Comentario al Evangelio del jueves 17 de julio de 2025.

Decimoquinta semana del Tiempo Ordinario – San Mateo 11,28-30
En toda vida humana se hacen presentes el cansancio y el agobio, pero sin duda estos eran más hondos en los sencillos que escuchaban y acogían a Jesús, pues sus vidas eran particularmente difíciles. En la vida, los pequeños gestos alivian nuestras cargas, pero no las quitan. Jesús hace aún más: sostiene nuestros pasos con un amor puro y gratuito. Sentirse amado por Él transforma incluso los días más ásperos en caminos de luz.
Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos presenta uno de los pasajes más tiernos y consoladores de las palabras de Jesús. Es una invitación directa, sencilla, personal: “Vengan a mí…”. En medio de nuestras fatigas, preocupaciones y luchas diarias, el Señor se nos acerca no con exigencias, sino con compasión. Esta invitación no es genérica. Es una palabra que toca el corazón de cada uno de nosotros. Jesús no llama a los perfectos, ni a los fuertes, ni a los autosuficientes. Llama a los cansados, a los que cargan pesos que no pueden sostener: dolores, culpas, miedos, responsabilidades. Llama a los que se sienten solos, agotados, incluso vacíos. Jesús no ofrece una fórmula mágica ni una solución superficial. Ofrece su presencia, su corazón, su descanso. Hermanos y hermanas, el yugo era un instrumento agrícola que unía a dos animales para que caminaran juntos, compartiendo la carga. Jesús nos propone caminar unidos a Él, no para recibir más peso, sino para que Él lo lleve con nosotros. Su yugo no esclaviza. Al contrario, libera. No impone, sino que acompaña. Jesús transforma el sufrimiento en camino de redención, el cansancio en oportunidad de confianza, la cruz en señal de amor. Hermanos y hermanas, en una cultura que exalta la fuerza, el éxito y el poder, Jesús nos propone la mansedumbre y la humildad. No se impone con violencia, sino con ternura. No domina, sino que se dona. Su corazón humilde no aplasta, sino que levanta. Aprender de su corazón es el camino del verdadero descanso, porque solo el que ama con humildad encuentra la paz que no depende de circunstancias externas. Queridos hermanos, este evangelio es bálsamo para nuestras heridas. Es palabra de esperanza en un mundo que muchas veces nos exige sin piedad. Hoy el Señor nos dice: “Ven a mí… yo te aliviaré.” Acerquémonos a Él con confianza, entreguémosle nuestras cargas y aprendamos a vivir como Él: con mansedumbre, con humildad y con un corazón abierto al amor. Que María, madre del consuelo, nos ayude a llevar con Jesús el yugo del amor que da descanso al alma. Amén. – Hermano Mauricio Silva dos Anjos – Hermano Menor Capuchino de Chile.