Homilía para la Eucaristía del domingo 15 de octubre de 2017
Paz y Bien a todos. No olvidemos la «Campaña para la reparación del Templo».
DOMINGO XXVIII.
Isaías 25,6-10: se describe la salvación con la imagen del Banquete, suculento y gratuito. Todos están invitados; es un banquete de confraternización universal, en el que se reconoce la soberanía de Dios. Hay un Orden nuevo.
Mateo 22,1-14: Parábola que se divide en dos partes:
Una, el rechazo obstinado de los dirigentes a la invitación a participar en el Reino.
Dos, advertencia de Jesús por las disposiciones necesarias para vivir en el Reino.
1.- Lo que hemos escuchado está en íntima relación con la parábola del domingo anterior: los viñadores homicidas, pero aquí la Palabra da un paso: Dios invita a un Banquete. Ya sabemos, a la luz de Isaías, que el banquete es de confraternización universal, en el que, respetando las diferencias humanas, se reconoce la soberanía del Señor, se reconoce su reinado. Aceptar la soberanía de Dios trae como resultado la desaparición de las lágrimas, la tristeza y el luto y, por otro lado, la unión de todos. Es la mejor descripción que se puede hacer del Reino de Dios, que Jesús viene a proponer e implantar. Nace un orden nuevo, una nueva escala de valores que regirá las relaciones humanas y divinas.
Según el evangelio, este banquete tiene una característica especial: es un banquete de bodas. Es decir, Dios quiere entrar en comunión con nosotros a través de Jesucristo, que es el Esposo.
2.- A este banquete todos somos invitados. Los primeros invitados: Israel, con la Alianza del Sinaí. Pero después le dio la espalda a Dios, no fue fiel a la Alianza viviendo a su aire. La desobediencia de Israel redunda en beneficio de nosotros, los no judíos, que estábamos en el cruce de los caminos, es decir, sin saber a dónde ir. Hemos sido invitados al banquete, hemos sido invitados a participar – vivir en el Reino de Dios. Esto indica que todos hemos sido invitados al banquete, “porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Timoteo 2,4).
Pero el Señor quiere hacernos una seria advertencia: no basta con estar invitado. Sino esta invitación implica una responsabilidad muy seria: aceptar las reglas del juego, los valores del Reino, vivir el orden nuevo, con el traje de fiesta. Esta idea es muy bíblica. En la Parábola del Hijo pródigo, al regresar éste, el padre hace un banquete y lo viste con un traje nuevo, que es símbolo de la conducta a observar de acuerdo al llamado e invitación.
3.- San Pablo en Efesios 4,1 nos dice: “Vivan de acuerdo con la vocación con que fueron llamados”. Por eso fue expulsado el invitado de la parábola. De modo que hay muchos autoexcluidos del banquete del Reino, ya que la Mesa del Reino es tan larga que todos caben. Y ¿quiénes no caben? Los que no quieren un orden nuevo, los que fomentan la cultura de la muerte creando amargura, tristeza, duelo y lágrimas. No caben los que fomentan y agrandan la brecha ya existente entre ricos y pobres. Citando a san Pablo:“Ningún lujurioso, impuro, avaro o idólatra, tendrá parte en la herencia del Reino” (Efesios 5,5). En una sociedad que le da la espalda al Dios verdadero y opta por los dioses paganos, es obvio que tendrá que haber llanto y luto y gente indignada.
El Reino, que es un don gratuito, exige el compromiso de una vida coherente.
4.- Hoy vamos a celebrar el Banquete del Reino. No nos excluyamos ni nos atrevamos a excluir a otros. Sólo Dios y la conciencia de cada uno saben si estamos con el vestido adecuado para la ocasión. Una vez más san Pablo dice: “Cada uno, pues, examínese a sí mismo antes de comer el pan y beber la copa, porque quien come y bebe sin discernir de qué Cuerpo se trata, come y bebe su propia condenación”. (1Corintios 11,28-29). Y esto se aplica no sólo al acto de la comunión, sino a la vida cristiana en general. Quien pretenda vivir en el Reino, pero prescinde de Dios y vive una vida desordenada “será arrojado fuera, a las tinieblas”.
Pero no temamos, ya que “el Señor nos prepara una mesa frente a mis enemigos”, puede decir cada uno de nosotros. Acerquémonos con fe a la mesa del Señor. ¡Felices de nosotros, invitados al Banquete del Reino!
Hermano Pastor Salvo Beas.