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Homilía para la Eucaristía del domingo 31 de mayo de 2020.

Sigo rezando por ustedes. Un abrazo.

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES.

Hechos 2,1-11: en el contexto de una fiesta judía, Pentecostés, en que se celebraba la Alianza en el Sinaí, viene el Espíritu Santo sobre los discípulos. Es el inicio del tiempo de la Iglesia.

1Corintios 12,3-7.12-13: la comunidad cristiana está gobernada por el Espíritu Santo.  Su presencia se manifiesta por los carismas que en ella existen dados por el Espíritu Santo. Todo debe contribuir al bien y unidad de la comunidad.

Juan 20, 19-23: Jesús resucitado entrega su Espíritu a los suyos para que continúen con lo que Jesús iniciara: quitar y perdonar los pecados del mundo.

1.- Para nosotros los cristianos Pentecostés evoca la venida del Espíritu Santo. Pentecostés era una fiesta de los judíos que evocaba la estancia de Israel a los pies del Sinaí. Allí fue donde el Señor hizo Alianza con los israelitas y les dio la Ley para hacer de ellos el Pueblo de Dios. Es en este día que viene el Espíritu sobre los discípulos de Jesús para formar el nuevo Pueblo de Dios, unificado por la Ley del Espíritu. Todos son reunificados por la acción del Espíritu Santo. Nace el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, para proclamar las maravillas de Dios en el mundo.

La venida del Espíritu Santo es el cumplimiento de la promesa que con su venida comienza  el tiempo mesiánico, tiempo del Espíritu. Termina la sequía espiritual imperante en el mundo y, gracias a Jesús resucitado, se derrama copiosamente al mundo el divino Espíritu. Viene el Espíritu Santo no sólo a la Iglesia, sino a todos, porque “el viento (el Espíritu) sopla donde quiere” (Juan 3,8).

2.- Es verdad, el Espíritu de Dios está presente no sólo en la comunidad de los creyentes (la Iglesia), sino que se derrama sobre todo el mundo. Y una señal de la presencia del Espíritu en medio nuestro son los carismas o dones que Él da a todos; a todos, no a algunos. Dones que sirven al bien de la comunidad, el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Dones diversos, algunos más espectaculares que otros, pero todos provienen de la misma fuente, del mismo Espíritu.

Es interesante lo que afirma Pablo y cómo ve él a la Iglesia: “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres- y todos hemos bebido de un mismo Espíritu”. Así contempla el Apóstol el misterio de la Iglesia.

3.- Francisco de Asís dice en sus escritos que no debemos ser ladrones de Dios (ver Admonición 12). Cuando el creyente es capaz de reconocer que todo viene de Dios es verdaderamente un pobre de espíritu. Pero generalmente tendemos a apropiarnos de de lo que no es nuestro, sino de Dios, y caemos en la soberbia y en la vanagloria. Es ladrón de Dios el que se apropia el derecho de juzgar al hermano, derecho que sólo compete a Dios.

San Pablo nos dice: “¿Quién te hace superior a los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido? (1Corintios 4,7).

El misterio de Pentecostés es para la Iglesia, para todos nosotros, un desafío muy grande. En Dios no hay acepción de personas, no hay distingos. Su Espíritu reposa igual sobre un alto dignatario de la Iglesia que en un sencillo cristiano, sobre un sabio que sobre un iletrado, sobre un rico que sobre un pobre, sobre un varón que sobre una mujer. ¿Por qué? “Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu”.  Gran verdad que tenemos que hacer realidad.

4.- “El Señor sopló sobre ellos”. El Espíritu Santo es el “Soplo de Dios”.

A los atacados por el coronavirus 19 les cuesta respirar; por eso se les somete a un respirador artificial.  El mundo ha sido atacado por el virus del pecado; tiene dificultad para respirar…muere. El Soplo de Dios viene a vitalizarlo todo: a la Iglesia, al cristiano, al mundo entero.

Jesús presente en la Eucaristía sopla sobre nosotros, nos quiere revitalizar para que podamos hacer lo mismo que hizo Él: salvar, quitar los pecados, los virus que flotan en nuestra sociedad.

Con su Espíritu podemos sanear esa cultura imperante infectada de egoísmos, afán de lucro y de poder, y así trabajar por la implantación del Reino de Dios. ¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles!

 Hermano Pastor Salvo Beas.