Skip to main content

Homilía para la Eucaristía del domingo 22 de marzo de 2020.

Queridos hermanos que reciben la homilía. Paz y Bien.Ante la emergencia sanitaria que estamos viviendo me atrevo a sugerirles lo siguiente: tal vez no podrán participar en la Eucaristía dominical. Sí podrán entrar en comunión con el Señor por medio de su Palabra; comúlguenla, háganla suya. El material que les aportó podría servirles de algo. De todos modos, me aprovecho de todos ustedes para pedirle sinceramente que oren mucho por mí, para que en todo momento pueda servir a su Pueblo de la mejor manera. Les garantizo mi oración por ustedes. Les abraza su hermano menor. Pastor.

CUARESMA QUINTO.

1 Samuel 16,1.6-7.10-13: La unción de David como rey de Israel. En el texto se contraponen el juicio de Dios y el del hombre. El hombre se deja llevar por las apariencias, mientras que Dios ve el fondo del corazón. Dios elije lo débil, lo pequeño, lo sin brillo.

Efesios 5,8-14: El cristiano, al estar unido a Cristo, participa de una vida nueva. Al ser iluminados por Cristo debemos también nosotros iluminar.

Juan 9, 1-41: Jesús es Luz que transforma la vida.  El relato es una catequesis acerca de la iluminación realizada en el bautismo. Cristo es Luz, Él es quien nos abre los ojos, es decir, nos ilumina. En el texto encontramos una nueva revelación de Jesús.

1.- Si el domingo recién pasado la Palabra nos mostraba a Jesús como la Fuente de agua viva, que nos comunica su Espíritu para que tengamos vida en plenitud, hoy la Palabra nos habla de “abrir los ojos”, es decir, Jesús nos abre los ojos, nos ilumina, para que podamos ver con claridad.

Todos sabemos lo que es la ceguera. Pero no hay peor ceguera que la del que no quiere ver. Y el ser humano por naturaleza, o guiado por sus criterios puramente humanos-carnales, es ciego, está incapacitado para ver la verdad, la realidad.  Por eso, con una visión puramente humana puede cometer muchos errores, como el que iba a cometer el profeta, que se dejó guiar sólo por lo humano. No tenía los ojos abiertos por y para el Señor. A este propósito es bueno tener presente lo que dice un Padre de la Iglesia (Teófilo de Antioquía): “Dios es visto por aquellos que lo pueden ver, ya que tienen abiertos los ojos del alma”. Y la mayoría, por no tener fe, no tienen abiertos los ojos del alma.

2.- Por so el Apóstol Pablo nos recuerda en su carta que nosotros antes éramos tinieblas, estábamos incapacitados para “ver”, captar la presencia del Señor. Estábamos ciegos. Pero iluminados por el Señor estamos capacitados, en condiciones de ver, de darnos cuenta. “Sepan discernir lo que agrada al Señor”. El discernimiento es el ejercicio de ver de otra manera, a la manera de Dios. Por eso, qué importante es tomar conciencia de que hemos sido iluminados por el Señor.

No tenemos luz propia, sino una Luz recibida del Sol de Justicia, Cristo, ¡Bendito por siempre!

Por eso se dice que el creyente, la Iglesia, debe ejercer el “Ministerium lunae” = el Servicio de la luna. Ésta refleja suavemente la luz del sol en las tinieblas de la noche. Del mismo modo nosotros, iluminados por Cristo, “ponemos en evidencia” la maldad de este mundo, pero de un modo suave, como el Servidor que no grita en las calles y no apaga la mecha que está humeando.

3.- El mundo, ya sabemos, es ciego, no ve, no se da cuenta de la maldad que le domina.  Cree ver. Sí, la ciencia es una visión nueva de la realidad que ha hecho mucho bien al mundo, al hombre. Pero es una visión material. No ve como la ve Dios. Con una visión carnal se generan, por ejemplo, visiones distorsionadas del ser humano, falsas antropologías, falsas visiones de la vida. Y nos damos cuenta que por ahí no va la cosa. Hay mucha oscuridad. Y hace falta la presencia luminosa del cristiano que debe “hacer ver” al mundo, la sociedad, su error y su pecado. Porque el iluminado debe iluminar.

4.- Cristo es la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Jesús ofreció a la samaritana agua viva y se le manifestó. Al ciego, primero lo envía a lavarse (purificación), le da una nueva identidad: “No es él, sino uno que se le parece”, hasta que, por fin, acepta a Jesús como el Hijo del hombre, el  Enviado de Dios: “Creo, Señor, y se postró ante Él”. El que era ciego ahora es un nacido de Dios, un hijo de Dios.

Y  todo esto es una realidad en nosotros, ya que fuimos bañados, ungidos, iluminados por Cristo en nuestro bautismo. Y es lo que debemos renovar, reactualizar. No se trata de bautizarse de nuevo, sino de reoptar por el Señor y dejarnos iluminar por Él.

Hoy el Señor, el Buen Pastor, nos conduce a las aguas tranquilas, prepara una mesa y nos unge con su Espíritu. ¿Qué más podemos pedir? Que nos abra los ojos de nuestro interior para poder contemplar. Porque, como dijo un gran teólogo, el cristiano del futuro o es contemplativo o no será cristiano.  ¡Despiértate,  tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará!

 Hermano Pastor Salvo Beas.