nuestra necesidad, como un rico padre de familia, y nos hace encontrar pan en abundancia junto a él. Somos su casa donde nunca falta el alimento de vida…
“Sed santos, dice, porque yo, vuestro Señor, soy santo” (Lv 11,45). Y el apóstol Pablo nos dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”  ¿Será suficiente la santidad? Según el testimonio del apóstol también la paz es necesaria: “Procurad la paz con todos y la santidad sin la cual nadie verá a Dios” (Heb 12,14). Esta paz es la que nos hace vivir juntos, unidos como hermanos, y edifica para nuestro Rey, una ciudad enteramente nueva llamada Jerusalén que significa: visión de paz…
Dios mismo, en fin, es quien nos dice: “Yo seré tu Esposo, en fidelidad, y te desposaré conmigo en juicio y en justicia (mía, no la tuya) “me he desposado contigo en ternura y misericordia” (Os 2,22.21) ¿No se ha portado él como un esposo? ¿No os ha amado y se ha mostrado celoso como un esposo? Entonces ¿cómo podéis dejar de consideraros su Esposa? Por tanto, hermanos, sabemos por experiencia que somos la casa del Padre de familia por el alimento tan abundante que tenemos, el templo de Dios por nuestra santificación, la ciudad del Rey supremo para nuestra comunión de vida, la esposa del Esposo inmortal por el amor. Creo, pues, que puedo afirmar sin miedo: esta fiesta es realmente nuestra fiesta.

El Papa en Sta. Marta: Con deseo de poder y deslealtad es difícil servir a Dios

En la homilía de este martes, el Santo Padre invita a reflexionar sobre cuáles son los obstáculos que impiden servir al Señor con libertad.
 
El Papa en Santa Marta - © Osservatore Romano

El Papa En Santa Marta – © Osservatore Romano

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Para servir bien al Señor debemos evitar ser desleales y buscar el poder. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la misa celebrada este martes en Santa Marta. De este modo, el Santo Padre ha asegurado que no se puede servir a Dios y al mundo.
El Pontífice ha desarrollado su homilía recordando la afirmación que todo discípulo se debe repetir a sí mismo: “somos siervos inútiles”.
Por eso, el Santo Padre ha preguntado cuáles son los obstáculos que impiden servir al Señor, servirlo con libertad. Hay muchos –ha observado– y uno es “el deseo de poder”.
Jesús nos ha enseñado que “el que manda se convierte en el que sirve”, ha precisado Francisco. O si uno quiere ser el primero que sea siervo de todos. Jesús –ha recordado– invierte los valores de la mundanidad, del mundo.
Y este deseo de poder no es el camino para convertirse en un siervo del Señor, es más, es un “obstáculo que hemos pedido al Señor alejar de nosotros”.
El otro obstáculo, sucede también el vida de la Iglesia, es la deslealtad, ha reconocido el Pontífice. Esto sucede “cuando alguno quiere servir al Señor pero también sirve a otras cosas que no son el Señor”. El Señor –ha recordado el Papa– no ha dicho que ningún siervo puede tener dos padrones. O sirve a Dios o sirve al dinero. La deslealtad no es lo mismo que ser pecador. “Todos somos pecadores, y nos arrepentimos de esto”, pero ser desleales es “hacer el doble juego”, ha advertido. Asimismo, ha precisado que el que tiene deseo de poder y el que es desleal, difícilmente puede servir, convertirse en siervo libre del Señor.
Estos obstáculos –el deseo de poder, la deslealtad– quitan la paz y te llevan a esa molestia de corazón de no estar en paz, siempre ansioso. Y esto, ha recordado el Papa, nos lleva a vivir en esta tensión de la vanidad mundana, vivir para aparentar. Por eso Francisco ha advertido sobre esa gente que “vive solamente para estar en un escaparate, para aparentar”, “por la fama”.
De este modo, el Santo Padre ha invitado a “pedir al Señor quitar los obstáculos para que en la serenidad, tanto del cuerpo como del espíritu” podamos “dedicarnos libremente a su servicio”.
En esta misma línea, el Pontífice ha recordado que el servicio de Dios es libre “somos hijos, no esclavos”. Cuando servimos al Señor con libertad –ha reconocido– sentimos esa paz más profunda todavía de la voz del Señor: ‘ven, siervo bueno y fiel’. Pero “todos queremos servir al Señor con bondad y fidelidad, pero necesitamos su gracia, solos no podemos”. Por eso, ha asegurado el Santo Padre, debemos pedir siempre esta gracia, “que sea Él quien nos quite estos obstáculos, que sea Él quien nos dé esta serenidad, esta paz del corazón para servirlo libremente, no como esclavos, sino como hijos”.
Tenemos que repetir –ha asegurado– que somos siervos inútiles conscientes de que solos no podemos hacer nada. Solamente “tenemos que pedir y hacer espacio para que Él haga en nosotros y Él nos transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos.
De este modo el Papa ha pedido que “el Señor nos ayude a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu Santo para que quite de nosotros estos obstáculos, sobre todo el deseo de poder que hace tanto mal, y la deslealtad, la doble cara” de “querer servir a Dios y el mundo”.
Finalmente, el Santo Padre ha pedido que nos dé esta serenidad, esta paz para poder servirlo como hijo libre que al final, con tanto amor le dice: “Padre, gracias, pero tú lo sabes: soy un siervo inútil”.

