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EDD. sábado 17 de septiembre de 2016

Sábado de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario.

http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20160916


Carta I de San Pablo a los Corintios 15,35-37.42-49.
Hermanos:
Alguien preguntará: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo?
Tu pregunta no tiene sentido. Lo que siembras no llega a tener vida, si antes no muere.
Y lo que siembras, no es la planta tal como va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo, o de cualquier otra planta.
Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles;
se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza;
se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual.
Esto es lo que dice la Escritura: El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida.
Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual viene después.
El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo.
Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial.
De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial.
Salmo 56(55),10.11-12.13-14.
Mis enemigos retrocederán cuando te invoque.
Yo sé muy bien que Dios está de mi parte;
confío en Dios y alabo su palabra;
confío en él y ya no temo:
¿qué pueden hacerme los hombres?
Debo cumplir, Dios mío, los votos que te hice:
te ofreceré sacrificios de alabanza,
porque tú libraste mi vida de la muerte
y mis pies de la caída,
para que camine delante de Dios
en la luz de la vida.
Evangelio según San Lucas 8,4-15.
Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola:
«El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.
Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.
Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.
Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno». Y una vez que dijo esto, exclamó: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».
Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola,
y Jesús les dijo: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.
La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios.
Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.
Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar.
Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.
Comentario del Evangelio por  San Buenaventura (1221-1274), franciscano, doctor de la Iglesia. Breviloquio, Prólogo, 2-5.
“La semilla es la palabra de Dios” .
El origen de la Escritura no se halla en la búsqueda humana, sino en la divina revelación que proviene del “Padre de las luces”, “de quien toma su nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra” (St 1,17; Ef 3,15). Es de él que, por su Hijo Jesucristo, llega a nosotros el Espíritu Santo. Es por el Espíritu Santo que, compartiendo y distribuyendo sus dones a cada unos según su voluntad Hb 2,4), se nos da la fe y “por la fe, Cristo habita en nuestros corazones” (Ef 3,17). De este conocimiento de Jesucristo se desprende, como de su fuente, la firmeza y la comprensión de toda la santa Escritura. Es, pues, imposible entrar en el conocimiento de la Escritura sin poseer infusa, primeramente, la fe de Cristo, como la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura…
La finalidad o el fruto de la santa Escritura no es cualquier cosa, sino la plena felicidad eterna. Porque en la Escritura están “las palabras de vida eterna” (Jn 6,68); está, pues, escrita, no sólo para que creamos, sino también para que poseamos la vida eterna en la cual veremos, amaremos y nuestros deseos se verán eternamente colmados. Es entonces que nuestros deseos se verán plenamente satisfechos, conoceremos verdaderamente “el amor que sobrepasa todo conocimiento” y así llegaremos a “la Plenitud total de Dios” (Ef 3,19). La divina Escritura se esfuerza en introducirnos a esta plenitud; y es, pues, en vistas a este fin, con esta intención que la santa Escritura debe ser estudiada, enseñada y comprendida.