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EDD. sábado 28 de enero de 2017

Sábado de la tercera semana del tiempo ordinario.
http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20170126

Carta a los Hebreos 11,1-2.8-19.
Hermanos:
La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven.
Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación.
Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba.
Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa.
Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.
Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra.
Los que hablan así demuestran claramente que buscan una patria;
y si hubieran pensado en aquella de la que habían salido, habrían tenido oportunidad de regresar.
Pero aspiraban a una patria mejor, nada menos que la celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de llamarse «su Dios» y, de hecho, les ha preparado una Ciudad.
Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas,
a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre.
Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Evangelio según San Lucas 1,69-70.71-72.73-75.
Nos ha dado un poderoso Salvador
en la casa de David, su servidor,
como lo había anunciado mucho tiempo antes
por boca de sus santos profetas.
Para salvarnos de nuestros enemigos
y de las manos de todos los que nos odian.
Así tuvo misericordia de nuestros padres
y se acordó de su santa Alianza,
Se acordó del juramento que hizo a nuestro padre Abraham
de concedernos que, libres de temor,
arrancados de las manos de nuestros enemigos,
lo sirvamos en santidad y justicia
bajo su mirada, durante toda nuestra vida.
Evangelio según San Marcos 4,35-41.
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla».
Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?».
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?».
Comentario del Evangelio por San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia. Sermones para los domingos y fiestas de los santos.
“Se hizo una gran bonanza”
“Jesús subió a una barca” Después que alguien sube a la barca de la penitencia, el mar se altera. EL mar es nuestro corazón. “El corazón del hombre es complicado y enfermo: ¿quién lo conocerá?” dice Jeremías (17,9); “más potente que el oleaje del mar” (Sl 92,4). El orgullo le hincha, la ambición le hace salir de sus límites, la tristeza lo cubre de nubes, los vanos pensamientos lo turban, la lujuria y la gula le hacen enfurecer. Ahora bien, sólo los que suben a la barca de la penitencia sienten este movimiento del mar, esta violencia del viento, esta agitación de las olas. Los que se quedan en tierra no los perciben… el diablo, desde que se siente despreciado por la penitencia, estalla en escándalos y levanta la tempestad; y se marcha “dando gritos y sacudiéndolo violentamente” (Mc 9,26).
“Entonces Jesús ordena a los vientos y al mar”. Dios dice a Job: “¿Quién ha fijado los límites del mar?… Soy yo quien le ha dicho: Llegarás hasta aquí, y no irás más lejos; aquí  romperás las olas tumultuosas” (38,8-11) Tan sólo el Señor puede fijar los límites a la amargura de la persecución y de la tentación… Cuando él hace cesar la tentación, dice: Aquí romperás las olas tumultuosas”. La tentación, ante la misericordia de Jesucristo, cederá. Cuando el diablo nos tienta debemos decir con toda la devoción de nuestra alma: “En el nombre de Jesús de Nazaret, que ha ordenado a los vientos y al mar, te mando que te alejes de mí” (cf Hech 16,18).
“Y se hizo una gran bonanza” Es lo que leemos en el libro de Tobías: “Lo sé, Señor: el que te honra, después de haber sido probado en esta vida, será coronado; si sufre la tentación, será liberado; si tiene que sufrir, encontrará la misericordia porque tú no quieres que nos perdamos. Después de la tempestad, nos devuelves la calma; después de las lágrimas y los llantos, nos inundas de gozo” (3,21-22 Vlg).