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Homilía para la Eucaristía del domingo 25 de julio de 2021.

Paz y Bien a todos ustedes.

DOMINGO XVII DEL AÑO. 

2Reyes 4,42-44: Eliseo, el varón de Dios, sigue con la misión de Elías: defender la causa de Yahvé, Él es el que alimenta a su Pueblo, no los Baales. 

Efesios 4,1-6: Una urgente llamada a la unidad, exigencia de nuestra vocación cristiana. Unidad que es regulada por las cuatro virtudes comunitarias: humildad, mansedumbre, paciencia y amor. 

Juan 6,1-15: La multiplicación del pan. La iniciativa es de Jesús; Él salva de una situación desesperada, mostrando así que Él es el Mesías, el que alimenta a su Pueblo. 

1.- Muchas veces la Sagrada Escritura nos muestra el poder de Dios en situaciones límites. Así, por ejemplo, en mujeres estériles y maridos ancianos que llegan a ser padres de grandes hombres; en personajes débiles e inexpertos que llegan a ser instrumento de Dios. Siempre aparece la desproporción entre lo poco (unos panes) y el resultado (cien o cinco mil personas).  De modo que lo que parece debilidad en Dios es más fuerte que todo lo humano (cfr. 1Corintios 1,25), porque el poder de Dios triunfa en la debilidad (cfr. 2Corintios 12,9). En esto radica la sabiduría de la cruz de Cristo. Si bien es cierto que está en nuestras manos el superar las dificultades y todo tipo de escollos en la vida, sin embargo, sólo en Dios debemos poner toda nuestra confianza. 

El peligro está en dejar entrar en nuestras vidas el hielo de la secularización y mundanidad que congelan nuestra fe.  Y una fe congelada no actúa. Debe ser descongelada con la fuerza de la Gracia de Dios, así se podrá actuar como creyentes. 

2.- Israel fue convocado por el Señor allá en el Sinaí y se le pidió vivir de acuerdo a su nueva realidad, Pueblo de Dios. La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, también fue convocada por Dios; por eso se le pide comportarse de una manera digna a esta realidad. De allí el llamado a la unidad. Unidad que no sólo se sustenta en afectos y simpatías, sino en que somos todos hijos de Dios y miembros de un solo cuerpo, el de Cristo. Por eso se nos pide la vivencia de la vida comunitaria, la que se apoya, así como una mesa, en cuatro patas: la Humildad, es decir, nadie se debe sentir superior al otro; la mansedumbre, ya que la rudeza en el trato desgasta a la comunidad; la paciencia, es decir, saber sobrellevar las cargas mutuamente; el amor, ya que es el lubricante que suaviza toda relación humana. 

3.- Por experiencia todos sabemos lo frágiles que somos. Y en situaciones difíciles aparece como una solución la vulgar tentación del aislamientos, el huir de la realidad, el individualismo. En otras palabras, se prefiere vivir en el propio metro cuadrado.  Y esto envenena no sólo al que padece este mal, sino que contamina a una comunidad, a la sociedad. 

¿Acaso no es eso lo que la gente reclama? El individualismo, el que unos pocos tengan privilegios a costa de las mayorías.  Una mesa que falle en una de sus patas tambalea, es inestable. Lo mismo sucede en la comunidad cristiana, en la sociedad, en la comunidad familiar. Y debemos ser una comunidad madura, estable. Y lo seremos en la medida que todos sepamos aceptarnos con nuestras riquezas y pobrezas, fortalezas y debilidades. Si esto no hacemos, si Chile no hace esto, seremos una sociedad inmadura, frágil e inestable, como las hay. Pensémoslo bien. 

4.- Porque somos frágiles, débiles, el Señor nos alimenta, así como otrora alimentó a su Pueblo en el desierto para que no desfalleciera. Y al hacerlo está demostrando que sólo Él es Dios y Señor, sólo en Él tenemos la estabilidad y firmeza que necesitamos. Y lo hace de un modo humilde, no espectacular. ¡Miren, hermanos, la humildad de Dios! diría san Francisco. Es que Él siempre actúa así, ya lo hemos visto. Y hoy también actúa a través de lo débil, lo frágil, lo que no brilla; a través de ti, de mí, de todos nosotros, de la Iglesia, santa y pecadora. Porque “sólo Él es justo y bondadoso en todas sus acciones. 

Hermano Pastor Salvo Beas.