EDD. miércoles 10 de enero de 2018
Fuente : http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20150818
Miércoles de la primera semana del tiempo ordinario
Primer Libro de Samuel 3,1-10.19-20.
El joven Samuel servía al Señor en la presencia de Elí. La palabra del Señor era rara en aquellos días, y la visión no era frecuente.
Un día, Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y no podía ver.
La lámpara de Dios aún no se había apagado, y Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios.
El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy».
Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Pero Elí le dijo: «Yo no te llamé; vuelve a acostarte». Y él se fue a acostar.
El Señor llamó a Samuel una vez más. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Elí le respondió: «Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte».
Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada.
El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado». Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven,
y dijo a Samuel: «Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha». Y Samuel fue a acostarse en su sitio.
Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: «¡Samuel, Samuel!». El respondió: «Habla, porque tu servidor escucha».
Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.
Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor.
Salmo 40(39),2.5.7-8.9-10.
Esperé confiadamente en el Señor:
él se inclinó hacia mí
y escuchó mi clamor.
¡Feliz el que pone en el Señor
toda su confianza,
y no se vuelve hacia los rebeldes
que se extravían tras la mentira!
Tú no quisiste víctima ni oblación;
pero me diste un oído atento;
no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: «Aquí estoy».
En el libro de la Ley está escrito
lo que tengo que hacer:
yo amo, Dios mío, tu voluntad,
y tu ley está en mi corazón».
Proclamé gozosamente tu justicia
en la gran asamblea;
no, no mantuve cerrados mis labios,
Tú lo sabes, Señor.
Evangelio según San Marcos 1,29-39.
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».
El les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
Comentario del Evangelio por San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia. Sermón sobre el salmo 85, CCL 30, 1176.
“En un descampado se puso a orar”
Dios no hubiera podido hacer a los hombres un don más grande que su Verbo, su Palabra, por quien creó todas las cosas. Le hizo el jefe de todos, es decir, su cabeza, e hizo de ellos sus miembros. (Ef 5, 23.30), para que sea al mismo tiempo Hijo de Dios e Hijo del hombre: un solo Dios con el Padre, un solo hombre con los hombres. Nos ha hecho este don para que hablando a Dios en la oración nunca separemos de él a su Hijo, y para que el cuerpo del Hijo, al orar, no se separe de su jefe; para que Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, sea el único salvador de su cuerpo, y al mismo tiempo el que ora por nosotros, ora en nosotros y es orado por nosotros.
Ora por nosotros como sacerdote, ora en nosotros como jefe, la cabeza del cuerpo, es orado por nosotros como a nuestro Dios. Reconozcamos, pues, en él nuestras palabras y sus palabras en nosotros… No ha dudado en absoluto, unirse con nosotros. Toda la creación le está sujeta porque toda la creación fue creada por él: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho” (Jn 1,1s)… Pero si más adelante, en las Escrituras escuchamos la voz del mismo Cristo gimiendo, orando, reconociendo, no dudemos en atribuirle también estas palabras. Que contemplemos a aquel que “a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios… tomó la condición de esclavo… actuando como un hombre cualquiera, se rebajo hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,6s). Que, suspendido en la cruz, le escuchemos hacer suya la oración de un salmo… Oramos a Cristo en su condición de Dios, y él ora en su condición de siervo; por un lado, el Creador, por el otro, un hombre unido a la creación, formando un solo hombre con nosotros –la cabeza y el cuerpo. Nosotros le oramos, y oramos por él y en él.