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Homilía para la Eucaristía del domingo 10 de marzo de 2019.

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA. C

Deuteronomio 26,1-2.4-10: el texto es una profesión de fe; es un “Credo” con tres artículos: Patriarcas, Éxodo, entrada en la tierra Prometida. Artículos que condensan toda la historia de Israel, que es Historia de salvación; Dios entró en la historia para salvar.

Romanos 10,5-13: Profesión de fe del que cree en Jesucristo. Se nos presenta la naturaleza de la confesión y contenido de la fe cristiana que salva: Cristo es el Señor que resucitó de entre los muertos. La Palabra se acepta en el corazón y se proclama-exterioriza en la vida.

Lucas 4,1-13: Así como Israel, llamado hijo de Dios, fue conducido por Dios al desierto, del mismo modo el Espíritu Santo conduce a Jesús, el Hijo de Dios, al desierto. Allí Israel experimentó las pruebas. También Jesús experimentó pruebas. Israel no supo ser fiel, Jesús sí, venció cumpliendo con la Voluntad de Dios.

1.- Iniciamos la Cuaresma, un tiempo especial, ya que es un tiempo de preparación a la Pascua. Y esta preparación exige la conversión. Porque tenemos que convertirnos.

Los dos primeros textos de hoy nos muestran la fe del Pueblo de Dios, en lo que creemos. Y lo interesante es que la fe es una actitud interior. Es adhesión a la Palabra proclamada mediante la escucha y la obediencia. El que cree escucha y obedece. Pero no siempre hemos escuchado y, por ende, no siempre hemos obedecido. De allí el llamado a la conversión, el volvernos a Dios, hacerle caso.

Tanto Israel como los cristianos tenemos fe en el Dios que salva, en un Dios que se metió en nuestras vidas. Su Palabra se encarnó, se hizo presente entre nosotros y nos mostró con su enseñanza y con hechos qué quiere Dios con nosotros.

Israel proclama que Dios actuó, intervino a favor de su Pueblo. No es, pues, un credo teórico, sino un reconocer y aceptar que Dios actuó a favor de ellos.

2.- La fe cristiana también proclama lo que escuchó, que Dios envió a Jesucristo, quien resucitó y es el Señor. No es esta una doctrina fría, sino lo que se escucha se acepta en el corazón. Podríamos decir que es la aceptación interna del mensaje por la fe. El corazón es la interioridad de la persona. El creyente es aquel que ha internalizado el Mensaje, que es Cristo, y lo vive, lo exterioriza. Lo más importante y decisivo es poner a Jesucristo en el centro de nuestra fe, apasionarnos por ser fieles a Él. Hemos de arraigar nuestra fe en Jesucristo, única verdad de la que nos está permitido vivir, y no sólo del pan material. Los primeros cristianos se sentían seguidores de Jesús más que miembros de una nueva religión.

3.- Por desgracia, tal como es vivida la fe por muchos no suscita seguidores de Jesús, sino adeptos a una religión. No genera discípulos, sino miembros de una institución que cumplen más o menos sus obligaciones religiosas.

Se ha reducido a la fe a un cúmulo de verdades las que hay que aceptar para vivir en la ortodoxia. Y como dijo Benedicto XVI: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est 1). De allí el llamado a la conversión, a volvernos a Jesucristo, centrar nuestra vida en Él y vivir como Él.

4.- Jesús, Israel, estuvieron en el desierto. La Iglesia también está en el desierto y también experimenta las pruebas, las tentaciones. Jesús fue el único fiel porque supo aceptar la voluntad de Dios.

El Espíritu Santo actúa permanentemente en Jesús y con Él triunfa. La primacía del Espíritu es garantía de victoria para nosotros.

Israel no valoró lo que Dios le daba para vivir: su Palabra. Jesús, Palabra de vida, es nuestro alimento, es nuestro Pan. Con Él podemos vencer toda prueba, toda tentación. Alimentémonos de Él, vivamos de Él y como Él. Esta es la mejor manera de comenzar nuestro caminar hacia la Pascua.

Hermano Pastor Salvo Beas.