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Homilía para la Eucaristía del domingo 14 de marzo de 2021.

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA. 

Crónicas 36,14-16.19-23: Aunque el libro se llama Crónicas, no obstante, más que describir la destrucción de Jerusalén, el texto se limita a una reflexión teológica de los hechos. Dios quiere restaurar, y de hecho así lo insinúa el final del mismo texto. 

Efesios 2,4-10: Pablo revela las profundidades del misterio de Dios. Dios, en Cristo, nos ha hecho vivir. Hemos sido co-resucitados gratuitamente. La conducta cristiana es consecuencia de este don de salvación. 

Juan 3,14-21: Texto denso, profundo, en el que podemos destacar lo siguiente: -el sacrificio de Jesús que trae salvación a los que crean en Él; -el amor inmenso de Dios al mundo que entrega a su Hijo para salvarlo. 

1.- A primera vista lo que más resalta en la Palabra  de hoy día es la Misericordia de Dios que quiere salvar. Una de las expresiones que mejor muestra el amor misericordioso de Dios es: “Reparar” – “Reconstruir”, porque cuando Dios perdona Repara, reconstruye.  Así, Dios promete reconstruir a su Pueblo, a su Templo. El domingo pasado veíamos cómo Jesús purifica el Templo, ahora Dios promete reconstruir el Templo. Si bien hay deportación, exilio a Babilonia, lo importante es el anuncio de la reconstrucción. 

Y el Apóstol no se cansa de afirmar que todos nosotros, muertos por el pecado, hemos sido resucitados con Cristo gratuitamente. Resurrección  que significa Recreación, es decir, algo nuevo, vida nueva. De modo que de aquí brota una nueva ética para el cristiano. En el Antiguo Testamento se dice: “Haz esto y vivirás” (cfr. Deuteronomio 30,15-20). Ahora hay que afirmar: Porque Cristo te ha salvado, realiza las obras dispuestas por Dios. Porque no nos salvan las buenas obras, sino que las podemos realizar gracias a que somos hechura de Dios, recreados en Cristo, como dice el final de la segunda lectura. 

2.- La misericordia de Dios rompe todo esquema. Nos dice el evangelio que “entregó” a su Hijo Único; es decir, el Padre hace donación de su Hijo al mundo, a nosotros. Si aceptamos este don, es decir, creemos,  se produce salvación. He aquí lo importante: la Fe en el Dios que salva, que es capaz de salvar, que sólo Dios puede salvar en Cristo, levantado  en alto, es decir, alzado en la cruz y glorificado por el Padre. Por eso dice: “para el que crea en Él”. El evangelio toma el ejemplo del libro de los Números. Los israelitas en el desierto mordidos por las serpientes, sanaban al mirar la serpiente de bronce presentada por Moisés. 

3.- Solamente cuando los israelitas se dieron cuenta que por sí mismos no podían sanar de esas mordeduras fue entonces cuando acudieron a Moisés, quien les propone la señal.  El hombre de hoy cree bastarse a sí mismo, salvarse a sí mismo. Pero no acepta su impotencia y no acude al que puede proporcionarle salvación.  

Esta autosuficiencia se traduce en incredulidad e indiferencia.  Hoy día más que un ateísmo hay un indiferentismo frente a Dios. Jesucristo no preocupa.  

4.- Jesús dijo una vez a los judíos: “Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el Pan del cielo, sino mi Padre es quien le da el verdadero Pan del cielo.” (Juan 6,32). Hoy día nos dice algo similar: “No es Moisés quien les da la señal de salvación, sino mi Padre es quien les da la verdadera señal que alza por encima de todo”. Sólo quien mira a esta Señal = cree, es salvado, regenerado, reparado, recreado. Y todo por puro amor. 

A medida que nos acercamos a la Semana Santa la liturgia nos presenta esta Señal salvadora: Cristo muerto y Resucitado, el cara y sello del Misterio Pascual. 

¿Has experimentado la mordedura la serpiente? Sin duda. Entonces te digo lo que un día nos gritó a los chilenos san Juan Pablo II: “¡No tengan miedo de mirarlo a Él!” 

Hermano Pastor Salvo Beas.