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Homilía para la Eucaristía del Domingo 19 de febrero de 2017 . –

Feliz fin de semana para todos. Paz y Bien. Hermano Pastor.

DOMINGO SEPTIMO DEL AÑO.

Fuente : www.laicoscapuchinos.cl

Levítico 19,1-2.17-18: “Ley de santidad”, que trata de modelar el orden humano a partir de la santidad de Dios. El hombre tiene que ser santo; el camino pasa por el hermano. El ser humano no está nunca tan cerca de la santidad de Dios como cuando ama a su prójimo.

Mateo 5,38-48: en su empeño por profundizar la manera de cumplir la Ley el Señor toca el tema del amor al prójimo, que rompe todos los moldes humanos.

1.- La sentencia con que termina el evangelio es desafiante: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”. En la primera lectura leemos: “Ustedes sean santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Dos sentencias desafiantes. Si el domingo pasado explicaba el sentido de Justicia en la Biblia para poder entender lo que nos pide el Señor, hoy debemos profundizar más todavía esto junto con la idea de “Santo” y “Perfecto”.

Sin complicarnos, digamos que “Santo” viene a significar algo “separado”, “único”, “distante y distinto de lo profano, de lo vulgar”…lo que lleva a una perfección moral. “Perfecto” trae consigo la idea de integridad, el que tiene un solo corazón para servir al Señor.

De modo que el Señor nos quiere diferentes al resto, a los que no pertenecen a Él. Israel, por ser propiedad de Dios, debe ser distinto (santo) a los pueblos que le rodean Y concretamente debe ser distinto en la manera de relacionarse con el prójimo, ya que Dios lo separó, lo hizo distinto al resto. Si hablamos de leyes de santidad podríamos hablar de “en qué se distingue” el Pueblo de Dios del resto. Y la principal distinción está en el amor al prójimo.

2.- Lo que nos propone el Levítico es desafiante. Sin embargo, el “pero Yo les digo” de Jesús va más allá. Mientras el Levítico contiene el precepto del amor al prójimo, entendiendo como prójimo sólo al que es miembro de la comunidad de Israel, el discípulo de Jesús debe tener un amor sin ningún tipo de barreras, de fronteras. El amar al enemigo, incluso orar por él, es algo propio de un hijo de Dios, de alguien que ha sido santificado por Dios.

De esta manera Jesús, superando la interpretación casuística de algunos judíos, interioriza y universaliza la ley a la luz de cómo su Padre expresa su amor por el ser humano. Es un amor diferente, íntegro, total. Podríamos decir que el discípulo de Cristo tiene en su interior una “sintonía fina”; es capaz de descubrir a un hermano incluso en aquel que le persigue y calumnia y ora también por él. Esto es propio de un hijo de Dios.

3.- Es propio de Dios el amar y tener un amor compasivo, misericordioso. El retrato que hace de Dios el salmo responsorial es la mejor pauta para nosotros los que nos sentimos hijos de Dios. Un hijo se parece a su padre; el cristiano se parece al Padre Dios precisamente en que encarna un amor misericordioso.

Mientras en el mundo se cultiva el odio, nosotros debemos cultivar el amor.

Mientras en la sociedad hay una sed de venganza, nosotros hemos de propiciar la indulgencia.

Cuando entre nosotros se fomenta la discordia, nosotros hemos de sembrar el amor mutuo.

Evidentemente que esta tarea es sobrehumana. “Si el Señor no nos construye la casa, será vano todo el esfuerzo que hagamos”.

4.- Por eso, que penetre el Señor en nuestras vidas, que se haga presente en el interior de nuestro corazón para que se cierren y curen tantas heridas, tantos resentimientos. Sólo Dios puede sanarnos. La Eucaristía sea el remedio, sea la fuerza que necesitamos para ser en verdad diferentes e íntegros en la vivencia de nuestra fe.

                                                      Hermano Pastor Salvo Beas.