Homilía para la Eucaristía del domingo 18 de agosto de 2019
Paz y Bien a todos ustedes.
DOMINGO XX DEL AÑO.
Jeremías 38,3-6.8-10: Ante la tragedia que se avecina (la caída de Jerusalén) el Profeta es rechazado y condenado porque reprocha al pueblo su infidelidad y anuncia el castigo. Es un desmoralizador de las tropas, un enemigo del pueblo; hay que eliminarlo.
Hebreos 12,1-4: Invitación a la perseverancia en la fe. Hay ejemplos de fe, entre los que sobre sale hoy Jeremías, pero el único ejemplo es Jesús, que sufrió la hostilidad de los pecadores.
Lucas 12,49-53: Jesús trae el Reino de Dios, pero provoca divisiones y enfrentamientos dolorosos. No lo comprenden.
1.- Dios quiere reinar entre nosotros, es decir, quiere que le hagamos caso. Sólo así tendremos salvación, bienestar. Jesús es el portador de este mensaje. Él comenzó su tarea allá en Galilea proclamando la Buena Noticia del Reinado de Dios. Pero fue resistido por los suyos. Porque el Reino que Cristo trae, más que una paz tranquilizadora, es un compromiso serio y constante por la justicia y la paz. Es evidente que este mensaje molesta porque desinstala. El amor que Jesús trae encuentra oposición, porque es un amor sin barreras, y el mundo construye barreras.
Lo mismo sucedió con Jeremías; no se aceptó su mensaje. También él presentaba al pueblo el Proyecto de Dios, llama a la fidelidad. Esto molesta, porque molesta que el profeta proclame la verdad de Dios, que no es adormecedora, sino cuestionadora. Resultado: el rechazo, la condenación.
2.- Los cristianos somos portadores del mensaje de Jesús. Por eso corremos la suerte de Jesús. Siempre hemos de enfrentarnos con la hostilidad, el acoso, la condenación. Por eso la carta a los Hebreos es un ferviente llamado a la perseverancia en la fe. Muchos fueron los testigos de la fe: profetas, mártires, los santos “de la puerta de al lado”, esos innumerables santos que ni siquiera conocemos y, tal vez, estuvieron junto a nosotros. Todos estos ejemplos nos están señalando al único ejemplo válido, Jesús, el iniciador y consumador de la fe. Él soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia.
A veces pensamos que Dios Padre quiso que Jesús sufriera. No, Dios no es así. El Padre Dios le encomendó predicar e instaurar su Reino. Y por ser fiel a su Padre le acarreó la hostilidad. Jesús fue el obediente por excelencia.
3.- Como Jeremías, como Jesucristo, también hoy nosotros tenemos que soportar la hostilidad. Y siempre habrá una razón que justifique esta hostilidad: que si se mete en política, que perturba el orden establecido (pero no querido por Dios), que sus ministros dejan mucho que desear. Y todas estas acusaciones son ciertas, pero al Reino de Dios le es indiferente todo esto. Lo único válido es cumplir con la misión de trabajar por su instauración.
El miedo, los ataques, pueden hacernos flaquear, acobardar, encerrarnos y quedarnos callados. Muchos sacerdotes siente vergüenza de mostrarse como sacerdotes por todo lo que se ha dicho de ellos. Pero el ejemplo del Señor nos debe mover a ser constantes y diligentes.
4.- Ante Jesús y su mensaje no caben indiferencias ni sincretismos. La neutralidad es imposible.
Debemos vivir el evangelio, enfrentar al mundo, pues el mundo es enemigo de Dios.
Jesús viene a traer el fuego del juicio para arrancar todo el mal que hay en la tierra; esto supone la cruz, la contradicción. Jesús ha de ser sumergido (=bautizado) en la muerte, como Jeremías en el fango. Pero de allí fue sacado, liberado; ¿quién? Jesús, Jeremías. También nosotros somos sumergidos con Cristo en el fango, en el descrédito y descalificación. Pero Él nos libera, nos salva, nos vivifica.
En esta Eucaristía también nosotros podemos decir con el salmista: “Me sacó de la fosa infernal, del barro cenagoso”.
Hermano Pastor Salvo Beas.