Veneración a la Virgen
María, Madre de Dios.
La Iglesia Católica venera a los santos pero no las adora. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría.
Por: corazones.org
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Fuente: http://es.catholic.net/op/articulos/15428/veneracion-de-las-imagenes-de-la-virgen#
Muchos se preguntan por qué los católicos veneramos imágenes. La repuesta a tal cuestión nos la da Santo Tomás de Aquino en su Summa Teológica:
«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imágen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen.» (Summa theologiae, II-II, 81, 3, ad 3.)
El hombre siempre ha usado pintura, figuras, dibujos, esculturas, etc., para darse a entender o explicar algo. Estos medios sirven para ayudarnos a visualizar lo invisible; para explicar lo que no se puede explicar con palabras.
Cuando el hombre cayó por el pecado y perdió la intimidad con Dios, comenzó a confundir a Dios con otras cosas y a darles culto como si fueran dioses. Este culto se representaba frecuentemente con esculturas o imágenes idolátricas. La prohibición del Decálogo contra las imágenes se explica por la función de tales representaciones.
¿La Biblia prohíbe las imágenes?
El Primer Mandamiento: Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea… (Dt 4:15-16) (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #2129s.)
Los Israelitas eran una minoría rodeada por pueblos idólatras. Dios quiso protegerlos de esas prácticas pero ellos frecuentemente caían. Los profetas, especialmente Oseas, Jeremías y Ezequiel hablaron en nombre de Dios para prohibir la idolatría y se llevaron a cabo muchas reformas para purificar las malas prácticas (cf. 2 R 23: 4-14).
Dos ejemplos: la serpiente de bronce (cf. Nm 21: 4-9; Sb 16:5-14; Jn 3: 14-15), El Arca de la Alianza y los querubines:
Ex 25, 18-20: «Harás, además, dos querubines de oro macizo; los harás en los dos extremos del propiciatorio: haz el primer querubín en un extremo y el segundo en el otro. Los querubines formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos. Estarán con las alas extendidas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio, uno frente al otro, con las caras vueltas hacia el propiciatorio.»
Las imágenes y los cristianos.
Las primeras comunidades cristianas representaban al Salvador del mundo con imágenes del Buen Pastor; mas adelante aparecen las del Cordero Pascual y otros iconos representando la vida de Cristo. Las imágenes han sido siempre un medio para dar a conocer y transmitir la fe en Cristo y la veneración y amor a la Santísima Virgen y a los Santos. Testigo de todo esto son las catacumbas donde aun se conservan imágenes hechas por los primeros cristianos. La que ves a la derecha es de la catacumba de Santa Priscila.
Fue pintada en la primera mitad del siglo 3
El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva economía de las imágenes.
Algunos objetan que la Iglesia cambió la enseñanza del Antiguo Testamento. No es cierto. Mas bien es Jesucristo mismo quien tomó lo antiguo y le dio una interpretación mas perfecta en su propia Persona.
Mientras antes de Cristo nadie podía ver el rostro de Dios, en Cristo, Dios se hizo visible. Antes de Jesús las imágenes con frecuencia representaban a ídolos, se usaban para la idolatría. En la plenitud de los tiempos, el verdadero Dios quiso tomar imágen humana. Jesucristo es la IMAGEN visible del Padre.
Nos dice el Catecismo, en el número 476:
«Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado» (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede «pintar» la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio Ecuménico (Cc de Nicea II, en el año 787:DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas.
Juan 14:9 «Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»?»
El uso cristiano de las imágenes no es contrario al Primer Mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, el honor dado a una imagen se remonta al modelo original. El que venera una imagen venera en ella la persona que en ella está representada. El honor tributado a las imágenes sagradas es una veneración respetuosa, no una adoración, que sólo le corresponde a Dios.
Fundándose en el misterio del Verbo Encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en 787, permitió la institución de imágenes (Este concilio no instauró el uso de las imágenes, que como vimos se remonta al comienzo del cristianismo, mas bien afirmó la práctica)
Las imágenes de la Virgen Santísima y de los santos.
