Skip to main content

EDD. lunes 13 de febrero de 2017.

Lunes de la sexta semana del tiempo ordinario.


Libro de Génesis 4,1-15.25.
El hombre se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín. Entonces dijo: «He procreado un varón, con la ayuda del Señor».
Más tarde dio a luz a Abel, el hermano de Caín, Abel fue pastor de ovejas y Caín agricultor.
Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo,
mientras que Abel le ofreció las primicias y lo mejor de su rebaño. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda,
pero no miró a Caín ni su ofrenda. Caín se mostró muy resentido y agachó la cabeza.
El Señor le dijo: «¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja?
Si obras bien podrás mantenerla erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo».
Caín dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera». Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató.
Entonces el Señor preguntó a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?». «No lo sé», respondió Caín. «¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?».
Pero el Señor le replicó: «¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo.
Por eso maldito seas lejos del suelo que abrió sus fauces para recibir la sangre de tu hermano derramada por ti.
Cuando lo cultives, no te dará más su fruto, y andarás por la tierra errante y vagabundo».
Caín respondió al Señor: «Mi castigo es demasiado grande para poder sobrellevarlo.
Hoy me arrojas lejos del suelo fértil; yo tendré que ocultarme de tu presencia y andar por la tierra errante y vagabundo, y el primero que me salga al paso me matará».
«Si es así, le dijo el Señor, el que mate a Caín deberá pagarlo siete veces». Y el Señor puso una marca a Caín, para que al encontrarse con él, nadie se atreviera a matarlo.
Adán se unió a su mujer, y ella tuvo un hijo, al que puso el nombre de Set, diciendo: «Dios me dio otro descendiente en lugar de Abel, porque Caín lo mató».
Salmo 50(49),1.8.16bc-17.20-21.
El Dios de los dioses, el Señor,
habla para convocar a la tierra
desde la salida del sol hasta el ocaso.
No te acuso por tus sacrificios:
¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
«¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras?
Te sientas a conversar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu propia madre.
Haces esto, ¿y yo me voy a callar?
¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.
Evangelio según San Marcos 8,11-13.
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo».
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.
Comentario del Evangelio por San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia. La Trinidad, libro 12, 52-53.
¿Por qué esta generación reclama un signo?
Padre Santo, Dios todopoderoso…, cuando yo elevo la débil luz de mis ojos, ¿puedo dudar de que eso es tu cielo? Cuando contemplo el curso de las estrellas, su retorno en el ciclo anual, cuando veo las Pléyades, la Osa menor y la Estrella de la mañana y considero que cada una brilla en el lugar que tú le has asignado, comprendo, oh Dios, que tú estás allí, en estos astros que yo no comprendo. Cuando veo «las soberbias olas del mar» (sl 92,4), no comprendo el origen de esta agua, ni tampoco comprendo quien es que pone en movimiento su flujo y reflujo regular y, sin embargo, creo que hay una causa –ciertamente para mí impenetrable- en estas realidades que yo ignoro, y también allí percibo tu presencia.
Si vuelvo mi espíritu hacia la tierra que, por el dinamismo de unas fuerzas escondidas, descompone todas las semillas que antes ha acogido en su seno, las hace germinar lentamente y las multiplica, después las hace crecer, no encuentro allí nada que pueda comprender con mi inteligencia; pero esta misma ignorancia me ayuda a discernirte, a ti, puesto que, si soy incapaz de comprender la naturaleza que ha sido puesta a mi servicio, sin embargo te encuentro a través de este mismo hecho de que ella está allí, para mi uso.
Si me vuelvo hacia ti, la experiencia me dice que yo no me conozco a mi mismo, y te admiro tanto más por el hecho de ser yo un desconocido para mí mismo. En efecto, aunque yo no los puedo comprender, sí tengo experiencia de los movimientos de mi espíritu que juzga sus operaciones, su vida, y esta experiencia te la debo sólo a ti, a ti que me has hecho participar de esta naturaleza sensible que me da un gran gozo, aunque su origen se encuentra más allá de lo que alcanza mi inteligencia. No me conozco a mi mismo, pero te encuentro en mí y, encontrándote, te adoro.