Comentario al evangelio de hoy martes 08 de noviembre de 2016

Sólo aquello hicimos.

Martes XXXII. Tiempo ordinariio. Ciclo C. 
No somos más que siervos.
Por: H. Iván Yoed González Aréchiga LC

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey Nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Te doy gracias por el don de ser cristiano. Mi nombre es según mi modelo: Cristo. Mi virtud la caridad. Y la fuente de mis fuerzas no soy yo, sino tu gracia, en quien tengo puesta mi esperanza. En tus manos mi oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 17, 7-10
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’?”. ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?
Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Soy tan sólo un siervo, tan sólo una sierva. Ciertamente la parábola se ha referido a mí. Es bueno que a veces me pongas en mi lugar, he de admitirlo, Señor. Pues es verdad: yo soy consciente de todas esas ocasiones en que me crezco, en que me reconozco cuanto hago, en que siento que merezco aplausos por una obra buena. Sí, si alguna vez hago algo bueno, suelo pensar que ha sido sólo obra mía, venida de mi propia iniciativa, salida de mis propias fuerzas solamente.
Por ejemplo, si concedo una sonrisa a una persona y veo un fruto bueno, si veo una exteriorización de simpatía en el otro a razón de mi gesto, tiendo a convencerme de que he hecho algo bueno por mi mérito. Tal vez no espero que me aplaudan literalmente, pero disfruto en mi interior de alguna forma al saber que logré algo. Lo mismo que si doy limosna, y veo que el pobre se sonríe; lo mismo que si ayudo en la lectura del domingo y sé que serví en la santa misa. Experimento en mí una sensación natural de triunfo.
El problema, ciertamente, no reside en disfrutar la dicha de servir, en sentir satisfacción al completar una obra digna de alabanza, en experimentar agrado al realizar un acto de virtud, no. Pero siempre he de recordar que por mí mismo, por mí misma nada puedo. Eres Tú, Señor, quien me sostiene, quien me lleva… y quien me pide incluso más. Un «más» que en ocasiones significará acrecentar la cantidad de obras buenas, o un «más» que supondrá aumentar la calidad de mis obras, aquel amor con que realizo mis «servicios», mis responsabilidades, sea en mi familia,en mi apostolado, o en mi entorno. Y confío que Tú me sostendrás también, y que la dicha de vivir según tu corazón es siempre más grande -que la de un simple triunfo personal.
Así pues, «también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’».
«El Señor, mediante la Iglesia, te llama una vez más a servir; y te hará bien al corazón repetir en la oración la expresión que Jesús mismo sugirió a sus discípulos para mantenerse en la humildad: “Digan: ‘Somos simples servidores’”, y esto no como fórmula de buena educación sino como verdad después del trabajo “cuando hayan hecho todo lo que se les mande”».
(Homilía de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración. Disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy rezaré unos minutos en presencia de Cristo en una capilla, pidiendo el don de la verdadera humildad, para poder ser un buen servidor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
 

EDD. martes 08 de noviembre de 2016.

