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Homilía para la Eucaristía del domingo 18 de noviembre de 2018

Paz y Bien a todos ustedes, hermanos.

DOMINGO XXXIII DEL AÑO.

Daniel 12,1-: Antíoco IV, el enemigo de Dios y de su Pueblo, asola a los israelitas. En este contexto de muerte por primera vez se proclama en el Antiguo Testamento la resurrección de los muertos. Se destaca la sabiduría de quien ha puesto su esperanza sólo en el Señor.

Hebreos 10,11-14.18: Cristo con su sacrificio ha quitado el pecado y vencido toda maldad.

Marcos 13,24-32: con un lenguaje apocalíptico se describe la situación en que queda la comunidad de los discípulos después de la partida de Jesús. Es una comunidad de elegidos, salvados, a los que se les amonesta a la espera y vigilancia.

1.- El lenguaje de la Palabra cambia abruptamente. Si en domingos pasados se nos hablaba de cómo vivir en el mundo amando a Dios y al prójimo y cómo saber darnos a nosotros mismos, a ejemplo de la viuda pobre, hoy se nos habla con un lenguaje simbólico que, si no lo sabemos interpretar, estaríamos cayendo en una especie de derrotismo: todo será destruido, etc.

De hecho, el hombre de hoy tiene miedo a la destrucción del planeta: el cambio climático, el calentamiento global que generan granizos, mega incendios, etc.  A esto se viene a sumar la prevalencia del odio sobre el amor y la justicia, del mal sobre el bien.

Por otra parte, se nos acusa a los cristianos porque orientando al hombre a las realidades últimas y terrenas, desviaría su atención de las cosas temporales. Esto es no entender el mensaje del Señor. Debemos saber descubrir lo que el Señor quiere decirnos hoy a través de este lenguaje tan enigmático.

2.- En el pasaje del evangelio que hoy hemos escuchado podemos distinguir dos aspectos:

* La manifestación gloriosa del Hijo del hombre.

* La parábola de la higuera.

Jesús, aunque físicamente ausente, nos garantiza la victoria, así como Daniel garantiza a los israelitas pisoteados por Antíoco IV la resurrección, dando así a entender que no es vano el sacrificio y sufrimiento que se padece por la causa del Señor.

Pero esto no es un somnífero o un alucinógeno, como pensó Marx; no es una evasión de este mundo. Con la parábola de la higuera Jesús pide a sus discípulos discernimiento frente a los signos de la historia y de los tiempos. Actividad que debe ser permanente tanto en el cristiano individual como en la comunidad de los discípulos. Siempre preguntarnos: ¿qué me quiere decir el Señor con los acontecimientos que están sucediendo? Ya que el poco discernimiento nos puede llevar a conclusiones disparatadas. Es preciso que sepamos leer la historia y acontecimientos desde la perspectiva de la fe, con los ojos de Jesús.

Cuando Jesús nos dice: “El cielo y la tierra pasarán, pero  mis palabras no pasarán”, nos está pidiendo que vivamos con los ojos bien abiertos.

3.- Sabemos que los M.C.S. van creando “opinión pública”. Pero, si nos fijamos, todos los noticieros de nuestros canales de T.V. son pesimistas y derrotistas. Van creando una opinión pública negativa; la Palabra nos viene a abrir los ojos para contemplar la realidad de otra manera. Qué hermoso lo que dice el salmo responsorial: “El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz”. No vivimos en el vacío y no caminamos hacia el vacío; esto nos trae paz y alegría.

No escondamos la cabeza bajo la arena, sino con fe enfrentemos la realidad. Por lo tanto, no tengamos miedo de aceptar esta exhortación: “Velen, vigilen”, porque nadie conoce ni el día ni la hora.

4.- La carta a los Hebreos afirma que Cristo “se sentó para siempre a la derecha de Dios, donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies”. Esta es la verdad que nos debe animar. Porque, así como nos gritaba Juan Pablo II allá en el Parque O’higgins, (cuando el caos del momento significaba el caos imperante en la sociedad nacional), “el amor es más fuerte”, del mismo modo la Palabra nos grita que el Bien es más fuerte y mayor que el mal. Sí, en medio de tanta mala noticia, y cultura de la muerte, nosotros decimos: “creemos en la vida”. Es el Señor quien decide nuestra suerte.

Celebramos la Eucaristía que alimenta nuestra esperanza hasta el día de su vuelta. Muchos soles y estrella se apagarán, pero nuestra fe y esperanza en el Señor nunca se apagarán.

                                          Hermano Pastor Salvo Beas.