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Editorial : La llegada del Gran Rey

 

Adviento

El Adviento es el período de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta. Además se encuentra en el comienzo del Año Litúrgico católico. Este año 2018, comenzará el domingo 2 de diciembre y el último domingo de Adviento será el 23 de diciembre y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.

El adviento como laicos capuchinos:

El ADVIENTO nos invita a vivir el presente, nuestro tiempo como tiempo de compartir, de amistad, de alegría, de hacer el bien y valorar a los demás siendo buenas personas. Nos invita a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos de Jesús, en la justicia y en el amor.

También el adviento nos invita a prepararnos para ser mejores personas, más amables, más generosas, más humanas y hacer de nuestro mundo un lugar donde todos puedan vivir en amor y paz.

Si vivimos bien el ADVIENTO con ilusión, esfuerzo, con alegría y esperanza, viviremos la Navidad con más sentido, con más alegría y Jesús encontrará una cuna especial en nuestro corazón.

El Adviento que nos propone la Iglesia es un tiempo de gracia para todos los creyentes y para los franciscanos se vive en un acento apocalíptico y progresista en un sentido creativo. Nos mantenemos erguidos y levantamos la vista mientras hacemos una limpieza del corazón y de nuestro ambiente para la llegada del Gran Rey que hace que todas las cosas sean nuevas.

El Adviento es evangélico. No debemos cansarnos en anunciar y vivir las buenas nuevas del Gran Rey que abraza a los pecadores y que nos refina como trigo nutritivo para alimentar a los demás.

El Adviento, como parte de su carisma, da la bienvenida a todos y a todas para ser compañeros y hermanos en la observancia de un Adviento franciscano. Aunque el Adviento concluye antes de la Vigilia de Navidad, las mujeres y los hombres franciscanos y sus adherentes deben seguir en perpetuo Adviento por el resto del año mientras se anuncia al Gran Rey en su vida cotidiana que debe testimoniar la pasión, muerte y resurrección.

San Francisco ante la Encarnación.

Muchos conocemos la historia de San Francisco que ocurrió en Greccio, tres años antes de su muerte, donde comenzó la tradición navideña de montar un pesebre y que esta tradición permeó en toda la Iglesia, e incluso fuera de ella, hasta nuestros días.

La devoción de San Francisco por la fiesta de la Natividad de Cristo le venía, pues, ya desde los comienzos de su conversión.

De lo más conocido de san Francisco con relación al nacimiento del Redentor fue la celebración de la nochebuena que escenificó en una cueva del monte, cerca del castillo de Greccio.

He aquí el relato del episodio, contado por el primer biógrafo del santo donde el digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria, el día de la navidad. Se cuenta que vivía en aquella comarca un hombre bueno, de nombre Juan. Unos quince días antes de la navidad del Señor, Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar

la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». Oyendo esto, Juan, preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.

Cuando llegó el día, se convocó a muchos para que vinieran a la celebración. Donde estaba preparado el pesebre y los animales y Greccio se convierte en una nueva Belén. La biografía narra que esa “noche resplandece como el día” y que “cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría.” Francisco está de pie ante el pesebre vestido de diácono, “desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.”

Francisco durante esa noche y en el sopor del sueño tuvo una visión. Había un niño que estaba recostado en el pesebre. Esta manifestación no carece de sentido, ya que cómo se explica Celano, es el niño Jesús, quien ha estado “sepultado en el olvido en muchos corazones”.

Estemos siempre cerca a este misterio. Todo honor y gloria a Dios que se ha manifestado en Belén y que hoy nos lo recuerda nuestro Padre Seráfico San Francisco.

Epifanía del Señor

La Epifanía del Señor es una fiesta religiosa del catolicismo, que se celebra 2 domingos después de la Navidad. La Epifanía es la manifestación del Señor, de Cristo, a todo el mundo, y ocurre cuando, en la Biblia, Jesús se encuentra con diferentes personas y en diferentes momentos. La Iglesia Católica considera epifanías 3 acontecimientos: la Epifanía de los Magos de Oriente que se celebra el 6 de enero, la Epifanía de Juan el Bautista en el río Jordán llegando el Espíritu Santo hacia Jesús a través de la paloma blanca, y la Epifanía de Cristo con la que se hizo famoso y comenzó su ministerio con el milagro de Caná.

Los Reyes Magos

Mientras en Oriente la Epifanía es la fiesta de la Encarnación, en Occidente se celebra con esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía. La celebración gira en torno a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús por parte de los tres Reyes Magos (Mt 2 1-12) como símbolo del reconocimiento del mundo pagano de que Cristo es el salvador de toda la humanidad.

De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar.

El hacer regalos a los niños el día 6 de enero corresponde a la conmemoración de la generosidad que estos magos tuvieron al adorar al Niño Jesús y hacerle regalos tomando en cuenta que «lo que hiciereis con uno de estos pequeños, a mi me lo hacéis» (Mt. 25, 40); a los niños haciéndoles vivir hermosa y delicadamente la fantasía del acontecimiento y a los mayores como muestra de amor y fe a Cristo recién nacido.