Comentario al Evangelio del miércoles 30 de abril de 2025

EVANGELIO DEL DÍA – SEGÚN SAN JUAN 3, 16-21.
Queridas hermanas y hermanos en este miércoles de la segunda semana de Pascua, la liturgia nos presenta uno de los pasajes más profundos y consoladores del Evangelio: Dios es amor, y este amor se manifiesta plenamente en el don de su Hijo. El gesto de Dios es activo, generoso y gratuito. No espera que el mundo sea perfecto o digno: Él ama primero, ama a pesar de todo. Hoy escuchamos un pasaje profundamente conocido y, sin embargo, siempre nuevo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”. Esta es la esencia del Evangelio: un Dios que no se queda lejos, que no condena, sino que ama, salva y se dona. Este versículo es como el corazón palpitante de toda la Escritura. San Juan nos revela que el amor de Dios no es teórico ni condicional. No espera que seamos perfectos para amarnos. Su amor es gratuito, total y desbordante. Y ese amor se manifiesta en el Hijo que es dado: no solo en la Encarnación, sino también en la cruz. Para nosotros, franciscanos y franciscanas, este amor nos interpela profundamente. San Francisco de Asís contemplaba con lágrimas el misterio de la cruz. Veía allí la humildad de Dios, su entrega sin límites. Hermanas y Hermanos el Evangelio que acabamos de escuchar nos habla: “la luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas”. Este es el drama del corazón humano: a veces rechazamos la luz porque nos confronta, porque nos llama a cambiar. San Francisco no huyó de la luz. Cuando escuchó el Evangelio que le decía: “sin oro ni plata, sin bastón…”, se despojó de todo. Permitió que la luz de Cristo transformara su vida. Hermanas, nosotros también estamos llamados a caminar en la luz, a vivir con transparencia, con sencillez, con obras que hablen de Dios. Y eso empieza en lo cotidiano: en cómo nos tratamos, cómo perdonamos, cómo servimos a los pobres, cómo cuidamos la creación. Este pasaje no termina en condena, sino en esperanza: “El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. La fe no es esconderse; es salir al mundo como testigos. Francisco y Clara salieron. No se quedaron en sus seguridades. Fueron luz en medio de su tiempo, como estamos llamados a serlo hoy nosotros. La familia franciscana está extendida en el mundo entero. Somos hermanos y hermanas llamados a encarnar este amor que salva, a ser signos de reconciliación, paz y fraternidad universal. No desde el poder, sino desde la pequeñez y la ternura, como el Cristo pobre y crucificado.
Dos preguntas para que podamos reflexionar:
¿Hemos recibido la luz de Cristo en nuestra vida, incluso cuando nos muestra lo que necesitamos cambiar?
¿Hemos vivido la fe como respuesta al amor de Dios o como un peso de exigencias?
Pidamos al Señor que renueve en nosotros la certeza de su amor. Que no tengamos miedo de la luz. Que nuestras obras, como las de Francisco y Clara, sean reflejo de la verdad del Evangelio. Y que, como Franciscanos y Franciscanas, vivamos esta misión con gozo, siendo siempre instrumentos de paz y testigos de ese Dios que tanto amó al mundo, que dio a su Hijo por nosotros. Así sea. Amén. – Hermano Mauricio Silva dos Anjos – Hermanos Menores Capuchinos de Chile.