Ir al contenido principal

Comentario al Evangelio del Domingo de Ramos (13 de abril de 2025).

REFLEXIÓN FRANCISCANA SOBRE EL EVANGELIO.
DOMINGO DE RAMOS. – SEGÚN SAN LUCAS 22, 14 – 23, 56.

Jesús, al extender sus brazos en la cruz acoge tanto a amigos como enemigos. Porque es así como podrá condenar todo odio, toda ira y toda cerrazón y dureza de corazón del ser humano de todos los tiempos.

Queridos hermanos y hermanas, hoy comenzamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos, una liturgia que nos sitúa ante dos realidades profundamente unidas: la gloria y la cruz. Por un lado, recordamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: el pueblo lo aclama con ramas de olivo y palmas, grita «¡Hosanna al Hijo de David!», lo reconoce como el Mesías esperado. Pero, por otro lado, al avanzar en esta celebración, nos adentramos también en el relato de la Pasión, donde ese mismo Jesús será traicionado, abandonado, condenado y crucificado. Hermanaos y hermanas, iniciamos la Semana Santa, un tiempo esperado por todos los creyentes que nos invita a profundizar en el misterio de un Mesías humilde que transforma el sufrimiento en redención desde el corazón. Una característica destacada del Evangelio de Lucas que escuchamos es mostrarnos a un Jesús profundamente humano, capaz de experimentar el abandono, la soledad, el dolor físico, la traición y la Cruz; pero también a un Jesús que no cesa de amar, que se abandona confiadamente en el Padre y que, en medio del sufrimiento, sigue perdonando. Hermanos y hermanas, la misericordia brilla con claridad en el relato de la Pasión, como se refleja en la mirada compasiva de Jesús hacia Pedro símbolo de las veces que lo negamos, no solo con palabras, sino con acciones. Desde la Cruz, el Señor no deja de interceder por nosotros, a pesar de las alabanzas efímeras y la indiferencia que lo rodean. Hoy es un día para recordar cómo Jesús sana la oreja del soldado herido, consuela a las mujeres de Jerusalén en su desconsuelo y entre el dolor y las acusaciones, ofrece el paraíso a uno de los ladrones crucificados con Él. Hoy es un día para alzar palmas en señal de alegría, pero también para asumir el compromiso de reconocer en el Crucificado al Salvador, confiar en su misericordia y abrir el corazón para seguirlo tanto en la alegría como en el dolor. Hermanos y hermanas, la Cruz podría parecer un final trágico, y en cierto sentido lo es, pero es allí donde el amor se revela como entrega total. Es allí en la cruz donde comprendemos que servir con humildad y perdonar como Cristo hasta las últimas consecuencias surgen de una obediencia radical al Padre. Es una invitación a iniciar una semana que nos guía por el camino de la fidelidad, el servicio y el perdón hasta el fin de nuestra vida. Hermanos y hermanas, en esta semana acojamos la certeza de que Dios puede perdonar todo pecado. Dios perdona a todos, puede perdonar toda distancia, y puede cambiar todo lamento en danza; la certeza de que con Cristo siempre hay un lugar para cada uno; de que con Jesús nunca es el fin, nunca es demasiado tarde. Con Dios siempre se puede volver a vivir. Ánimo, ánimo, ánimo hermanos y hermanas, caminemos hacia la Pascua con su perdón. Porque Cristo intercede continuamente ante el Padre por nosotros y, mirando nuestro mundo violento, nuestro mundo herido, no se cansa nunca de repetir: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Hermanos y hermanas, que esta celebración de Ramos no se quede solo en la palma o en la procesión. Que sea el inicio de un verdadero camino hacia el corazón de Jesús. Y que, al final de esta semana, podamos decir con alegría: hemos muerto con Él, pero también hemos resucitado con Él. – Hn0. Mauricio Silva dos Anjos – Hermano Menor Capuchino de Chile.