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LA PALABRA DE DIOS ILUMINA NUESTRO DOMINGO – XXVII Domingo del tiempo ordinario – Lucas 17, 5-10

La fe abre nuestros ojos para enseñarnos a ver lo que normalmente no vemos. Jesús nos recuerda que hacer el bien, ser justo y vivir con ética no es heroísmo, sino parte de la vida de fe. El signo más expresivo de la presencia del Reino es el amor desinteresado y total que ayuda y perdona. Ese amor no mide, no calcula, no espera retorno, porque nace del corazón mismo de Dios. Cuando alguien ama así, hace visible en el mundo la fuerza del Evangelio y muestra que la gracia es más fuerte que el egoísmo y la venganza. Allí donde se acoge al débil, se levanta al caído y se perdona al ofensor, el Reino de Dios se hace presente. Ese amor es la señal cierta de que Jesús vive en medio de nosotros y transforma la historia desde lo pequeño y lo humilde.

Queridos hermanos y hermanas, hoy celebramos el Vigésimo Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario, en este Año Jubilar de la Esperanza, tiempo de renovación interior y de confianza profunda en el Señor. Hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos presenta una de las súplicas más humanas y sinceras que los apóstoles dirigen a Jesús: «Auméntanos la fe». No piden poder, ni conocimiento, ni seguridad: piden fe. Esta súplica brota de la conciencia de la propia limitación. En el corazón de todo ser humano habita un deseo profundo de plenitud y, al mismo tiempo, una experiencia constante de insuficiencia. Esta petición expresa la condición humana como ser abierto al Misterio, necesitado de sentido y de relación. El ser humano no se basta a sí mismo; su grandeza está precisamente en reconocer que necesita creer, confiar y dejarse sostener por Alguien que lo trasciende y este alguien es Dios. El ser humano tiene deseo del infinito. Hermanos y hermanas, Jesús responde con una imagen desconcertante: «Si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este sicómoro: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería». No se trata de cantidad, sino de calidad de fe. El grano de mostaza, aunque pequeño, contiene una potencia vital inmensa. Así también la fe auténtica: humilde, pero llena de confianza; pequeña, pero arraigada en Dios. Sabemos que la fe no es una creencia abstracta, sino una relación viva de confianza en el Dios que actúa. Es adhesión existencial, una orientación de toda la persona hacia Dios. La fe hermanos y hermanas, revela el núcleo del ser humano como ser de confianza, llamado a salir de sí mismo. Creer no es un acto puramente intelectual; es una decisión vital que compromete el corazón, la voluntad y la esperanza. El hombre y la mujer se humaniza cuando confía, cuando sale del miedo y se abandona en el Amor que sostiene la existencia. Hermanos y hermanas, el Evangelio continúa con una parábola sobre el siervo que cumple su deber sin esperar recompensa: “Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” A primera vista, estas palabras pueden sonar duras. Pero Jesús no desprecia el servicio humano; más bien, revela su verdad más profunda: el servicio auténtico nace del amor gratuito, no de la búsqueda de reconocimiento. La fe madura nos conduce a esta actitud de humildad: servir sin exigir, amar sin esperar pago, obedecer sin orgullo. Todo lo que somos y hacemos es don. No hay mérito que separe al hombre de Dios, porque todo mérito es respuesta al Amor primero. Hermanos y hermanas, esta enseñanza nos recuerda que el ser humano alcanza su plenitud no dominando, sino sirviendo. El ser humano se realiza cuando se descentra, cuando su vida se convierte en don. El “siervo inútil” no es un esclavo degradado, sino un ser libre que ha comprendido que su grandeza consiste en amar gratuitamente, como el mismo Cristo. La fe, entonces, no es una idea ni una emoción pasajera; es una forma de vivir. Creer significa dejar que Dios transforme nuestra manera de mirar, de actuar y de servir. Por eso, el Evangelio une fe y servicio: quien confía en Dios, sirve con libertad; quien sirve humildemente, revela su fe. Jesús mismo es el modelo del “siervo inútil”: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró un privilegio ser como Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo”. En Él, la fe se hace obediencia y la obediencia se hace amor. Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos invita a una conversión profunda. Nuestra fe no se mide por palabras ni por obras grandiosas, sino por la confianza silenciosa en Dios y por la humildad del servicio cotidiano. En un mundo que valora el éxito, el control y el mérito, Jesús nos enseña el camino contrario: la pequeñez, la gratuidad y la confianza. Sólo una fe humilde puede sostenernos en medio de la fragilidad humana; sólo un corazón servidor puede hacer visible el Reino de Dios. Hermanos y hermanas, pidamos, entonces, como los discípulos: “Señor, auméntanos la fe.” Que esa fe nos haga más humanos, más libres y más capaces de amar sin medida. – Hno. Mauricio Silva dos Anjos – OFMCap de Chile.