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EDD. miércoles 06 de septiembre de 2017

Fuente :http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20170905
 
Miércoles de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario
Carta de San Pablo a los Colosenses 1,1-8.
Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo
saludan a los santos de Colosas, sus fieles hermanos en Cristo. Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre.
Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando sin cesar por ustedes,
desde que nos hemos enterado de la fe que tienen en Cristo Jesús y del amor que demuestran a todos los santos,
a causa de la esperanza que les está reservada en el cielo. Ustedes oyeron anunciar esta esperanza por medio de la Palabra de la verdad, de la Buena Noticia
que han recibido y que se extiende y fructifica en el mundo entero. Eso mismo sucede entre ustedes, desde que oyeron y comprendieron la gracia de Dios en toda su verdad,
al ser instruidos por Epafras, nuestro querido compañero en el servicio de Dios. El es para ustedes un fiel ministro de Cristo,
y por él conocimos el amor que el Espíritu les inspira.
 
Salmo 52(51),10.11.
Yo, como un olivo frondoso
en la casa de Dios,
he puesto para siempre mi confianza
en la misericordia del Señor.
Te daré gracias eternamente
por lo que has hecho,
y proclamaré la bondad de tu Nombre
delante de tus fieles.
Evangelio según San Lucas 4,38-44.
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos.
Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
 
Comentario del Evangelio por San Euquero (¿- c. 450), obispo de Lyon. El elogio del desierto.
 
«Salió y se retiró a un lugar desierto».
¿Se puede, razonablemente, decir que el desierto es el templo sin límites de nuestro Dios? Porque el que vive en el silencio ciertamente que debe complacerse de estar en los lugares retirados. Es allí que a menudo él se manifiesta a nuestros santos; es en la soledad que acostumbra a encontrarse con los hombres.
Es en el desierto que Moisés, con el rostro inundado de luz, vio a Dios… allí fue admitido a conversar familiarmente con el Señor; allí hubo intercambio de palabras; conversó con el Señor del cielo de la misma manera que el hombre tiene costumbre de conversar con su semejante. Allí recibió el bastón poderoso en prodigios; y después de ir al desierto como pastor de ovejas, dejó el desierto y se convirtió en pastor de pueblos (Ex 3; 33,11; 34).
De la misma manera, cuando el pueblo de Dios debía ser liberado de Egipto y de las obras terrestres ¿no se fue a lugares alejados y se refugió en las soledades? Sí, es en el desierto que se acercó a ese Dios que lo arrancó de la esclavitud… Y el Señor se convirtió en el jefe de su pueblo guiando sus pasos a través del desierto. A lo largo del camino, de día y de noche, desplegó una columna, llama ardiente o nube luminosa, signo venido del cielo… Los hijos de Israel obtuvieron pues poder ver el trono de Dios y oír su voz mientras vivieron en la soledad del desierto…
¿Es necesario añadir que no llegaron a la tierra por ellos deseada sino después de haber permanecido en el desierto? Para que el pueblo pudiera entrar un día en posesión de una región que manaba leche y miel, fue necesario que primero pasara por lugares áridos y yermos. Es siempre a través de campamentos en el desierto que uno se encamina hacia la verdadera patria. Que habite en una tierra inhabitable el que quiera «gozar de la dicha del Señor en la tierra de los vivos» (Sl 26,13). Que sea huésped del desierto quien quiera llegar a ser ciudadano de los cielos