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EDD. lunes 06 de junio de 2022.

Lunes de la décima semana del tiempo ordinario
María, Madre de la Iglesia
Memoria obligatoria
Color: blanco

ANTÍFONA DE ENTRADA Cf. Jdt 13, 18. 19

El Señor, el Dios altísimo, te ha bendecida a ti, Virgen María, más que a todas las mujeres de la tierra. Él ha engrandecido tanto tu nombre, que los hombres no dejarán de alabarte.

ORACIÓN COLECTA

Te pedimos, Padre, por la intercesión de la Santísima Virgen María, que cuantos la veneramos en esta gloriosa conmemoración, merezcamos también participar de la plenitud de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

PRIMERA LECTURA

Se dedicaban a la oración en compañía de María, la madre de Jesús.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles        1, 12-14

Después que Jesús subió al cielo, los Apóstoles regresaron del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron, a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

SALMO RESPONSORIAL Jdt 13, 18bcde. 19

R./ ¡Tú eres el honor de nuestra raza! 

Que el Dios altísimo te bendiga, hija mía, más que a todas las mujeres de la tierra; y bendito sea el Señor Dios, creador del cielo y de la tierra.

Nunca olvidarán los hombres la confianza que has demostrado y siempre recordarán el poder de Dios.

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO

Aleluya

¡Eres feliz, santa Virgen María, y digna de toda alabanza; de ti nació el sol de la justicia, Cristo, nuestro Dios! Aleluya.

EVANGELIO

Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.

REFLEXIÓN :

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Reflexión
Cuando Dios había decidido venir a la tierra había pensado ya desde toda la eternidad en encarnarse por medio de la criatura más bella jamás creada. Su madre habría de ser la más hermosa de entre las hijas de esta tierra de dolor, embellecida con la altísima dignidad de su pureza inmaculada y virginal. Y así fue. Todos conocemos la grandeza de María.

Pero María no fue obligada a recibir al Hijo del Altísimo. Ella quiso libremente cooperar. Y sabía, además, que el precio del amor habría de ser muy caro. “Una espada de dolor atravesará tu alma” le profetizó el viejo Simeón. Pero, ¡cómo no dejar que el Verbo de Dios se entrañara en ella! Lo concibió, lo portó en su vientre, lo dio a luz en un pobre pesebre, lo cargó en sus brazos de huida a Egipto, lo educó con esmero en Nazaret, lo vio partir con lágrimas en los ojos a los 33 años, lo siguió silenciosa, como fue su vida, en su predicación apostólica…

Lo seguiría incondicionalmente. No se había arrepentido de haber dicho al ángel en la Anunciación: “Hágase”. A pesar de los sufrimientos que habría de padecer. ¡Pero si el amor es donación total al amado! Ahora allí, fiel como siempre, a los pies de la cruz, dejaba que la espada de dolor le desencarnara el corazón tan sensible, tan puro de ella, su madre. A Jesús debieron estremecérsele todas las entrañas de ver a su Purísima Madre, tan delicada como la más bella rosa, con sus ojos desencajados de dolor. Los dos más inocentes de esta tierra. Aquella única inocente, a la que no cargaba sus pecados. La Virgen de los Dolores. La Corredentora.

Ella nos enseña la gallardía con que el cristiano debe sobrellevar el dolor. El dolor no es ya un maldito hijo del pecado que nos atormenta tontamente; es el precio del amor a los demás. No es el castigo de un Dios que se regocija en hacer sufrir a sus criaturas, es el momento en que podemos ofrecer ese dolor por el bien espiritual de los demás, es la experiencia de la corredención, como María. Ella miró la cruz y a su Hijo y ofreció su dolor por todos nosotros.

¿No podríamos hacer también lo mismo cuando sufrimos? Mirar la cruz. Salvar almas. La diferencia con Nuestra Madre es que en esa cruz el sufrir de nuestra vida está cargado en las carnes del Hijo de Dios. Él sufrió por nuestros pecados. Él nos redimió sufriendo. Ella simplemente miró y ayudó a su Hijo a redimirnos.

Fuente : https://es.catholic.net/op/articulos/49091/cat/330/ahi-tienes-a-tu-madre.html