Martes de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario.

Carta de San Pablo a Tito 2,1-8.11-14.
Querido hermano:
En cuanto a ti, debes enseñar todo lo que es conforme a la sana doctrina.
Que los ancianos sean sobrios, dignos, moderados, íntegros en la fe, en el amor y en la constancia.
Que las mujeres de edad se comporten como corresponde a personas santas. No deben ser murmuradoras, ni entregarse a la bebida. Que por medio de buenos consejos,
enseñen a las jóvenes a amar a su marido y a sus hijos,
a ser modestas, castas, mujeres de su casa, buenas y respetuosas con su marido. Así la Palabra de Dios no será objeto de blasfemia.
Exhorta también a los jóvenes a ser moderados en todo,
dándoles tú mismo ejemplo de buena conducta, en lo que se refiere a la pureza de doctrina, a la dignidad,
a la enseñanza correcta e inobjetable. De esa manera, el adversario quedará confundido, porque no tendrá nada que reprocharnos.
Porque la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado.
Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad,
mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús.
El se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien.
Salmo 37(36),3-4.18.23.27.29.
Confía en el Señor y practica el bien;
habita en la tierra y vive tranquilo:
que el Señor sea tu único deleite,
y él colmará los deseos de tu corazón.
El Señor se preocupa de los buenos
y su herencia permanecerá para siempre;
El Señor asegura los pasos del hombre
en cuyo camino se complace:
Aléjate del mal, practica el bien,
y siempre tendrás una morada,
pero los justos poseerán la tierra
y habitarán en ella para siempre.
Evangelio según San Lucas 17,7-10.
El Señor dijó:
«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’?
¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’.»
Comentario del Evangelio por Benedicto XVI, papa 2005-2013. Encíclica «Deus caritas est», § 35.
«Somos unos pobres siervos»
Éste es un modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia.
Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo: « Somos unos pobres siervos » (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor.
Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: « Nos apremia el amor de Cristo » (2C 5, 14).

Beato Juan Duns Scoto – 8 de noviembre

«Excelso franciscano, virtuoso y brillante teólogo, aclamado como doctor subtilis, es también conocido como doctor mariano y doctor del Verbo Encarnado por su encendida defensa de la Inmaculada Concepción»
https://es.zenit.org/articles/beato-juan-duns-scoto-8-de-noviembre-4/
Escena de la película Beato Dun Scoto