La Iglesia Católica venera a los santos pero no las adora. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría. Hay que saber distinguir entre adorar y venerar. San Pablo enseña la necesidad de recordar con especial estima a nuestros precursores en la fe. Ellos no han desaparecido en la nada sino que nuestra fe nos da la certeza del cielo donde los que murieron en la fe están ya victoriosos EN CRISTO.
La Iglesia respeta las imágenes de igual forma que se respeta y venera la fotografía de un ser querido. Todos sabemos que no es lo mismo contemplar la fotografía que contemplar la misma persona de carne y hueso. No está, pues, la tradición Católica contra la Biblia. La Iglesia es fiel a la auténtica interpretación cristiana desde sus orígenes.
No es sorprendente que algunos persistan en acusar a la Iglesia sin querer entender razones. Ya ocurrió así con los fariseos hace 2000 años. Acusan a Jesús y sus discípulos por sus prácticas sin querer ver la realidad. Acudían a El con muchas preguntas torcidas, acusándolo de romper la ley, hasta de ser del demonio (Cf. Jn 8). Las explicaciones de arriba solo servirán para los hermanos que sinceramente preguntan porque tienen dudas y quieren entender. Con gusto les podemos explicar lo que los cristianos siempre hemos creído y practicado
Sobre la veneración.
Catequesis de SS Juan Pablo II:
1. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo.
Es lo mismo que hicieron los padres del Concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.
2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1, 13), afirma: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1, 14).
En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con respecto al ministerial o jerárquico.
3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los corazones.
«Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1, 42), María cumple de modo eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?
Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido esa misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.
4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf. Hch l, 14), evocan el papel que desempeñó en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados.
La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario.
Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la Ascensión y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.
5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (Hch 1, 14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la voluntad de Dios, –había dicho Jesús–, ése es mi hermano, mi hermana, y mi madre» (Mc 3, 34).
En esa misma circunstancia, Lucas, define explícitamente a María «la madre de Jesús» (Hch 1, 14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.
El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia, María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.
Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.
Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesario para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.
Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.
6. Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos.
«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imágen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen.» (Summa theologiae, II-II, 81, 3, ad 3.)
El hombre siempre ha usado pintura, figuras, dibujos, esculturas, etc., para darse a entender o explicar algo. Estos medios sirven para ayudarnos a visualizar lo invisible; para explicar lo que no se puede explicar con palabras.
Cuando el hombre cayó por el pecado y perdió la intimidad con Dios, comenzó a confundir a Dios con otras cosas y a darles culto como si fueran dioses. Este culto se representaba frecuentemente con esculturas o imágenes idolátricas. La prohibición del Decálogo contra las imágenes se explica por la función de tales representaciones.
¿La Biblia prohíbe las imágenes?
El Primer Mandamiento: Puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea… (Dt 4:15-16) (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #2129s.)
Los Israelitas eran una minoría rodeada por pueblos idólatras. Dios quiso protegerlos de esas prácticas pero ellos frecuentemente caían. Los profetas, especialmente Oseas, Jeremías y Ezequiel hablaron en nombre de Dios para prohibir la idolatría y se llevaron a cabo muchas reformas para purificar las malas prácticas (cf. 2 R 23: 4-14).
Dos ejemplos: la serpiente de bronce (cf. Nm 21: 4-9; Sb 16:5-14; Jn 3: 14-15), El Arca de la Alianza y los querubines:
Ex 25, 18-20: «Harás, además, dos querubines de oro macizo; los harás en los dos extremos del propiciatorio: haz el primer querubín en un extremo y el segundo en el otro. Los querubines formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos. Estarán con las alas extendidas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio, uno frente al otro, con las caras vueltas hacia el propiciatorio.»
Las imágenes y los cristianos.
