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EDD. sábado 07 de abril de 2018.

Fuente : https://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20180407
 
Sábado de la Octava de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,13-21.
Los miembros del Sanedrín estaban asombrados de la seguridad con que Pedro y Juan hablaban, a pesar de ser personas poco instruidas y sin cultura. Reconocieron que eran los que habían acompañado a Jesús,
pero no podían replicarles nada, porque el hombre que había sido curado estaba de pie, al lado de ellos.
Entonces les ordenaron salir del Sanedrín y comenzaron a deliberar,
diciendo: «¿Qué haremos con estos hombres? Porque no podemos negar que han realizado un signo bien patente, que es notorio para todos los habitantes de Jerusalén.
A fin de evitar que la cosa se divulgue más entre el pueblo, debemos amenazarlos, para que de ahora en adelante no hablen de ese Nombre».
Los llamaron y les prohibieron terminantemente que dijeran una sola palabra o enseñaran en el nombre de Jesús.
Pedro y Juan les respondieron: «Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezcamos a ustedes antes que a Dios.
Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído».
Después de amenazarlos nuevamente, los dejaron en libertad, ya que no sabían cómo castigarlos, por temor al pueblo que alababa a Dios al ver lo que había sucedido.
 
Salmo 118(117),1.14-15.16ab-18.19-21.
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
El Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos.
“La mano del Señor hace proezas,
La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.
El Señor me castigó duramente,
pero no me entregó a la muerte.
«Abran las puertas de la justicia
y entraré para dar gracias al Señor.»
«Esta es la puerta del Señor:
sólo los justos entran por ella.»
Yo te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
 
Evangelio según San Marcos 16,9-15.
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios.
Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban.
Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado.
Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado.
Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.»
 
Leer el comentario del Evangelio por  San Romano el Melódico (?-c. 560), compositor de himnos . Himno «La misión de los apóstoles», 13 s; SC 283
«Proclamad la buena noticia a toda la creación»
 
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos… (Mt 28,18-19). Porque todo me ha sido devuelto por El que me engendró, el cielo y la tierra de los que ya era dueño antes de haber tomado carne. Ahora he tomado posesión de mi realeza sobre todo el universo, y en vosotros tengo un consejo de ministros sagrado, sólo yo que conozco el fondo de los corazones.»
«Id a todas las naciones. Habiendo echado en tierra el grano del arrepentimiento, regadlo con vuestras enseñanzas». Escuchando estas palabras, los apóstoles se miraban unos otros meneando la cabeza: «¿De dónde nos vendrán las palabras y la lengua para hablar a todos? ¿Quién nos dará la fuerza para luchar con los pueblos y las naciones como nos lo has dicho, nosotros que no tenemos letras ni cultura, que somos humildes pescadores, el único que conoces el fondo de los corazones?»
«No se atormenten más vuestros corazones, que el Enemigo no turbe vuestro espíritu. No penséis más como niños… No quiero vencer por la fuerza, sino por la debilidad. No busco filósofos: escogí ‘lo necio del mundo’ (1Co 1,27), yo que sólo conozco el fondo de los corazones.»
«Id, pues, a toda la creación. Regad con vuestras enseñanzas el grano de arrepentimiento que sembrasteis. Procurad que ningún alma arrepentida se quede fuera de vuestra red. Me complazco en aquellos que vuelven, como bien sabéis vosotros. ¡Oh, si el que me traicionó, hubiera vuelto después de haberme vendido! Borrando su pecado, lo habría reunido con vosotros, yo que sólo conozco el fondo de los corazones…»
«Decid que soy Dios y que yo, el Indecible, tomé la condición de esclavo (Fl 2,7). Mostrad cómo hice mías las heridas de la carne… Fui enterrado porque había sido condenado, descendí al infierno porque soy el Señor…» Confortados por estas palabras, los apóstoles decían al Creador: «Tu eres el Dios que existía antes de los siglos, y no tendrás fin… Te proclamaremos como lo ordenaste. Estate con nosotros, sé nuestro defensor, tú que sólo conoces el fondo de los corazones».
 
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