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EDD. martes 04 de octubre de 2016

Martes de la vigesimoséptima semana del tiempo ordinario.
San Francisco de Asís.
Memoria obligatoria
Color: blanco
http://www.eucaristiadiaria.cl/dia_cal.php?fecha=2016-10-04
Desde el día en que encontró a Cristo en San Damián hasta el día en que murió en la Porciúncula, a lo largo de su vida itinerante, junto con sus hermanos, los Menores, Francisco (1182-1226), el pobrecito de Asís, nunca tuvo otra preocupación sino la de seguir a Jesús. Lo hizo en la alegría, la pobreza, la humildad y la sencillez de corazón, en la fidelidad a la Iglesia y una gran ternura para con todos.
Antífona de entrada
Francisco, hombre de Dios, dejó su casa, renunció a sus bienes y se hizo pobre; por ello el Señor lo tomó consigo.
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que otorgaste a san Francisco la gracia de identificarse con Cristo por la humildad y la pobreza; concédenos que, imitando sus ejemplos, podamos seguir a tu Hijo y unirnos a ti con la alegría del amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
 
Primera lectura
Por Cristo el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 6, 14-18.
Hermanos: Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo.
Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que importa es ser una nueva creatura. Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo que el Israel de Dios.
Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de Jesús.
Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con vosotros. Amén.
Salmo responsorial.  Sal 1-2a. 5. 7-8. 11
R/. ¡Tú eres mi herencia, Señor!
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Señor, Tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡Tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.
EVANGELIO
Aclamación al Evangelio   Cf. Mt 11, 25
Aleluya. ¡Bendito eres, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños! Aleluya.
Evangelio
Habiendo ocultado estas cosas a los sabios, las has revelado a los pequeños.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 25-30.
Jesús dijo:
Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraran alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
 
 
Reflexión :
 
En un estanque vivía una colonia de ranas. Y el sapo más viejo se creía también el más grande y el más fuerte de toda la especie. Cada mañana se posaba a la orilla del estanque y comenzaba a hincharse para atraer la atención de sus vecinas y para presumir su tamaño y su fuerza. Un buen día se acercó un buey a beber; y el sapo, viendo que éste era más grande que él, comenzó a hincharse e hincharse, más que en otras ocasiones, tratando de igualarse al buey. Y tanto se infló que reventó. Así sucede también a muchos hombres que, por su ambición, su soberbia y prepotencia tratan de igualarse a otro buey (y también se podría escribir con «g»). Ya muy bien lo decía san Agustín: «La soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano».
Feuerbach y Nietzsche -dos filósofos ateos del siglo pasado- lanzaron sus teorías del «super-hombre» y del dominio del más fuerte. Ideas tan tristes que desembocaron en la prepotencia nazi, en un racismo aberrante y en todas las formas de totalitarismo ateo que perseguía todo tipo de religión, especialmente la católica; esas ideas fueron las causantes de la Segunda guerra mundial y originaron un abismo de inhumanidad que ni siquiera excluyeron los terribles campos de concentración y de exterminio. Esa triste «ley del más fuerte» impone muchas veces el criterio de comportamiento entre los hombres, ¡tan penosa y de tan lamentables consecuencias para la convivencia humana! Y es que el poder, la ambición desenfrenada y la soberbia prepotente pudre el corazón de los hombres y crea verdaderos infiernos.
Y, sin embargo, Jesucristo nuestro Señor nos viene a hablar hoy de humildad, de mansedumbre y de servicio: «Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas»… ¿No es un mensaje ya trasnochado y pasado de moda? ¿Acaso el que triunfa, hoy en día, no es el hombre «fuerte», el «grande», el poderoso?
El pequeño, el débil y el humilde ni siquiera es tomado en cuenta; más aún, muchas veces es ridiculizado y emarginado. El mismo Nietzsche se mofaba de la humildad, diciendo que era «un vicio servil y un comportamiento de esclavos».
En el Evangelio de la fiesta … de San Francisco de Asís, se nos presenta Jesús en oración bendiciendo a su Padre: «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado los misterios del Reino a los sabios y a los poderosos, y se los has revelado a los pequeños». ¡Qué contraste tan abismal! Pensamos que las gentes felices del mundo son los ricos, los poderosos, los grandes, los fuertes y los sabios. Y, sin embargo, nuestro
Señor llamó «dichosos» precisamente a los de la parte opuesta: «Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los pacíficos, los que padecen persecución… porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5, 1-12). Y hoy, Jesús nos sale con otra de las «suyas», invitándonos a la humildad. ¿Es que Jesús está loco?
¡Con razón nadie le hace caso! Parece que Él va siempre «en sentido contrario», contra corriente. Pero, no nos viene mal preguntarnos quién es el verdadero loco. A Nietzsche, al final de su vida, «se le saltaron la tuercas» y acabó suicidándose.
Jesús siempre se presentó así: manso y humilde. Después de la multiplicación de los panes, cuando la muchedumbre quería arrebatarlo para hacerlo rey, Él se les esconde y se va solo, a la montaña, a orar. Y cuando curó al leproso de su enfermedad inmunda o devolvió la vista al ciego de nacimiento; cuando hizo caminar al paralítico, curó a la hemorroísa,resucitó a Lázaro o a la hija de Jairo, no se dedicó a tocar la trompeta para que todo el mundo se enterara… Y, finalmente, cuando se decide a entrar triunfalmente en Jerusalén, no lo hace sobre un alazán blanco o sobre un caballazo prieto azabache, rodeado de un ejército de vencedor, sino montado en un pobre burrito, que era señal de humildad y de paz.
¡Definitivamente, Jesús no hacía milagros para «ganar votos» para las elecciones, ni se aprovechó de su popularidad entre la gente para hacerse propaganda política y ocupar los mejores puestos, como muchos de nuestros gobernantes! Él no era un populista o un demagogo como los que abundan hoy en nuestras plazas y manifestaciones públicas. Él no conocía, sin duda, esa «picardía» y oportunismo interesado, ni sabía mucho de eso que nosotros llamamos «técnicas de publicidad y de imagen»…
«Aprendan de mí -nos dice- que soy manso y humilde de corazón». Sí. Él había dicho durante su vida pública que «no había venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45) y lo cumple al pie de la letra. ¡Aquí está la verdadera grandeza: no la del poder, sino la grandeza de la humildad, de la mansedumbre y del servicio!
Si seguimos su ejemplo, Él nos asegura los frutos que obtendremos: «Encontrarán descanso para sus almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera». La persona humilde goza de una paz muy profunda porque su corazón está sosegado. Ese yugo y esa carga se refieren a la cruz que tenemos que llevar todos los seres humanos. Pero Cristo nos llena de paz y de felicidad en medio del dolor porque su presencia y su compañía nos bastan y nos sacian. Él es nuestra paz. Y no importa que nos lluevan las persecuciones, las calumnias, las injurias y todo tipo de mentiras.