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EDD. jueves 27 de octubre de 2016 . –

Jueves de la trigésima semana del tiempo ordinario.
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Carta de San Pablo a los Efesios 6,10-20.
Hermanos, fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder.
Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio.
Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio.
Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos.
Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza.
Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz.
Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno.
Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.
Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos,
y también por mí, a fin de que encuentre palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio,
del cual yo soy embajador en medio de mis cadenas. ¡Así podré hablar libremente de él, como debo hacerlo!
Salmo 144(143),1.2.9-10.
Bendito sea el Señor, mi Roca,
el que adiestra mis brazos para el combate
y mis manos para la lucha.
El es mi bienhechor y mi fortaleza,
mi baluarte y mi libertador;
él es el escudo con que me resguardo,
y el que somete los pueblos a mis pies.
Dios mío, yo quiero cantarte un canto nuevo
y tocar para ti con el arpa de diez cuerdas,
porque tú das la victoria a los reyes
y libras a David, tu servidor.
Evangelio según San Lucas 13,31-35.
En ese momento se acercaron algunos fariseos que le dijeron: «Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte».
El les respondió: «Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado.
Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!
Por eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

Comentario del Evangelio por Juan Taulero (c. 1300-1361), dominico en Estrasburgo. Sermón 21, 4º para la Ascensión.
 

«¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero no habéis querido!»
Jerusalén era una ciudad de paz, y fue también una ciudad de tormento, porque en ella Jesús sufrió inmensamente y en ella murió dolorosamente. Es en esta ciudad que hemos de ser sus testigos, y no con palabras sino en verdad, con nuestra vida, imitándolo tanto como podamos. Muchos hombres habría que, gustosamente, serían testigos de Dios en la paz con tal que todo les fuera según su criterio. Gustosamente serían santos, con la condición de no encontrar nada amargo en los ejercicios y trabajos para llegara a serlo. Querrían gustar, desear y conocer las dulzuras divinas sin tener que pasar por ninguna clase de amargura, pena o desolación. En cuanto les sobrevienen fuertes tentaciones y tinieblas, en cuanto les deja el sentimiento y la conciencia de estar en Dios, en cuanto se sienten abandonados interior y exteriormente, entonces todo lo abandonan y así dejan de ser verdaderos testigos.
Todos los hombres buscan la paz. Por todas partes, en sus obras y de todas maneras buscan la paz. ¡Ah! que podamos nosotros liberarnos de esta búsqueda y podamos buscar la paz en el tormento. Es tan sólo ahí que nace la verdadera paz, la que permanece, la que perdura…Busquemos la paz en el dolor, el gozo en la tristeza, la simplicidad en la multiplicidad, la consolación en la amargura; es así que llegaremos a ser en verdad los testigos de Dios.