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Homilía para la Eucaristía del domingo 15 de abril de 2018.

Fuente  :  https://es.zenit.org/articles/p-antonio-rivero-cristo-resucitado-nos-llama-a-una-vida-nueva-y-santa/

DOMINGO 3 DE PASCUA

Ciclo B

Textos: Hech 3, 13-15.17-19; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48

Antonio Rivero, L.C.

Idea principal: La Pascua nos compromete a una vida nueva en Cristo Jesús, vivo y glorioso entre nosotros.

Síntesis del mensaje: Vida nueva que implica arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos (1ª lectura). Vida nueva de santidad, gracias al perdón de los pecados ofrecido por Cristo como víctima de expiación por nuestros pecados (2ª lectura). Vida nueva que tenemos que transmitir a nuestros hermanos para que vuelvan también a Dios (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la Pascua supone un encuentro con el Cristo resucitado y glorioso, a través de la Iglesia, a través de la carne de nuestro hermano en quien palpita la vida divina y a través de los sacramentos, donde dejó su huella invisible y regalos visibles que el Cristo Pascual nos dejó para derramar y compartir con nosotros la vida divina. El cristianismo es justamente el encuentro con una persona viva, Jesucristo, a quien el Padre resucitó venciendo las ataduras del pecado y de la muerte. Ahora bien, el encuentro con Cristo resucitado pide de cada uno de nosotros vivir la vida nueva que Cristo ganó con su muerte y resurrección. Vida nueva que implica arrepentirnos de nuestros pecados, causantes del sufrimiento y muerte de Cristo Jesús; implica dejar nuestra vida antigua y mundana, como tantas veces nos pide el papa Francisco. Este arrepentimiento nos llevará a arrodillarnos ante el sacramento de la Penitencia, donde la sangre de Cristo nos lava, nos purifica, nos santifica y vuelve a brillar en nosotros la vida nueva del Resucitado.

En segundo lugar, esta vida nueva nos lanza a una vida de santidad, que no significa ser inmaculados, sino una lucha contra el pecado en nuestra vida. San Juan en la segunda lectura de hoy nos urge a que no pequemos. El pecado ofende a Dios, ¡qué ingratitud para con nuestro Padre Dios! El pecado ofende a Cristo, ¡qué pena para nuestro Amigo y Redentor! El pecado ofende a la Iglesia, ¡qué falta de amor filial! El pecado ofende nuestra dignidad cristiana, ¡qué vergüenza! Cristo se inmoló como víctima de expiación por nuestros pecados. Por tanto, Él ya destruyó el pecado con su muerte. Lo que tenemos que hacer es cumplir con amor y por amor los mandamientos de Dios, seguirá diciendo san Juan en su carta. Cumpliendo sus mandamientos y nuestros deberes del propio estado estamos demostrando la vida nueva en nosotros, que es la vida de santidad a la que el Papa Francisco nos acaba de invitar en la última exhortación apostólica, recién publicada, titulada: “Gaudete et exsultate”.

Finalmente, la vida nueva no podemos guardarla para nosotros. Tenemos que transmitir a nuestros hermanos esta vida nueva, para que todos los que pasen a nuestro lado también experimenten los efectos de la vida de Cristo resucitado a través de nosotros, de nuestro testimonio y de nuestra palabra. Somos testigos ante el mundo de que Cristo vive, de que ha resucitado, de que está presente en su Iglesia y en cada uno de nosotros que tratamos de llevar una vida santa, llena de caridad y justicia. Así hizo Ignacio de Loyola con Francisco Javier cuando estudiaban en París. Así hizo José Anchieta con los indios cuando vino al Brasil en el siglo. Así hizo Juan Bosco con esos muchachos a quienes les enseñaba artes y ciencia, y por eso gritaba “dame almas, Señor, y quítame lo demás”.Así hizo el cura de Ars al llegar a su parroquia, después de años abandonada al pecado y a la disolución de costumbres. Y así hacen tantos misioneros y misioneras, consagrados y laicos, convencidos de Cristo que se lanzan a predicar el mensaje evangélico, para que nadie quede fuera de la salvación traída por Cristo Jesús, con su muerte y resurrección.

Para reflexionar:  San Pablo resume así la vida nueva de quien ha resucitado con Cristo: “Seréis así limpios e irreprochables; seréis hijos de Dios sin mancha en medio de una generación mala y perversa, entre la cual debéis brillar como lumbreras en medio del mundo, manteniendo con firmeza la palabra de vida” (Flp 2, 15-16).

Reflexionemos también en estas palabras del Papa Francisco en su última exhortación: “Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”(Gaudete et exsultate, n.14).

Para rezar: Señor, revísteme de tu vida nueva. Que luche cada día con todo mi ser contra el pecado. Y que contagie a mi alrededor esta vida nueva de santidad.

Para cualquier duda o pregunta, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org