Homilía para la Eucaristía del Domingo 05 de febrero de 2017.
DOMINGO QUINTO DEL AÑO.
Isaías 58,7-10: el pueblo pretende agradar a Dios con ayunos y actos religiosos. El profeta insiste en la religión interior, que consiste en amar de verdad al oprimido, al necesitado. Esta es la religión que salva y diviniza al hombre.
Mateo 5,13-16: con dos figuras: sal y luz, se ilustran las exigencias que implica ser testigo de Cristo.
1.- Si el domingo pasado se echaba las bases de un auténtico discípulo: vivir la pobreza de espíritu y así hacer vida las Bienaventuranzas, hoy la Palabra comienza a graficar cómo debemos ser los discípulos del Reino de Dios. Lo que nos está pidiendo la Palabra es una autenticidad de vida. No podemos fingir ni ante Dios ni ante los hombres. Y todos estamos expuestos al peligro de caer en una religiosidad falsa, formalista, vana.
En tiempos del profeta el pueblo pretendió agradar a Dios con actos de culto y ayunos rigurosos. Pero olvidaron lo principal: las obras morales y humanas para con el prójimo. Incluso se hace una lista que viene a incluir las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, dar albergue al peregrino, etc. Esto es lo que salva al hombre, es decir, lo diviniza, lo transforma, lo hace luz, lo justifica. Sólo obrando así se llega a Dios y se pasa de la muerte a la vida.
2.- Cuando el Señor dice a sus discípulos, a nosotros, “Ustedes son la sal de la tierra…la luz del mundo”, está indicando cuál es la misión que tenemos. Tenemos la misión de ser Sal, es decir, condimento, preservante de corrupción, signo de hospitalidad, sabiduría, es decir, la que da el verdadero sabor a la vida. ¿Dónde? En la tierra, es decir, donde viven los hombres, todos los hombres. De ser luz, es decir, resplandor de la presencia de Dios. En este sentido Jesús es la Luz, es decir, el resplandor de la gloria de Dios (Hebreos 1,3). El discípulo, por aceptar a Cristo es iluminado. ¿Dónde ser luz? En el mundo, donde no reina Dios, donde solamente reinan las tinieblas.
O sea, nos está poniendo la vara muy alta, ya que tenemos que aportar a la humanidad lo que a ésta falta: sabiduría, incorruptibilidad, luz divina. Pero nadie da lo que no tiene. Lo que nosotros no tenemos lo da Jesús, que es fuente de luz y vida.
3.- Nos damos cuenta que tenemos una tarea y un desafío muy grande. Porque tenemos que evitar que cunda la corrupción, tenemos que proporcionar el sabor auténtico, al Sabiduría a la humanidad. No podemos ser sosos, insípidos. Un cristianismo insípido estorba en la humanidad, hay que barrer con él.
Tenemos que aportar mucha luz en esta época que se caracteriza por el tremendo apagón cultural, valórico y de fe. ¡Cuidado! Algunos dicen: “La única iglesia que ilumina es la que arde”. Será por eso que nos queman las iglesias. No. La única iglesia que ilumina es la que tiene a Cristo y lo vive.
4.- Vivir a Cristo. ¿Cómo? Aquí resuena lo que nos dice Isaías: “si compartes tu pan…entonces despuntará tu luz”.
En estos días de tanta desgracia y dolor hemos visto brillar la luz. Ha brillado la luz en aquellos que dieron su vida por salvar a otros. Ha brillado la luz en aquellos que dejando la comodidad de las vacaciones han acudido a socorrer a los damnificados. Ha brillado la luz en aquellos que anónimamente han hecho donaciones para paliar tanta pérdida.
Bendito sea Dios porque todavía queda luz en nuestro medio, en los que han invertido mucho dinero para socorrer, en los países e instituciones que desinteresadamente han aportado con lo que tenían. En medio del caos ha brillado la luz.
Hoy nuestra Eucaristía ha de ser un grito de alabanza al Señor, Fuente de luz, porque ha hecho brillar la luz en donde menos lo esperábamos. Que así como se extinguen poco a poco los incendios forestales se encienda en los corazones la luz de la generosidad y el amor, que mana de Cristo, resplandor de la gloria del Padre.
Hermano Pastor Salvo Beas.