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EDD. miércoles 03 de mayo de 2017.

Fuente :  http://www.eucaristiadiaria.cl/dia_cal.php?fecha=2017-05-03

Miércoles de la tercera semana de Pascua.
La Exaltación de la Santa Cruz
Fiesta
Color: rojo

El año 335, en tiempos de Constantino, se dedicó solemnemente una basílica sobre el sepulcro de Jesús en Jerusalén y se celebró también el hallazgo de la verdadera cruz de Cristo.La Cruz de Cristo es el trofeo de su victoria pascual sobre la muerte. El Hijo del hombre levantado en alto es exaltado. El crucificado por su obediencia hasta la muerte es glorificado. Así, Él, desde la Cruz gloriosa es el Árbol de la Vida que otorga los frutos del Espíritu.
Antífona de entrada           
Cf. Gál 6, 14 Debemos gloriamos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, nuestra vida
ORACIÓN COLECTA Dios nuestro, que has querido que tu Hijo unigénito sufriera el tormento de la cruz para salvar al género humano, concédenos que, después de haber conocido este misterio en la tierra, podamos alcanzar en el cielo el premio de su redención. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Primera lectura
Cuando alguien era mordido, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba sano.
Lectura del libro de los Números   21, 4b-9
En el camino por el desierto, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!
Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas.
El pueblo acudió a Moisés y le dijo: Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes.
Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un mástil. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará sano.
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un mástil. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la
serpiente de bronce y quedaba sano.
Salmo responsorial  77, 1-2. 34-38
R/. No olviden las proezas del Señor.
Pueblo mío, escucha mi enseñanza, presta atención a las palabras de mi boca: yo voy a recitar un poema, a revelar enigmas del pasado.
Cuando los hacía morir, lo buscaban y se volvían a Él ansiosamente: recordaban que Dios era su Roca, y el Altísimo, su libertador.
Pero lo elogiaban de labios para afuera y mentían con sus lenguas; su corazón no era sincero con Él y no eran fieles a su alianza.
El Señor, que es compasivo, los perdonaba en lugar de exterminarlos; una y otra vez reprimió su enojo y no dio rienda suelta a su furor.
Segunda lectura
Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos   2, 6-11
Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor.

EVANGELIO

Aclamación al Evangelio
Aleluya.
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque con tu cruz has redimido al mundo. Aleluya.
EVANGELIO
Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 13-17
Jesús dijo:
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
COMENTARIOS :

Fuente :  http://www.homiletica.org/juanalarcon/juanalarconcamara0389.htm

 

   Estamos en la fiesta de la «Exaltación» de la Santa Cruz. Se trata de ese signo que identifica al cristianismo mundialmente, como la media luna identifica al islam o la estrella de seis puntas formada por dos triángulos equiláteros significa al judaísmo.

