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Homilía para la Eucaristía del domingo 31 de enero de 2021.

Paz y Bien. Cuidémonos todos.

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO. 

Deuteronomio 18, 15-20: La figura de un Profeta, su autenticidad y su aceptación. 

1Corintios 7,32-35: San Pablo al responder a unas consultas concretas, expone un estilo de vida, un ideal: el celibato por el Reino. 

Marcos 1,21-28: Jesús proclama el Reino con autoridad, la que demuestra derrotando a un espíritu impuro. 

1.- Hoy resalta la figura del Profeta y también del profetismo. 

Profeta: el que habla en nombre de Dios, que da a conocer los designios de Dios. El profetismo no es algo exclusivo de Israel. En todos los pueblos, las culturas y religiones ha existido el profetismo.  

Para nosotros es más familiar el profetismo que encontramos en la Sagrada Escritura. Pero tengamos en cuenta lo siguiente: el profeta es, en primer lugar, un hombre de Dios, pero también un hombre de la Palabra. Nadie es auto profeta, sino es Dios quien se comunica con el hombre, éste escucha, medita y trasmite. 

Escucha: es decir, en contacto con el Señor se empapa de Dios, de lo que quiere Dios. Como dice en otra parte de la Biblia: “Cuando se presentaban tus palabras, yo las escuchaba, tus palabras eran mi gozo” (Jer. 15,16). 

Medita; no sólo escucha la Palabra, la digiere, aunque le sea amarga. La Palabra escuchada debe ser digerida, hacerla propia. No basta con oírla, hay que escucharla, es decir, interiorizarla en el corazón. 

Trasmite: Sólo la Palabra escuchada y meditada-asimilada es la que suscita el Mensaje de Dios. Tengamos en cuenta lo que dice Ezequiel 3,1-4: Él me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes delante: como este rollo, y ve a hablar a los israelitas. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. 

 Después me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel. Él me dijo: Hijo de hombre, dirígete a los israelitas y comunícales mis palabras”. 

Por eso el profeta auténtico es un hombre de Dios y un hombre de la Palabra. 

2.- Ser hombre de Dios equivale a decir: vive de Dios, pendiente de Dios en todo, como lo fue Jesús. Todo cristiano, por ser discípulo, es una persona que vive de Dios, y de la Palabra de Dios (cfr. Mateo 4,4). Por eso es importante estar siempre a la escucha de la Palabra de Dios. Así se entiende mejor lo que quiere decir san Pablo en el texto de hoy: vivir preocupado del Señor. El célibe pretende vivir preocupado del Señor de una forma preferencial. Y ese es el sentido del celibato, no un menos precio al matrimonio o al sexo. 

Por eso la Iglesia, cada cristiano, tiene una función profética. Misión de la Iglesia, del Pueblo de Dios es trasmitir el Mensaje de Dios, lo que Dios quiere para todo el mundo. Y se debe trasmitir fielmente el Mensaje de Dios, lo que a Él le agrada y también lo que a Él desagrada. Misión que debe siempre cumplir a pesar de los escollos, dificultades y rechazos. 

3.- Junto al profeta auténtico están también los diversos mediadores paraproféticos que pretenden trasmitir mensajes. Así tenemos a los vaticinadores, los astrólogos, hechiceros, espiritistas, agoreros, etc. Pero no faltan los falsos profetas que dan falsos mensajes de Dios: la prensa sensacionalista y barata que se solaza en la mentira y el engaño, creando así una “Opinión pública”, que maneja a la sociedad, que está ciega, sorda y muda. ¡Y cuidado! Que esto puede contaminar también a un discípulo y entonces se deja conducir por la opinión pública, sin discernir si es verdad o no lo que se trasmite. 

Pero también está en juego la credibilidad de la Iglesia. Porque la Iglesia pierde credibilidad cuando no es un lugar de misericordia, cuando no sabe respetar la dignidad, cuando no tiene un sentido de servicio, es autorreferente. Entonces no es realmente profética. 

4.- Pero hoy se nos dice: “El Señor tu Dios, te suscitará un Profeta”. A Jesús, el Mensajero de Dios por excelencia. Porque hoy Dios se valió de su Hijo para hablarnos (cfr. Hebreos 1,1-2). Por eso, a Él hay que escuchar. “No endurezcan su corazón como en Meribá”. 

A nosotros nos toca ser hombres de dios y de la Palabra; saber acoger la Palabra y digerirla para hacerla vida. Quien vive la Palabra es ya un profeta con su vida. Así fueron los santos; cada uno a su manera trasmitió en su tiempo el mensaje de Dios. 

Escuchemos al único que enseña con autoridad. Aceptemos su mensaje. Fíjese que el hermano Celestino Aós, obispo de Santiago, dijo el domingo pasado: “Nos damos cuenta que hay que cambiar, ¡pero nadie quiere cambiar! Todos quieren seguir organizando sus vacaciones y sus fiestas… ¡y no quieren cambiar!” 

Escuchemos la voz del Señor, aceptemos su Palabra y vivámosla. 

Hno. Pastor Salvo Beas.