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Comentario al Evangelio del domingo 20 de julio de 2025.

XVI Domingo del tiempo ordinario. – San Lucas 10, 38-42.

La vida cristiana es armonía entre la oración y la acción. Quien solo trabaja, sin reservar tiempo para Dios, se agota en un activismo sin alma, pierde fuerzas y razones para vivir. Quien, en cambio, se encierra en la piedad descuidando sus responsabilidades, se aparta de la caridad y de la realidad. Jesús, en Marta y María, no contrapone, sino que une: escuchar la Palabra para servir con amor. Solo desde la presencia de Dios el trabajo se vuelve fecundo y la oración se hace vida

Hermanos y hermanas, en este XVI Domingo del Tiempo Ordinario, dentro del Jubileo del Año de la Esperanza, en este camino que la liturgia nos propone para seguir profundizando nuestra fe en lo cotidiano de la vida y el Evangelio según San Lucas que acabamos de escuchar nos presenta un momento íntimo y profundo en la vida de Jesús: su visita a la casa de Marta y María. La escena es simple pero muy reveladora. Jesús llega a un pueblo y es recibido en la casa de Marta. Ella se afana en los quehaceres, preocupada por ofrecerle una buena hospitalidad. María, en cambio, se sienta a los pies del Señor y lo escucha. Aparentemente, una trabaja y otra descansa. Pero Jesús da una lección que va más allá de la actividad o la pasividad: «María ha elegido la mejor parte, y no se la quitarán». Lo que Jesús alaba en María no es la inactividad, sino la prioridad que ella da a la escucha de la Palabra, a la presencia viva de Dios en su hogar. Marta no hace nada malo, pero se pierde en el hacer, en la agitación, olvidando a quién tiene delante. Podemos iniciar nuestra reflexión cuestionándonos acerca de lo que es esencial en nuestra vida.
¿Qué es lo que realmente importa?
Es una pregunta que no puede ser ignorada, pues se trata del núcleo de la vida cristiana. En el episodio del encuentro de Jesús en casa de sus amigas Marta y María, también nos situamos como anfitriones del Señor.
¿Y cuál será nuestro comportamiento?
Sin caer en clichés sobre cada uno de los personajes, es importante destacar las actitudes concretas de cada una. Marta no debe ser menospreciada ni María sobrevalorada. Buscamos un justo equilibrio en la relación de ambas con Jesús. Marta simboliza al cristiano preocupado por los detalles de la salvación, y María es aquella que está atenta a la Palabra encarnada. Ambas desempeñan un papel preponderante en el discipulado, pues la práctica nace de la escucha y de la obediencia responsable. Es cierto que, en este caso, Marta también representa a aquellos que se justifican con el activismo que interfiere en la vida religiosa. Tal vez no tenga tan claro que el servicio se nutre en la fuente de la contemplación. En este aspecto, María a los pies del Maestro es la catecúmena perfecta que absorbe lo mejor de la Buena Nueva. Marta es una mujer agitada interiormente y, por qué no decirlo, sufre de ansiedad, el mal de nuestro tiempo. Sus intenciones son las mejores, pero no descansa y ve en la actividad diaria un motivo para sus evasiones.
Lo que más importa para nosotros es estar en la presencia del Señor con cuerpo y alma, con todo nuestro ser. Escuchar su palabra es sintonizar con la energía vital que nos cura, libera y salva. En lugar de justificarnos por la falta de tiempo y el correr diario, el mandato es detenernos para saborear la dulzura de Jesús que se hospeda en nuestra vida. ¿Soy feliz con todo lo que realizo? ¿Cuánto tiempo dedico a escuchar a Jesús? La calidad de vida depende del cuidado de la espiritualidad, un factor esencial para ser feliz. María era una amiga feliz, mientras que Marta aún estaba por descubrir ese camino. San Agustín escribía al corazón inquieto: “No andes por fuera, no te disperses, no te pierdas. Entra en tu interior. La verdad reside en el hombre interior.” Que María, hermana contemplativa, nos enseñe a estar a los pies del Señor. Y que Marta, con su servicio generoso, nos recuerde que la fe se traduce también en acciones concretas. Así, nuestra esperanza no será un deseo vago, sino una certeza firme nacida del amor de Dios que habita entre nosotros. –

Hno. Mauricio Silva dos Anjos – Hermano Menor Capuchino de Chile.