Dentro de la mentalidad mágica, la cruz ha tenido en la historia casi tanto valor como el Cristo que en ella fue crucificado. «La señal de la cruz» ha espantado al demonio, ha alejado las maldiciones, ha «persignado» a todos los devotos, ha sido trazada millones de veces en el aire derramando bendiciones benefactoras.
En la religiosidad popular, Cristo ha sido sobre todo el sufriente, el condenado, azotado, crucificado, varón de dolores, muerto entre sufrimientos insoportables. La cruz ha sido el signo del dolor, tanto del de Cristo como del universal. Para los cristianos, el sufrimiento de Cristo tiene referencia universal.
La inevitable dimensión dolorista de la cruz, hace que su «exaltación» no deje de implicar problemas. Algunos agentes de pastoral, con frecuencia, tratan de obviarlos evadiéndolos, no refiriéndolos, mirando hacia otra parte, hablando de otra cosa. No siempre este método evasivo es el mejor servicio que se puede hacer al pueblo cristiano. Creemos que es mejor afrontar los problemas de frente y ponerles nombre y límites. Es lo que vamos a tratar de hacer.
El primer gran peligro es esa misma «exaltación» de la cruz, por lo que pueda tener de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, como si tuviera un valor cristiano por sí mismo. Aún se conserva una imagen de Dios dolorista y amante del sufrimiento, que parece alegrarse cuando ve sufrir, o que sólo le da su gracia o su benevolencia al ser humano a cambio de sufrimiento. Muchas promesas, «mandas», de la religiosidad popular se hacen sobre ese esquema: yo me sacrifico, le ofrezco a Dios un daño que me hago a mí mismo, como «un pago dado a él a cambio del favor solicitado»… Este Dios ante el que lo que vale y lo que le agrada es el sufrimiento no es un Dios cristiano; la exaltación de una cruz que incluyera una imagen de Dios así no sería una exaltación cristiana.
Es un gravísimo problema esa teología que aún está ahí, según la cual Dios envió a su Hijo al mundo a sufrir, a sufrir horrorosamente (véase el texto de SESBOÜÉ que se propone más abajo), porque Él sería el único capaz de ofrecer una reparación infinita a la dignidad de Dios ofendida por el ser humano en un «pecado original» (que históricamente no tuvo lugar)… Sin fundamento real en el evangelio, esta teología apareció con el paso de los primeros siglos, y fue san Anselmo de Canterbury (siglo XI) quien le dio la configuración con que ha llegado hasta nosotros mismos en los catecismos infantiles. Es la visión clásica de la «redención», la muerte de Jesús en la cruz redentora, que «paga» con su sufrimiento al Padre para que éste acceda a restablecer el buen orden de sus relaciones con la Humanidad. Estrechamente unido a esta teología está el «sacrificio» de Cristo en la Cruz. Una teología que, por una parte, hoy día evidencia una imagen de Dios que resulta inaceptable. Por otra se trata de una teología que aún figura –inexplicablemente- en los documentos oficiales… Celebrar la Exaltación de la Santa Cruz sin abordar estos problemas puede ser más cómodo, pero no más sincero ni más provechoso o pedagógico.
La cruz de Cristo no debiera ser utilizada como símbolo de todo aquello que en nuestra vida humana hay de limitación estructural, de finitud natural. Esta es una dimensión natural de nuestra vida humana («las cruces de la vida»), y la cruz de Cristo no tiene nada de «natural», sino que todo lo tiene de «histórico». En la cruz de Cristo –si no queremos caer en mixtificaciones- no entran sus dificultades y limitaciones humanas, ni las nuestras: enfermedades, limitaciones, accidentes ni la mala suerte. Eso no es la cruz de Cristo, sino avatares y peculiaridades de la vida humana, que hay que saber llevar y sobrellevar con gracia y con buen talante.
La cruz de Cristo no fue un «designio de Dios», sino un designio muy humano. Jesús, por su parte, tampoco buscó la cruz: «Pase de mí este cáliz», y nunca deberá ser buscada la cruz, por sí misma, por parte de sus discípulos. Aquel «Ave Crux, Spes única!» («¡Salve, Cruz, esperanza única!») del adagio clásico, hay que tomarlo con muchas «cautelas» en la forma de entenderlo. Ni Dios, ni Cristo «aman la Cruz», ni nosotros debemos «amarla», sino, al contrario, debemos «combatirla». La tarea del cristiano, como la de Jesús, es combatir la cruz, liberar del sufrimiento al ser humano, «hacer todo el bien que se pueda», como decíamos comentando el evangelio del domingo pasado. Claro que, al luchar contra la cruz ocurre que se levanta la animosidad de los que están interesados egoísticamente en los mecanismos de opresión, personas y estructuras que impondrán una cruz sobre quienes luchan por liberar al ser humano de toda cruz. Otro adagio más moderno y más correcto dice: «Busca la Verdad, la Cruz ya te la pondrán». No hay que buscar la cruz, aunque no hay que retroceder un milímetro en la Verdad y en la lucha por la Justicia, por el miedo a la cruz que nos impondrán…
En definitiva, lo que necesitamos exaltar no es la cruz, sino el coraje de Jesús, que optó por el Reino y por el amor sin temor a la cruz que estaba seguro y previó que le iban a imponer. La exaltación de la fidelidad de Jesús a la Causa del Reino es el verdadero contenido de esta fiesta.
Algunas personas se asustan cuando se hacen estas relecturas críticas. Les parece una actitud negativista…. Prefieren que se hable sólo de lo positivo, y que lo demás quede sobreseído, como superado por el olvido… No compartimos esa opinión. Estamos en un momento de transición teológica, una transición que se hace lenta por causa precisamente de esa falta de sentido crítico en la teología y en la homilética. Si los predicadores (y los grupos de formación cristianos) asumieran como tarea habitual la de hacer la digestión crítica de todo el pensamiento que aún lastra al cristianismo, sin duda que estaríamos en condiciones de dialogar mejor con el mundo actual. Por otra parte, toda renovación del pensamiento y de la vida necesita de un momento de «deconstrucción», sin el cual, frecuentemente, no es posible una verdadera renovación.