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EDD. viernes 28 de octubre de 2016 . –

Fiesta de san Simón y san Judas, apóstoles.

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Carta de San Pablo a los Efesios 2,19-22.
Hermanos:
Ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.
Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo.
En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor.
En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu.
Salmo 19(18),2-3.4-5.
El cielo proclama la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos;
un día transmite al otro este mensaje
y las noches se van dando la noticia.
Sin hablar, sin pronunciar palabras,
sin que se escuche su voz,
resuena su eco por toda la tierra
y su lenguaje, hasta los confines del mundo.
Allí puso una carpa para el sol
Evangelio según San Lucas 6,12-19.
Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles:
Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,
Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote,
Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón,
para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados;
y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Comentario del Evangelio por Benedicto XVI, papa 2005-2013. Audiencia general del 11/10/2006.
La unidad de los Doce, unidad de la Iglesia.
A los apóstoles Simón, el Cananeo, y Judas (Tadeo) –que no debemos confundir con Judas Iscariote- los consideramos juntos no tan sólo porque en la lista de los Doce se citan siempre uno detrás del otro (cf Mt 10,4; Mc 3,18; Lc 6,15; Hch 1,13) sino también porque los detalles que nos han llegado de ellos son muy pocos, a parte del hecho que en el Nuevo Testamento se conserva una carta atribuida a Judas.
Simón recibe un epíteto variable según las cuatro listas; así, mientras Mateo y Marco lo llaman «el cananeo», Lucas lo llama «celotes». En realidad los dos calificativos son equivalentes porque tienen el mismo significado. En efecto, en hebreo el verbo «kana» quiere decir «ser celoso, apasionado»… Es, pues, muy posible que ese Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los celotes, por lo menos se haya caracterizado por un ardiente celo por la identidad judía, así pues, también por Dios, por su pueblo y por la ley divina. Si esto es así, Simón queda situado en las antípodas de Mateo, el cual, por el contrario y en tanto que publicano, ejercía una actividad considerada como del todo impura. Ello es un signo evidente de que Jesús llama como discípuos y colaboradores suyos a personas de las clases sociales y religiosas más diversas si ninguna clase de prejuicios. ¡Lo que le interesa son las personas y no las categorías sociales o las etiquetas!
Y lo bueno es que, en el grupo de sus discípulos, a pesar de ser tan diferentes, todos coexistían y superaban todas las dificultades imaginables; en efecto, era él mismo Jesús la razón de su cohesión y quien hacia que todos se encontraran unidos. Esto contituye una clara lección para nosotros, a menudo inclinados a subrayar las diferencias, y posiblemente las oposiciones, olvidando que, en Cristo Jesús, se nos da la fuerza para resolver nuestros conflictos. En nuestro interior no olvidemos que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia en la que deben encontrar su lugar, todos los carismas, todos los pùeblos y razas y todas las cualidades humanas, su identidad y su unidad en la comunión con Jesús.