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Homilía para la Eucaristía del domingo 11 de julio de 2021.

Paz y Bien a todos.

DOMINGO QUINCE DEL AÑO. 

Amós 7,12-15: Frente a la decadencia social y religiosa de Israel surge Amós, quien con sus palabras logra despertar las conciencias adormecidas de las clases dirigentes. Esto provoca el desprecio del sumo sacerdote Amasías. Amós no puede callar. 

Efesios 1,3-14: Introducción de la carta. Pablo bendice a Dios Padre porque en Cristo nos colmó de bendiciones; se enumeran seis bendiciones, todas son obras de Dios en Cristo. 

Marcos 6,7-13: Jesús llama a los doce y los envía con poder a predicar el Reino, pero con un estilo de vida diferente, a la manera de Cristo. 

1.- El domingo pasado veíamos que el Profeta es un llamado por Dios y enviado por Él a su Pueblo. Es portador de un Mensaje que invita a un cambio. Y así es con todos los profetas. Misión que no siempre es agradable, ya que junto con anunciar un Mensaje de parte del Señor, debe también denunciar lo que no está de acuerdo con la Voluntad de Dios. Y por supuesto que a nadie le gusta que le echen en cara sus errores y defectos. Le sucedió a Amós, que tuvo que denunciar la injusticia social, la depravación moral y religiosa, el lujo insultante y el formalismo religioso. Esto provocó el enojo del rey y expulsión del profeta, que fue descalificado e insultado. Pero Amós no puede callar, se siente llamado y enviado por Dios. 

2.- En la Iglesia todos hemos sido llamados, elegidos. En la carta el Apóstol bendice a Dios porque en Cristo nos colmó de bendiciones, es decir, nos da a conocer el Plan salvífico de Dios. Y encontramos seis bendiciones o manifestaciones de la acción salvadora de Dios. Estas bendiciones son: – Fuimos elegidos para ser santos. – Predestinados a ser sus hijos. – Fuimos redimidos y perdonados. – Nos dio a conocer su Voluntad. – Somos herederos de Dios con Cristo. – Fuimos marcados por el Espíritu Santo. 

Toda esta maravillosa obra de Dios en nosotros es para que podamos cumplir con una misión: proclamar al mundo entero lo que Dios quiere de todos los seres humanos. No podemos olvidar que somos discípulos-misioneros, llamados y enviados a todo el mundo, a toda cultura. 

3.- Y ahí está nuestra misión. Nosotros los cristianos estamos metidos en el mundo. Vivimos inmersos en una sociedad pluricultural, con una gran variedad de valores morales, religiosos y también políticos. La Iglesia, nosotros en este contexto debemos anunciar el Reino de Dios, es decir, lo que Dios quiere para todos nosotros. Por su puesto que la propuesta nuestra, que es la de Cristo, no es aceptada por todos. Por eso la Iglesia es rechazada, “ninguneada”, ya que para el mundo la Iglesia ya no existe, no interesa. Más aún, es menospreciada como lo fue Amós, como lo fue Jesús. A Amós lo trataron de “hijo de profeta”, expresión entonces injuriosa, insultante, ya que los “hijos de profetas” habían decaído, degenerado como institución. A la Iglesia se le echa en cara sus pecados, es descalificada, como veíamos el domingo pasado.  Tal vez ha sucedido esto también porque la Iglesia ha pretendido imponer su mensaje, que para nosotros es verdadero y válido. Hoy más que imponer, debemos proponer, aportar valientemente nuestro mensaje, pero con respeto a los demás. 

4.- Sin embargo, el Señor nos ha llamado y enriquecido con toda clase de bendiciones para que podamos cumplir nuestra misión de ser proclamadores del Reino de Dios. Proclamar el Reino no sólo de palabra, sino con un estilo de vida diferente, el de Cristo. Proclamamos a Jesús, pero el Reino requiere transformar la propia vida en un testimonio creíble, despojándonos de seguridades materiales, de esquemas gastados, de modos de vida aburguesados. No es posible la misión sin conversión personal y pastoral. 

¡Qué bien entendió esto san Francisco cuando se propuso vivir el Evangelio con un estilo de vida nuevo! 

El Salmo responsorial dice: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” En efecto, el Señor nos ha mostrado su salvación; a nosotros nos corresponde testimoniar esto con nuestra vida. 

Hermano Pastor Salvo Beas.