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Comentario al Evangelio del domingo 14 de septiembre de 2025

REFLEXIONAR EL EVANGELIO FRANCISCLARIANAMENTE – Lc 15, 1-32.

Dios siempre perdona y recibe con alegría a todos los que regresan a él, incluso después de una vida de errores y pecados. ¡Dios no sabe perdonar sin celebrar! Y el padre celebra por la alegría que tiene porque su hijo ha regresado. Que el Señor nos dé la gracia de entender cuál es el problema. El problema es vivir en casa, pero no sentirse en casa, porque no hay trato de paternidad, de fraternidad, solo está la relación entre compañeros de trabajo. Somos ese hijo, y es conmovedor pensar cuánto nos ama el Padre y nos espera siempre. ¡Volvemos!

Hermanos y hermanas, el evangelio de este domingo nos sitúa ante tres parábolas que hablan de pérdida, de búsqueda y de reencuentro. Detrás de estas imágenes está la pregunta fundamental: ¿quién es el ser humano ante Dios y quién es Dios ante el ser humano? Tenemos la certeza de que Dios busca, Dios perdona y Dios se alegra cuando el pecador regresa. La verdad de nuestra condición nos enseña que el ser humano es, al mismo tiempo, imagen de Dios y ser frágil, marcado por límites y por la posibilidad del pecado. Oveja que se dispersa, moneda que se pierde, hijo que se aleja: cada historia retrata la experiencia universal de quien, siendo libre, puede extraviarse. Hermanos y hermanas, esa libertad no es un defecto; es parte de la dignidad humana. Somos creados para amar y, por eso, somos capaces de elegir, incluso de apartarnos. Nosotros los seres humanos siempre tenemos la capacidad de recomenzar, de retomar el camino. El deseo de retorno está inscrito en el corazón humano. Por eso el evangelio muestra que, incluso en el alejamiento, algo dentro de nosotros recuerda la casa del Padre. El hijo pródigo “entró en sí mismo”. Hermanos y hermanas, este momento de conciencia es la chispa de la imagen de Dios en nosotros que no se apaga; nos llama a la verdad, a la comunión, al reencuentro. Aquí, la gracia no elimina la libertad: despierta nuestra capacidad de volver. Hermanos y hermanas, sabemos que el rostro de Dios siempre nos humaniza y nos hace humanizantes. Si la condición humana es de búsqueda y retorno, Dios se revela como Aquel que busca primero. El pastor deja las noventa y nueve, la mujer enciende la lámpara, el Padre corre al encuentro del hijo. No tengamos duda hermanos y hermanas, de que somos plenamente humanos cuando nos dejamos encontrar por ese amor que antecede toda iniciativa nuestra. El abrazo del Padre restituye la dignidad del hijo: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida”. En Dios, nuestra humanidad herida es recreada. Debemos tener siempre el coraje de desafiar al “hijo mayor” que llevamos dentro. La figura del hermano mayor denuncia una tentación constante: reducir la relación con Dios a un contrato de méritos. Él también necesita ser salvado de su dureza. La verdadera madurez humana, según la fe, no consiste solo en obedecer, sino en entrar en la lógica de la misericordia. El ser humano solo se realiza plenamente cuando participa del amor que acoge y perdona. Hermanos y hermanas, este evangelio nos invita a mirar dentro de nosotros: ¿dónde estamos perdidos? ¿Qué signos del Padre amoroso reconocemos en nuestra historia? Y también nos provoca: ¿sabemos alegrarnos con el retorno del otro o conservamos el corazón cerrado del hermano mayor? Que el Espíritu Santo nos ayude a vivir la verdad de nuestra humanidad: libres, pero siempre abiertos al encuentro con el Dios que nos busca, y capaces de extender a los demás la misma misericordia que hemos recibido. Pidamos la gracia de experimentar la ternura de Dios, que nos busca sin cansarse, que nos abraza sin juzgar y que nos invita a compartir su alegría. Que cada Eucaristía sea para nosotros el banquete del Padre que nos dice: “Hijo, todo lo mío es tuyo. Alégrate, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida”. –

Hermano Mauricio Silva dos Anjos – Hermano Menor Capuchino de Chile.