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Homilía para la Eucaristía del domingo 28 de mayo de 2022.

¡Aleluya! Cristo entra victorioso a la gloria del cielo.

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. 

Hechos 1,1-11: La Ascensión es al mismo tiempo una culminación y un inicio. Culmina el ministerio terrestre de Cristo y se inicia el ministerio de la Iglesia. Su misión: ser testigo de Cristo en todo el mundo. 

Hebreos 9,24-28; 10,19-23: El texto contempla dos partes: una, Cristo entra al verdadero santuario para interceder por nosotros. La otra: una exhortación: acerquémonos con fe ya que hemos sido purificados. 

Mateo 28,16-20: En el texto Jesús es presentado como el que tiene el poder pleno. Y Él envía con este mismo poder a los suyos a convocar a todos para que sean discípulos. 

1.- Celebramos un gran misterio de fe: la Ascensión, que es parte integral de la Resurrección. Puede verse la Ascensión como una culminación de la obra salvífica de Cristo en este mundo. Ahora transfiere la tarea a los suyos, a la Iglesia. Obra que tiene doble finalidad. Por un lado, ser los testigos de Cristo resucitado. Pero también ser los portadores de un mensaje. ¿Para quién? Es interesante ver lo que dice el texto original: “a todas las etnias”, es decir, a toda la gente.  Lo que suena a toda gente, de cualquier cultura el Señor llama a su seguimiento, a que sean sus discípulos. Es que la salvación ya no es exclusividad de una raza o una cultura. Es para todas las etnias. Porque “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Timoteo 2,4). Por eso Jesús nos envía a hacer discípulos, no nuestros, sino de Él, para que lo sigan a Él, anden por sus caminos. 

2.- Así como en el Antiguo Testamento se narra en el Levítico capítulo XVI que una vez al año el Sumo Sacerdote entraba en el Santuario para santificar al Pueblo, ahora es Jesús quien ha ingresado al verdadero Santuario, a la diestra de Dios Padre, para santificarnos e interceder por nosotros. Y esto una vez para siempre; porque en la tierra tenemos que hacerlo muchas veces, pero en el cielo basta una vez. 

De modo que el Misterio de la Ascensión nos muestra también la excelencia del sacerdocio de Cristo. Él es el único y verdadero sacerdote y hace de todos nosotros un Cuerpo sacerdotal. Con Cristo a la cabeza toda la Iglesia intercede ante Dios por todos. 

3.- Hoy pocos saben lo que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Pocos saben que el triunfo de Cristo nos compromete a ser sus testigos. Y cuando un cristiano o una comunidad no dan testimonio de Cristo, no es apóstol, está fallando en su identidad. Lo decía la otra vez y ahora lo repito: hoy hay muchos que se declaran cristianos, pero muy pocos son discípulos, que viven de acuerdo a las enseñanzas del Señor. 

Y hay muchas maneras de ser testigos. La mejor: “En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Juan 13,35). 

Bien lo enseñaba san Francisco de Asís al enviar a sus hermanos a tierra de musulmanes: vivan como cristianos y, si hay oportunidad, prediquen. Lo primero es la vivencia testimonial. 

4.- Según el evangelio de hoy, el Señor hace su última manifestación. Se da a conocer como el “Enviado con poder” y con este mismo poder envía a los suyos a predicar. Es el “Dios con nosotros”, que siempre nos acompañará. 

Hoy lo tenemos presente y siempre que nos reunimos en su nombre, o nos amemos como Él nos amó, o celebremos la Eucaristía, o proclamemos su Palabra, siempre Él está con nosotros. 

Si esto es así, ya nos lo dice el texto de la carta a los Hebreos: “Acerquémonos, entonces, con un corazón sincero y llenos de fe, purificados interiormente de toda mala conciencia y con el cuerpo lavado por el agua pura.” 

Es Él quien nos purifica, nos alimenta y nos envía a testimoniarlo y a presentarlo a los demás. No nos quedemos embobados mirando al cielo, no, sino, fijos los ojos en el Señor, vayamos a nuestros ambientes a testimoniar al Señor. 

Hermano Pastor Salvo Beas.