Comentario al evangelio de hoy jueves 30 de agosto de 2018
Del Evangelio según san Mateo 13, 44-46
El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La verdadera riqueza es Dios.
¿Qué tesoro es tan valioso para vender todo lo que se tiene? ¿Qué merece desprenderse de cuanto se posee para conseguir otro bien? ¿Qué hallazgo puede producir inmensa alegría? No cabe la menor duda que lo que encontró el hombre tiene un valor inestimable, inmedible, y lo más grande en valor, es el Reino de Dios, y por él se puede renunciar a todo, y ésta sería la mejor decisión tomada.
Quien encuentra un tesoro como éste, el Reino de los Cielos, debe dejarlo todo por él, y renunciar con alegría a lo que tiene terrenalmente, pues es indudable que no podemos comparar los bienes terrestres con la posesión de Dios, «Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero» (Mt 6-24).
Jesús también nos agrega la parábola del comerciante de perlas. Ambas parábolas nos muestran que merece mucho la pena hacer un gran esfuerzo por conseguir algo muy valioso, como el Evangelio, como el amor de Cristo, como el Reino de Dios, con fe, veremos que la valoración de la posesión de Dios, que es el tesoro del que nos habla Jesús, no puede tener ninguna comparación.
Pero para poseer a Dios, debemos despojarnos de todo lo que aprisiona nuestro corazón. Es decir de nuestros afectos, o inclinaciones, pasiones e instintos, de todo cuanto nos impida la posesión de Dios. Si vaciamos el corazón de nosotros mismos, éste podrá ser ocupado por Dios.
Un muy buen negocio nos propone Jesús, el mejor de los trueques, un intercambio o entrega de cosas de poco precio, por otras valiosísimas, es así, como nos pone el ejemplo de un negociante, para indicarnos que es un hombre que conoce el valor de las cosas, y se desprende de todo por una perla fina.
Es así, como nos invita, pero también nos condiciona, que para la adquisición del Reino de los Cielos, tenemos que renunciar con alegría a todo, porque la renuncia a lo material tiene el mejor de los premios, como es la posesión de Dios. La verdadera riqueza es Dios.
«El tesoro y la perla valen más que los otros bienes, y por tanto, el campesino y el comerciante, cuando lo encuentran, renuncian a todo lo demás para poder conseguirlo. No necesitan hacer razonamientos, pensar, reflexionar: se dan cuenta en seguida del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo para tenerlo.
Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro.»
(Homilía de S.S. Francisco, 27 de julio de 2014).
Reflexión
Es más fácil adiestrarnos en los negocios del mundo que en los «negocios» espirituales. Los primeros los medimos con ganancias materiales y tangibles, mientras que los segundos sólo los medimos con la fe y el amor. Esto no significa que sea difícil encontrar las riquezas de la vida espiritual, más bien quiere decir que si nosotros no podemos, hay que asesorarnos con quienes conocen este mundo de negocios de la eternidad. Dios nos ha dado muchos medios para poder encontrarlo a Él: la Palabra de Dios en las Sagradas Escrituras, la Santísima Virgen, los sacerdotes, los santos, los ángeles y tantas personas de buena voluntad que viven una vida ejemplar.
Las comparaciones que nos pone el Señor con su Reino, las entendemos con facilidad, porque conocemos lo que vale un cofre lleno de monedas de oro o una perla de valor incalculable, aunque nunca las hayamos tenido en las manos físicamente. Para nosotros debe haber sólo una perla, como le expresa el pasaje, pues no son varias porque disminuiría su valor. Nuestra única perla preciosa es Cristo, y quien lo posee conoce su valor. Quienes no lo conocen a Él, tampoco saben cuál es nuestro tesoro por el cual podemos llegar a dar la vida, como lo han hecho los mártires, los santos.
También hay quienes encuentran el campo donde está el tesoro, venden todo y luego lo compran. Ellos son los que eligen la vida religiosa, consagrada o sacerdotal; ellos dejan todo con tal de poseer las praderas donde está el Tesoro. Estas praderas son donde llegan a reposar y a descansar porque Cristo, el Buen Pastor y Único Tesoro, nos hace valorar las cosas en su justo precio. Cuando Jesús se convierte en nuestro único tesoro, también Él nos esmalta con las bellas joyas de la fe, de la esperanza, de la gracia, de las virtudes y del amor.
En un bello himno se lee que un apóstol no es apóstol si no es también un mensajero. Este tesoro que descubrimos lo será más en la medida en la que lo hagamos descubrir a los demás. Es curioso pensar que cuando encontramos a Dios, se transforma en la joya invaluable que nadie nos puede quitar si la cuidamos bien, y al mismo tiempo podemos hacer que otros lo encuentren, pero nunca podremos hacer que otros lo aprecien como lo único que vale si ellos mismos no lo valoran así. Esta es la experiencia de Dios en la vida espiritual, de la que más necesitamos conforme más la vamos conociendo y gustando.
Santa Teresita del Niño Jesús tiene una frase que encierra bien esta experiencia: «Jesús, dulzura inefable, convertidme en amargura todos los goces de este mundo». Quien encuentra este tesoro, sólo le pide a Dios no perderlo. Una sola es la Verdad, uno sólo el Camino, y una sola es la Vida, todo lo demás que hemos recibido de Dios en este mundo, no es malo, al contrario, pues si hubiera sido algo malo Él nunca nos lo habría dado. Pero las personas, las cosas, lo material está subordinado al único valor que está expresado en el primer mandamiento de la ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas. En esta relación, lo demás será un don y una oportunidad para alabar y agradecer a Dios.
Fuente : http://es.catholic.net/op/articulos/49046/cat/347/el-reino-de-los-cielos-se-parece-a-un-tesoro-escondido.html#modal