Las primeras comunidades cristianas representaban al Salvador del mundo con imágenes del Buen Pastor; mas adelante aparecen las del Cordero Pascual y otros iconos representando la vida de Cristo. Las imágenes han sido siempre un medio para dar a conocer y transmitir la fe en Cristo y la veneración y amor a la Santísima Virgen y a los Santos. Testigo de todo esto son las catacumbas donde aun se conservan imágenes hechas por los primeros cristianos. La que ves a la derecha es de la catacumba de Santa Priscila.
Fue pintada en la primera mitad del siglo 3
El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva economía de las imágenes.
Algunos objetan que la Iglesia cambió la enseñanza del Antiguo Testamento. No es cierto. Mas bien es Jesucristo mismo quien tomó lo antiguo y le dio una interpretación mas perfecta en su propia Persona.
Mientras antes de Cristo nadie podía ver el rostro de Dios, en Cristo, Dios se hizo visible. Antes de Jesús las imágenes con frecuencia representaban a ídolos, se usaban para la idolatría. En la plenitud de los tiempos, el verdadero Dios quiso tomar imágen humana. Jesucristo es la IMAGEN visible del Padre.
Nos dice el Catecismo, en el número 476:
«Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado» (cf. Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede «pintar» la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio Ecuménico (Cc de Nicea II, en el año 787:DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas.
Juan 14:9 «Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»?»
El uso cristiano de las imágenes no es contrario al Primer Mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, el honor dado a una imagen se remonta al modelo original. El que venera una imagen venera en ella la persona que en ella está representada. El honor tributado a las imágenes sagradas es una veneración respetuosa, no una adoración, que sólo le corresponde a Dios.
Fundándose en el misterio del Verbo Encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en 787, permitió la institución de imágenes (Este concilio no instauró el uso de las imágenes, que como vimos se remonta al comienzo del cristianismo, mas bien afirmó la práctica)
Las imágenes de la Virgen Santísima y de los santos.
La Iglesia Católica venera a los santos pero no las adora. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría. Hay que saber distinguir entre adorar y venerar. San Pablo enseña la necesidad de recordar con especial estima a nuestros precursores en la fe. Ellos no han desaparecido en la nada sino que nuestra fe nos da la certeza del cielo donde los que murieron en la fe están ya victoriosos EN CRISTO.
La Iglesia respeta las imágenes de igual forma que se respeta y venera la fotografía de un ser querido. Todos sabemos que no es lo mismo contemplar la fotografía que contemplar la misma persona de carne y hueso. No está, pues, la tradición Católica contra la Biblia. La Iglesia es fiel a la auténtica interpretación cristiana desde sus orígenes.
No es sorprendente que algunos persistan en acusar a la Iglesia sin querer entender razones. Ya ocurrió así con los fariseos hace 2000 años. Acusan a Jesús y sus discípulos por sus prácticas sin querer ver la realidad. Acudían a El con muchas preguntas torcidas, acusándolo de romper la ley, hasta de ser del demonio (Cf. Jn 8). Las explicaciones de arriba solo servirán para los hermanos que sinceramente preguntan porque tienen dudas y quieren entender. Con gusto les podemos explicar lo que los cristianos siempre hemos creído y practicado
Sobre la veneración.
Catequesis de SS Juan Pablo II:
1. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo.
Es lo mismo que hicieron los padres del Concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.
2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1, 13), afirma: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1, 14).
En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con respecto al ministerial o jerárquico.
3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los corazones.
«Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1, 42), María cumple de modo eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?
Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido esa misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.
4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf. Hch l, 14), evocan el papel que desempeñó en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados.
La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario.
Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la Ascensión y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.
5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (Hch 1, 14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quien cumpla la voluntad de Dios, –había dicho Jesús–, ése es mi hermano, mi hermana, y mi madre» (Mc 3, 34).
En esa misma circunstancia, Lucas, define explícitamente a María «la madre de Jesús» (Hch 1, 14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.
El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia, María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.
Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.
Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesario para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.
Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.
6. Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos.