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Homilía para la Eucaristía del Domingo 19 de mayo de 2019.

El mundo necesita del Amor diferente, el que trae Cristo.

QUINTO DOMINGO DE PASCUA. AÑO C.

Hechos 14,21-27: Pablo y Bernabé en su recorrido pastoral van consolidando y organizando a las comunidades cristianas.

Apocalipsis 21,1-5: El cielo nuevo y la tierra nueva significan la victoria definitiva sobre el mal, por eso en su geografía no hay mar, sede de los monstruos marinos.

Juan 13,31-35: Con la muerte y resurrección de Jesús se crea una situación nueva, su presencia por medio de la vivencia del mandamiento nuevo del amor.

1.- Hablar de resurrección es hablar de transformación, de algo nuevo. Ya sabemos que Jesús vino a renovarlo todo y los signos que Él realizó indicaban esta misión en el mundo. El Padre envió a su Hijo para establecer su Reino; y en el Reino todo es nuevo. Y Él dejó a los suyos, a los Apóstoles, a su Iglesia, la tarea de ir instaurando el Reino en el mundo. De modo que la Iglesia es el instrumento del Reino de Dios. Institución humana, pero divina a la vez. Y como tal está organizada para ser un buen instrumento del Reino. La Iglesia no es una asociación de personas creyentes en Cristo que se han autoconvocado, sino es el Señor quien la convoca, reúne y organiza para que pueda cumplir esta misión. Por eso esta comunidad de creyentes tiene el desafío de sacramentalizar, mostrar, lo que significa vivir en el Reino de Dios.

2.- El Señor quiere renovarlo todo. No es la única vez que se habla de un cielo nuevo y una tierra nueva. Esta expresión está indicando que con Jesús resucitado hay una victoria definitiva sobre el mal, ausencia total del mal, de todo lo que aflige al hombre. La presencia del Reino de Dios es ausencia del mal, es una nueva creación. No se trata de un lugar geográfico, sino de una nueva situación.

Para la Iglesia, la comunidad, para el creyente, esta nueva situación se realiza por la vivencia del mandamiento nuevo del Amor.

Mucho se ha hablado del amor cristiano, pero nunca es bastante. Porque del Amor cristiano dependen toda la ley y los profetas. Por eso lo importante es saber vivir el amor. San Pablo nos dice “Que el amor sea sin fingimiento” (Romanos 12,9), es decir, sin hipocresía. Dicho positivamente, un amor sincero, de corazón. No basta el amor externo: dar cosas, dar buen trato, tener buena educación con los demás. Todo esto puede ser una apariencia de amor si no brota del interior, del corazón. Las obras de caridad tienen sentido cuando brotan del corazón, cuando se ama sin fingimiento. Y este amor diferente debe ser entre los miembros de la comunidad y también con los de fuera. Este sí que es verdadero amor, cuando es sin hipocresía, sincero.

3.- En la actualidad vivimos en un clima de mentira, de fingimiento, lo que crea desconfianza. Por eso en todo se aplica la diplomacia, la sonrisa congelada, las palabras de buena crianza, pero no hay una cultura del corazón, que produce el respeto y el cariño por el otro, sea quien sea. En un clima de hostilidad y rechazo tenemos que saber amar sin fingimiento, teniendo compasión por aquellos que nos rechazan y orar por ellos. En la medida que un cristiano descubre la belleza infinita, el amor y la humildad de Cristo, no puede prescindir de sentir una profunda compasión y sufrimiento por quien voluntariamente se priva del bien más grande de la vida. El amor se hace en él más fuerte que cualquier resentimiento.  Así lo hizo Jesús, así debemos amar nosotros.

Donde reina la hipocresía, la mentira, la desconfianza allí no reina Dios, allí hay ausencia de Reino.

Muchos desean bendecir su casa para que Dios esté con ellos (está bien), pero poco se cuidan de vivir el amor como Él lo mandó.

4.- Un cielo nuevo, una tierra nueva. ¿Dónde? En nuestro interior, donde Dios ha puesto su Espíritu. En nuestro hogar, en nuestra comunidad, en nuestro medio, cuando en verdad amemos sin fingimiento, cuando amemos más allá de las simpatías y antipatías. Es un amor diferente, nuevo, propio de los pertenecientes al Reino de Dios.

Participar en el Banquete del Reino supone y exige de nosotros la vivencia de este amor nuevo, como nos lo pide hoy el Señor. Entonces sí que estaremos dando una señal clara, inequívoca, de que somos instrumentos del Reino. Como dice el salmo: “Así manifestarán a los hombres tu fuerza y el glorioso esplendor de tu Reino”. 

Hermano Pastor Salvo Beas.