Homilía para la Eucaristía del domingo 05 de agosto de 2018
Aprovecho este día (2 de Agosto) para saludar a todos los laicos capuchinos; hoy es el día de la Familia franciscana, la Porciúncula, la cuna donde nació el movimiento franciscano. Un abrazo a todos ustedes. Hno. Pastor.
DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO.
Éxodo 16,2-4.12-15: Israel en el desierto. Desierto= carencia de agua, de sustento. Esto origina la protesta del pueblo contra sus dirigentes. Dios sale al paso: codornices y el maná.
Juan 6,24-35: la gente busca. Pero ¿a quién busca? En el fondo se buscan a sí mismos. Jesús poco a poco les revela lo esencial, a quién hay que buscar.
1.- Israel, Pueblo de Dios, hace un recorrido; sale de Egipto, camina por el desierto para llegar a la Tierra Prometida. Tenemos tres puntos: Egipto, desierto y Tierra Prometida, que vienen a marcar una espiritualidad, la que bien podría llamarse “Espiritualidad del Éxodo” o también “Espiritualidad del desierto”. Paro ello es fundamental un Encuentro con el Señor o experimentar la salvación que viene del Señor. Israel la experimentó en Egipto; Dios lo sacó de una situación de muerte. Deja Egipto y se pone en camino, sale en busca de Dios.
Esta experiencia del Éxodo es fuente inspiradora de una espiritualidad. De hecho la vida cristiana es un Camino; hemos sido rescatados de una situación de pecado y de muerte (el Bautismo) y pasado a una etapa nueva: caminar por el desierto de eta vida, para buscar a Dios, encontrarnos con Él, lo que por fin nos conducirá a la Tierra Prometida., que en otros términos significa la Vida en plenitud, la vida en plena comunión con Dios.
2.- Pero el desierto no es un lugar, sino una condición de prueba. La vida de fe es una vida de rupturas, pero rupturas que tenemos que realizar continuamente, porque continuamente experimentamos, como Israel en el desierto, el deseo de regresar a las “Ollas de Egipto”. El creyente continuamente experimenta el cansancio, el desgano, la rutina, la pereza espiritual y un montón de tentaciones.
La vida cristiana es una vida en salida, un Éxodo permanente. Israel estuvo cuarenta años en el desierto, lo que fue una Escuela de aprendizaje de la libertad. Después de tanto tiempo viviendo en esclavitud tuvo que aprender a ser libre, a vivir en la libertad. Aprendizaje duro, difícil. Pero ahí estaba el Señor. Tuvo que aprender el Pueblo de Dios a conocer al Señor presente en su vida, que quiere sostenerlo, alimentarlo, porque es la única forma como ellos “Sabrán que Yo, el Señor, soy su Dios”.
Desierto: etapa de prueba, de escasez, de hambre; pero también es la etapa en la que Dios sustenta a su Pueblo, acompaña a su Pueblo. Israel tuvo que aprender en el desierto a ser Pueblo, y no cualquier pueblo, sino un pueblo libre, porque es un pueblo que pertenece a Dios, no a los ídolos.
3.- Como Iglesia “Vamos caminando al encuentro del Señor”. Caminar que se realiza en este mundo. Ya sabemos que surgen pruebas. Pero lo importante es aprender a vivir como Pueblo de Dios. Como diría un pensador (From), le tenemos miedo a la libertad. El hombre prefiere y busca la seguridad barata y fácil, Se esclaviza a sistemas, a ideologías, se esclaviza buscando libertad y felicidad. No sabemos ser libres; por eso el Señor nos tiene en este desierto. En el Deuteronomio 8,2-3 leemos: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años. Allí Él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos. Te afligió y te hizo sentir hambre, pero te dio a comer el maná…para enseñarte que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios”. El Señor nos quiere libres y nos alimenta.
4.- Pero, ¿qué busca el hombre? ¿A Dios? No, sino a sí mismo, busca sentirse satisfecho, realizado. Como los de Cafarnaún, que buscaban no tanto a Jesús, sino el pan gratuito, ya que todavía no conocían al verdadero Jesús. Es aquí donde la Palabra nos advierte: “Trabajen no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna”. Ellos prefieren el don al donante; Jesús los amonesta a que busquen al que es el Donante. Y Jesús los provoca del mismo modo que provocó a la Samaritana. A ella le ofrece un Agua viva. A los de Cafarnaún un Pan que los saciará plenamente. ¿Quién es esta Agua, este Pan? La respuesta es clara y tajante: “Yo soy el Pan de vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás tendrá sed”. He aquí lo esencial: creer en Él. Porque creer es un acto del corazón. En Romanos 10,9-10 leemos: “Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación”.
El Pan del cielo que el Padre nos da es Jesús y la única forma de comerlo es dejándolo entrar en nuestra existencia por la fe. Por eso, la vida de fe del cristiano es vivir aceptando a Jesús. Es Él quien nos acompaña y sostiene en este caminar.
Hermano Pastor Salvo Beas.