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Homilía para la Eucaristía del domingo 07 de julio de 2019

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO.

Isaías 66,10-14: Profecía gozosa. Jerusalén es presentada como una madre que brinda consuelo a sus hijos exiliados. Señal de esto es la Paz, el bienestar del que va a gozar. Esto traerá la plena felicidad a los hijos de Israel. El Dios de Israel es el Dios de la Paz, que la derramará sobre su Pueblo.

Gálatas 6,14-18: Es la conclusión de la carta. Basta de controversias sobre qué es más importante el estar circuncidado o no, si ser judío o no. Lo que importa es ser en Cristo una nueva criatura, una realidad nueva. Producto de esto es la Paz que se da a los creyentes.

Lucas 10,1-12.17-20: Jesús envía a 72 discípulos (alusión a las 72 naciones del mundo de entonces) a proclamar el Reino, ser portadores de Paz. Misión que exige un estilo de vida, anuncio que apremia, por eso, no detenerse en el camino.

1.- Ya sabemos que Jesús trae la Buena Noticia del Reino, pero no de cualquier Reino, sino el Reino de Dios, que es un Reino de la Paz. ¿Qué significa esto? El hombre ansía la paz desde lo más íntimo de su ser, pero no sabe lo que ansía, no sabe qué es la paz. La paz no es algo negativo = ausencia de guerra, sino algo muy positivo y rico.

Cuando en la Sagrada Escritura se habla de paz (“shalom”), se está hablando del bienestar de la existencia, el hombre vive en armonía total: consigo, con Dios, con los demás, con la creación. Es plenitud, por eso el Reino es Paz. Y a eso envía Jesús a sus discípulos.

Pero este envío trae sus complicaciones ya que el mundo pagano es una jauría de lobos voraces. Y allí es enviado el discípulo a proclamar la Buena Nueva del reino de la Paz. Y quien acepta este mensaje está dejando entrar la verdadera Paz en su interior.

2.- Ya sabemos que en el Reino todo es nuevo. El que acepta el Reino de Dios en su vida es transformado, es una nueva criatura. En cambio quien se aferra a viejas estructuras, sean religiosas o no, se desgasta inútilmente, no tiene la paz, se ha quedado a medio camino, no tiene plenitud en su vida. Sólo quien acepta de verdad a Cristo tiene, goza del don de la Paz, del bienestar y armonía total que es el Reino de Dios.

La Paz es un regalo, un precioso don que Dios hace correr como un torrente a los que a Él se acogen.

La Paz es un don, pero también una conquista; hay que trabajar por la Paz. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los tendrá como sus hijos” (Mateo 5,9).

Todo cristiano, todo aquel que ha aceptado la soberanía de Dios en su vida se convierte en un artesano de la Paz, porque es una nueva criatura, está en otra.  No pierde el tiempo en debates estériles, ya sean religiosos o políticos. Ya se sabe que esto genera controversias.

3.- Somos enviados como Pregoneros del Príncipe de la Paz. San Francisco, al inicio de su conversión, se auto proclamaba “Pregonero del gran Rey”. Somos enviados a todas las ciudades y sitios. Y se nos envía como corderos en medio de lobos. Allí encontraremos discusiones, ataques televisivos y radiales, en la prensa y en la calle. ¡Dejen que los perros ladren! Lo que importa, y es urgente, es proclamar el Reino, trabajar por el bienestar integral de la persona, de la sociedad.

Siempre vamos a encontrar dificultades. Entonces nos dice el Señor que debemos sacudir hasta el polvo adherido a nuestros pies. Es decir, no debemos dejarnos contagiar por las actitudes de los que se oponen al Reino.

Somos anunciadores del Reino y esto significa el comienzo de la derrota de Satanás, el príncipe de este mundo. Por eso se enfurece y ataca, denigra y produce todo tipo de mal contra la Iglesia.

4.- Hoy se cumple esta Palabra que acabamos de escuchar, porque de Jesús, Fuente de vida eterna, mana como un torrente que se desborda la dicha y la Paz. Él es nuestra Paz.

¡Qué buena noticia se nos da para proclamarla: Dios nos consuela, seca nuestras lágrimas. Cuando un niño se cae y hiere, ¿acaso no es consolado, acariciado? Pues esto hace el Señor con nosotros en esta Eucaristía. Acerquémonos con fe y con el salmista digamos: “Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni apartó de mí su misericordia.

                                                 Hermano Pastor Salvo Beas.