Homilía para la Eucaristía del domingo 28 de junio de 2020.
Paz y Bien a todos.
DOMINGO TRECE DEL AÑO.
2Reyes 4,8-11.14-16: El profeta Eliseo promete un hijo a la mujer estéril que le da acogida. Esto en prueba de agradecimiento, pero también para demostrar de dónde le viene la fecundidad.
Romanos 6,3-4.8-11: Pablo se vale del rito del bautismo para explicar de qué manera Dios nos justifica, es decir, nos libera del pecado y da vida nueva.
Mateo 10, 37-42: Conjunto de dichos de Jesús que se resumen en dos: unos que se refieren a las exigencias para ser discípulo y otros que se refieren a la acogida que se le debe dar a sus enviados.
1.- Eliseo, el Profeta de Dios, al igual que su maestro Elías, proclama que solamente el Señor es quien da la vida allí donde no la hay. Da la fecundidad allí donde reina la esterilidad. No son los baales los que dan la fecundidad.
Lo mismo nosotros. Como cristianos creemos en el Dios de la vida, que da la vida allí donde no la hay. San Pablo es quien afirma: “Nosotros tenemos fe en Aquel que resucitó a Jesús, nuestro Señor” (Romanos 4,24). Y esta fe es la que el Apóstol ejemplifica en la carta de hoy con el rito del bautismo. Cristo muerto fue sepultado, pero el Señor lo rescató del poder de la muerte. De igual modo nosotros, al creer, es decir, al aceptar que Dios es capaz de dar vida, hemos sido sumergidos con Él en el agua bautismal para ser también con Él resucitados, es decir, ser nuevas creaturas. Esa es la fe que tenemos, pero que debemos llevar a la práctica. Porque nosotros no creemos en teorías, ni en ideologías, ya que éstas no salvan, sino en el poder de Dios capaz de dar vida y fecundidad.
2.- Nosotros, los que aceptamos esta fe en Jesús, llegamos a ser sus discípulos, seguidores del Señor. Hemos hecho una opción por Él. He aquí lo importante: el discípulo es el que ha hecho una opción fundamental por el Señor, opción que tiene un peso específico: un amor con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Y así es como debemos entender lo que dice hoy el Señor. Quien opta por Él lo está prefiriendo por encima de todo. Así como el que se casa, opta por su cónyuge con un amor preferencial. Ser discípulo, seguir al Señor implica todo esto.
Pero a veces se pone difícil el discipulado, porque al optar tenemos que renunciar. La lógica de Jesús es diferente a la nuestra. Para ganar hay que perder. Hay que morir para resucitar.
3.- Optar por el Señor es algo muy concreto. Porque el que ha optado por el Señor es alguien concreto, de carne y hueso, metido en una cultura determinada. Y esta realidad generalmente nos juega en contra porque no va con lo del Señor. (“Mis caminos no son los caminos de ustedes” Isaías 55,8). Estamos inmersos en una cultura de muerte, materialista y exclusivista. Y esto hace que el seguimiento de Cristo sea difícil. Es por eso que el Señor dice que hay que tomar la cruz, es decir, seguirle asumiendo nuestra propia realidad, nuestra historia, ese historial que tanto nos molesta.
Muchas veces nuestros actos no están de acuerdo con la opción que hemos hecho. Lo importante es que dichos actos ni afecten lo esencial de la opción por el Señor. Sólo cuando afectan a lo esencial de la opción hablamos de “pecado mortal”, es decir, un darle la espalda a Aquel por quien habíamos optado.
4.- Pero seamos positivos. Sabemos que somos frágiles. A veces nos sentimos estériles en la vivencia de la fe. Pero no. No son los ídolos, ni las ciencias las que dan la fecundidad a nuestra existencia; es el Señor capaz de dar la vida, como lo hizo con su Hijo Jesucristo, como lo hizo con nosotros en el bautismo.
Mientras caminamos en esta vida vivimos más bien una realidad adversa. Pero en fe esperamos la plenitud, la liberación.
La Eucaristía es el Pan del viajero, del que va caminando, y le da la fuerza para caminar en pos del Señor.
Hermano Pastor Salvo Beas.