Escena De La Película Beato Dun Scoto

(ZENIT – Madrid).- Eminente filósofo y teólogo del medioevo, uno de los máximos exponentes de la escuela escolástica, inteligentísimo y ardiente defensor de María, reconocido como Doctor subtilis («Doctor sutil») pudo nacer en la localidad escocesa de Duns, condado de Berwick hacia 1266. En su familia, dedicada al pastoreo, estaba intensamente afianzada la espiritualidad franciscana. De hecho, un hermano de su padre era vicario del convento que los frailes menores tenían en Dumfries. Parece que aunque rondó por su cabeza la idea de convertirse en soldado, renunciaría a este futuro movido por el alto ideal de consagrar su vida a Dios, que percibió cuando despuntaba su juventud, y no dudó en ofrecérsela a Él. Así cuando dos avezados apóstoles franciscanos de aquélla comunidad pasaron por su ciudad natal y repararon en su sensibilidad espiritual, apreciando su valía, le invitaron a seguir a Cristo. Hacia 1280, sin rastro de nubes en su horizonte existencial que lo impidiera, secundó a los religiosos.
Después de ser ordenado en 1291 en Northampton le encomendaron la delicada tarea de confesar, misión muy reputada en la época que se ofrecía a personas de probada virtud, hasta que llegó el momento de iniciar estudios de teología en los prestigiosos paraninfos universitarios de Cambridge y Oxford. Sus dotes intelectuales eran tan excepcionales que en 1293 fue enviado a completar su formación en la célebre universidad de París, aunque en esta decisión pesaron de forma singular sus cualidades espirituales. En él vieron sus superiores los rasgos de un gran franciscano cuya convivencia, por su virtud, era ejemplar. Y es que Juan era un hombre de oración, obediente, humilde, sencillo, abnegado, devotísimo de la Eucaristía y de María, fiel a la Iglesia. Un místico y contemplativo, pero no teórico; lo que escribía y decía estaba encarnado en su amor y entrega a Cristo. Bebía de la tradición de la Iglesia nutriendo con ella las enseñanzas filosófico-teológicas.
Se convirtió no sólo en un reputado profesor universitario, aclamado en Cambridge y en París, ciudades donde ejerció la docencia, sino en un apóstol singular que defendía la verdad y actuaba coherentemente en todo instante. Por su testimonio muchos de sus discípulos se sintieron alentados a emprender el camino de la santidad, y su influjo no ha cesado en todos estos siglos. Durante el curso 1297-98 las Sentencias de Pedro Lombardo fueron uno de los textos fundamentales que alumbraron su reflexión intelectual; constituyeron la base de su Lectura I, II y III, y materia para su labor académica en Cambridge. Por cierto, que estos trabajos, que en realidad pretendían ser apuntes sobre las Sentencias de Lombardo, revelaron sus altas cualidades para la teología, disciplina que enseñó en París, Oxford y Colonia.
En sus clases ya se ponía de manifiesto su espíritu religioso puesto que daba inicio a las mismas con una oración que incluía después en sus obras. En 1302 se hallaba en París por segunda vez, pero la estancia fue breve. Se produjo un gravísimo enfrentamiento entre el papa Bonifacio VIII y el monarca francés Felipe IV, y Juan se negó a firmar una apelación promovida por éste contra el pontífice, por lo cual tuvo que abandonar la capital gala. En 1305 regresó por tercera y última vez a París como profesor de filosofía y de teología en calidad de Magíster regens. Hallándose en esta ciudad, impulsó la disputa en torno a la Inmaculada Concepción.
La situación planteada era compleja, especialmente por el peso de cierta tradición al respecto sosteniendo que la Virgen no había sido «concebida inmaculada» desde el principio. Pero Juan se encomendó a María: «Te alabaré, oh Virgen sacrosanta; dame valor contra tus enemigos». Poseía una inteligencia excepcional, gran agudeza y sentido crítico. Sus cualidades intelectuales, vinculadas a las espirituales, hicieron de él la persona idónea para defender a la Inmaculada. Fue capaz de memorizar doscientos argumentos contrarios a esta doctrina y refutarlos sistemáticamente y por el mismo orden que fueron expuestos, uno por uno. Es bien conocido el axioma de Eadmer inspirado en San Anselmo: «Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo)», que Scoto desarrolló dejando claro que la Madre de Dios había sido preservada del pecado original desde el mismo instante de su concepción. Ella fue agraciada por la redención de Cristo antes de ver la luz del mundo.
El argumento del beato fue tenido en cuenta por Pío IX para definir este dogma mariano proclamado el 8 de diciembre de 1854 en la Constitución Ineffabilis Deus. La encendida defensa de María y de la Encarnación efectuada por Scoto le han merecido el título de «doctor mariano» y «doctor del Verbo encarnado». Su devoción por la Madre del cielo rubricaba el genuino espíritu franciscano al que se había abrazado.
En 1307 sus superiores le destinaron a Colonia para impartir clases en el Studiumteológico franciscano. Y allí murió el 8 de noviembre de 1308. Estaba en el esplendor de su madurez; tenía 43 años. Su excepcional legado intelectual comprende obras de gran envergadura como Ordinatio (Opus oxoniense) y Reportata parisiensa (Opus parisiense), así como el Tratado del Primer Principio. Había inducido a sus numerosos alumnos, algunos de ellos insignes, así como a los incontables que le siguieron, a transitar por el camino de la perfección. Juan Pablo II lo beatificó el 20 de marzo de 1993, aunque ya había confirmado su culto ab inmemorabili tempore el 6 de julio de 1991. Al elevar a Scoto a los altares, el pontífice lo denominó «cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción».