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Homilia para la Eucaristía del domingo 31 de julio de 2022.

DOMINGO XVIII DEL AÑO. 

Eclesiastés 1,2; 2,21-23: Libro sapiencial, en el que se anuncia que todo es vanidad, es decir, “viento”, “nada”, “desilusión” (porque esto significa “Vanidad” en el lenguaje original). Con este lenguaje sombrío, pesimista, el texto afirma que nada es absoluto, solo Dios. 

Colosenses 3,1-5.9-11: El cristiano tiene vida nueva en Cristo. A lo que corresponde por parte del creyente un despojo y un revestimiento y así aspirar a lo de arriba, es decir, a lo mejor. 

Lucas 12,13-21: Se nos hace una advertencia: el discípulo debe evitar la ambición, la codicia y no debe poner su seguridad en los bienes materiales.

 1.- Llama la atención el lenguaje del Eclesiastés tan sombrío y pesimista. Como si fuera expresión de la filosofía del Absurdo; la teoría filosófica que dice que la vida en general es absurda, que el mundo carece de sentido y que no es completamente inteligible. Según Albert Camus la vida no tiene sentido, se puede adoptar las siguientes posturas: o ponerle fin a todo o encargarse de encontrarle nuestro propio significado. Pero no. El Eclesiastés no es producto de ninguna filosofía nihilista o del absurdo. Es Palabra de Dios, que a su modo quiere afirmar que en este mundo nada es absoluto, sino todo es relativo, es como humo que disipa el viento = vano. De todo, nada queda; la experiencia humana, en este sentido, es decepcionante: todo pasa.  Será el Nuevo Testamento el que nos dará la respuesta concreta a este planteamiento, que también se puede expresar así: ¿Para qué todo el esfuerzo humano? ¿Vale la pena afanarse por algo que, a lo sumo, reconocerán otros, pero que ya no es mío?

2.- San Pablo nos dice claramente cuál es y debe ser la vida de un creyente. En primer lugar, debe hacer un permanente despojo de todo aquello que le impide seguir al Señor. Pero al mismo tiempo debe revestirse de Cristo, el Hombre nuevo. Es lo mismo que en la vida natural. Si quiero ponerme un traje nuevo debo en primer lugar despojarme del que llevo puesto, incluso hasta de mi ropa interior. ¿Acaso no fue lo que hizo el hermano Francisco? El anhelo de un cristiano está más allá, no más acá. Dice el Apóstol: “Busquen lo bienes del cielo…tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra”. ¿Quiere decir esto que los bienes de la tierra, los títulos y todos los logros son inútiles, vanos? De ninguna manera. ¿Dónde está lo malo entonces? 

3.- Lo malo está, y así se manifiesta hoy día, en que el hombre se quedó extasiado con sus logros científicos (pensemos en el moderno telescopio James Webb, que muestra cosas maravillosas), con los adelantos tecnológicos que lo han encandilado al punto que muchos han perdido el horizonte, han perdido a Dios; Él es ahora el gran ausente.  Por eso, para muchos Dios es una quimera, un invento producto de las limitaciones humanas. Otros, en cambio, se conforman con una filosofía del Existencialismo, que bien lo reflejó una película francesa: “Vivir por vivir”. 

El estadillo social para muchos fue un mostrar el descontento e indignación, lo que se expresó con la destrucción. Muchos se preguntan hoy: ¿para qué votar? ¿Para qué tanto cambio si vamos a seguir igual? Hay en algunos pesimismo y en otros escepticismo. 

4.- La postura de Jesucristo es clara. Nos advierte el Señor para que no caigamos ni en la absolutización de las cosas, ni en la ambición, ni en la avaricia.  El que tiene logros en este mundo no los endiose, no viva en función de las cosas. Miren lo que les dice el Señor a los israelitas que entrarán en la Tierra Prometida: “Cuando el Señor, tu Dios te introduzca en la tierra que él te dará, en ciudades grandes y prósperas que tú no levantaste; en casas colmadas de toda clase de bienes, que tú no acumulaste; en pozos que tú no cavaste; en viñedos y olivares que tú no plantaste y cuando comas hasta saciarte, ten cuidado de no olvidar al Señor que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud”. Pienso que lo que nos pide hoy el Señor es que seamos ricos, pero con una mirada distinta. Saber que de nada somos señores, que todo es un don para compartir con los demás. Eso es ser “rico a los ojos de Dios”.  Bien lo comprendió Francisco, el “poverello”, que llegó a ser rico a los ojos de Dios y de los hombres., porque supo devolver todo a Dios en la persona de los más desposeídos. 

Aprendamos a despojarnos de todo, como Cristo, quien se despojó de su rango y se puso al servicio de todos. ¿Acaso no es este uno de los sentidos de la Eucaristía? 

Hermano Pastor Salvo Beas.