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Homilía para la Eucaristía del Domingo 23 de octubre de 2016

Hermanos, espero verlos pronto. Un fraterno abrazo. Pastor.

DOMINGO XXX.

 

Eclesiástico 35,12-14.16-18: el libro es un llamado de atención frente a la influencia de la cultura griega que entra en conflicto con la fe de Israel. Aquí dos advertencias: en Dios no hay acepción de personas y el poder de la oración del humilde.

Lucas 18,9-14: otra parábola de cómo debe ser la oración de un discípulo: cómo hay que presentarse ante Dios, relacionarse con Él.

1.- Son muchas las cosas que nos enseña la Palabra, siguiendo la catequesis de Jesús sobre la oración. El domingo pasado el Señor nos insistía, con el ejemplo de la viuda ante el juez, que debemos ser perseverantes en la oración. Hoy, con esta parábola, nos enseña cómo debemos presentarnos ante Dios. Para esto cabe hacerse una: ¿quién es justo ante Dios? Jesús nos enseña que ser justo ante Dios es un don gratuito que el mismo Dios concede a los que creen en Él, como Abraham. Ya que, como lo sugiere el libro del Eclesiástico, en Dios no hay acepción de personas. Y en 1Samuel 16,7 leemos: “Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”. Nadie es justo ante Dios. Pero no faltan los que, como los fariseos, se tienen por justos. Y el que se tiene por justo mira en menos a los demás. De allí, entonces, la parábola.

2.- “Dos hombres subieron al templo a orar”. Ritualmente cumplen con lo prescrito: oran de pie, seguramente con la cabeza cubierta. Pero esto no es lo más importante, sino cuál es la actitud interior. Hoy todavía hay quienes insisten en lo ritual, en las formas externas. El fariseo se tenía por justo porque confiaba en sí mismo. El publicano, en cambio,  se sabe pecador, sólo tiene fe en Dios, por eso ora con humildad. La única actitud válida del hombre es la fe, que es la que lo salva. En cambio la autosuficiencia repugna a Dios. El fariseo, como un pavo real, se disfraza, se llena de plumas. Pero “Dios ve el corazón”.  El publicano, en cambio, sabe que lo único que tiene como propio es su pecado. Y así se presenta ante Dios. Es decir, el cobrador de impuestos se presentó ante Dios con su verdad, aceptando su propia realidad. Ante Dios no caben ni las máscaras, ni los disfraces. Ante Él debemos ser humildes, y humildad es verdad.

3.- En otras oportunidades he dicho que el hombre tiende a ser autosuficiente y, por lo mismo, a emanciparse de Dios. Hoy, según el decir de algunos políticos, nombrar a Dios es anacrónico; es que Dios no sirve. Por eso se le expulsa de la sociedad. Si Dios no sirve, tampoco vale la pena orar. ¿Para qué? Claro que no faltan los que tienen un “Dios tapa huecos”, al que acuden cuando están en algún aprieto; oran, pero no saben relacionarse con Dios, porque oran sin fe. Oran creyendo que están agradando a Dios y buscan su favor.

4.- Concluye la enseñanza del Señor diciendo que el publicano volvió a su casa justificado. Es decir, Dios escuchó su súplica y le concedió la gracia de ser justo; pero no al fariseo, lleno de sí mismo, pero no de Dios.

¿Cómo venimos nosotros a esta celebración? Ojalá sin disfraces, sino con nuestra cruda verdad: no tenemos nada que alegar ante Dios. Pero, felizmente, “Abogado tenemos ante el Padre” (1Juan 2,1). Acerquémonos, entonces, con fe sincera ante el Señor, sabiendo que Él es quien nos justifica.

Al salir de aquí volvamos a nuestra casa con la alegría de haber sido escuchados, porque, en verdad, como dice el salmo responsorial: “El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó”. Celebremos con fe a este Señor rico en misericordia que está “cerca del que sufre y salva a los que están abatidos”.

              Hermano Pastor Salvo Beas.

                Párroco de SWan Miguel.