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Comentario al Evangelio del domingo 21 de julio de 2024.

XVI Domingo del tiempo ordinario – San Marcos 6, 30-34.


“Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”.

Jesús nos alimenta con su palabra y nos nutre con el evangelio de la esperanza. ¿Qué atraía a Jesús tanta gente? Él irradiaba compasión. Necesitamos compasión para acercarnos a las personas, escuchar y ayudar; acoger y comprometernos, sobre todo, con los sufridores en el rescate de la vida. ¿Qué motivaciones me han llevado a trabajar en la Iglesia, en la parroquia, en la comunidad?

Hoy, el Evangelio nos invita a descubrir la importancia de descansar en el Señor. Los Apóstoles regresaban de la misión que Jesús les había dado. Habían expulsado demonios, curado enfermos y predicado el Evangelio. Estaban cansados y Jesús les dice «venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». El tiempo del descanso es necesario, e incluso obligatorio, y debe ser vivido seriamente. Dedicar un tiempo para el estudio, oración, ocio, convivir un tiempo con los familiares y tomar un momento para recargar las fuerzas físicas y espirituales es de suma importancia para continuar con ahínco en la misión. Es en el silencio interior que Dios mejor habla a nuestro corazón. «A pesar de todo, he decidido traerla a mí; he aquí que voy a llevarla al desierto y allí, a solas, hablaré a su corazón». Tomarse un tiempo para uno mismo no es huir de los compromisos, sino poder pensar en ideales mayores, hacer nuevos planes, evaluar la caminata, rezar, callar. Solo quien conoce la belleza del silencio, dentro y fuera de sí, es capaz de viajar por su propio mundo interior. Es en el silencio que escuchamos la voz de las cosas, la voz del propio yo y la voz de Dios. El amor nace del silencio y solo él lo lleva de nuevo a la plenitud. El silencio es lo que acerca a los hombres que el ruido separa, como también es el camino de nuestra propia comprensión interior. Es por el silencio que nos encontramos a nosotros mismos. Quien no sabe silenciar no se encuentra jamás. Hay personas que viven divorciadas de sí mismas, porque nunca hacen en sí el silencio. El silencio no es solo la ausencia de palabras o de ruido, una ausencia, un valor negativo, sino más bien un valor positivo, edifica nuestro mundo interior, encontramos el camino hacia la paz, hacia la sabiduría, hacia el perdón y el olvido y, sobre todo, hacia el amor. Nuestra alma necesita silencio como nuestro cuerpo necesita alimento». Una sociedad consumista, para estar a la altura de la dignidad humana, no puede organizarse solo en función del beneficio, como único valor a preservar. Si queremos construir una sociedad justa y fraterna, no lo conseguiremos dejándonos llevar por la lógica del mercado. Además de la dimensión económica, hay otros valores humanos, aún más fundamentales, a ser promovidos, tales como la convivencia familiar, el culto religioso, el contacto con la naturaleza, la alabanza al Creador. Por eso es importante valorar la celebración de la Eucaristía en nuestras parroquias y otros espacios para el encuentro entre las personas y con Dios. Estos momentos deben producir en nosotros un enriquecimiento interior, consecuencia de haber amado a Dios y de haber vivido también la entrega a los demás mediante el olvido propio; deben ser momentos en los que buscamos, especialmente, hacer la vida más amable a los que están a nuestro lado. Solo regenerados interiormente, podremos tener compasión con los que sufren y cumplir bien nuestro papel de buenos pastores en todos los ambientes en que actuamos, sea en la familia, en la Iglesia o en la sociedad. «Al desembarcar, Jesús vio una numerosa multitud y tuvo compasión, porque eran como ovejas sin pastor». Para reproducir en nosotros los rasgos del Buen Pastor y tener compasión ante la miseria humana, tenemos que ser, antes, ovejas obedientes de Jesús. Que también nosotros podamos imitar a muchos santos que han sabido anunciar a Cristo Señor y han experimentado la presencia de Dios en su vida y han sabido anunciarlo por la Palabra y por el ejemplo. Por lo tanto, pedimos al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. Que el Señor aumente el número de vocaciones y que creamos en nuestras comunidades una cultura vocacional y una iglesia toda ministerial. Pidamos también a la Virgen María, a quien invocamos como madre e intercesora, que seamos auténticos obreros de la viña del Señor y buenos anunciadores del Evangelio. – Hno. Mauricio Silva dos Anjos – Hermano Menor Capuchino de Chile.