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Homilía para la Eucaristía del domingo 11 de Septiembre de 2016

Un especial saludo a todos los feligreses. Paz y Bien.
 

DOMINGO XXIV.

Exodo 32,7-11.13-14: Israel le da la espalda a Dios, por eso el Señor amenaza con destruirlo. Moisés intercede por su Pueblo, apela a la fidelidad de Dios. El Señor se apiada de su Pueblo.

1Timoteo 1,12-17: la vocación de san Pablo. El da testimonio de lo que Dios realizó en él. De allí la doctrina: Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

Lucas 15: tres parábolas que ilustran la misericordia de Dios.

1.- Está claro que los textos hablan de la misericordia de Dios. El Papa Benedicto XVI ha dicho que la misericordia es algo difícil de entender. Alguien podría preguntar: ¿acaso la misericordia no borra los pecados? No. Lo que borra los pecados es el perdón de Dios. La misericordia es la forma como Dios perdona, con amor. Porque Dios es Amor, un amor propio de Dios: misericordioso. Y misericordia es sinónimo de ternura, condescendencia. Es decir, se abaja, se inclina, condesciende hasta nosotros. Dios es el primero en amar y condescender hacia nosotros, se pone a la altura nuestra.

Los textos dicen que Dios usa de misericordia; así se manifiesta su poder, ya que ama al que no le puede corresponder.

Las mejores enseñanzas de Jesús sobre este tema las encontramos en el capítulo 15 de Lucas, las tres parábolas de la misericordia

2.- Estas parábolas están motivadas por la crítica de los sostenedores del sistema religioso, que se escandalizan por lo que Jesús hace: acoge a pecadores y gente de mala fama.

En la primera parábola, la de la oveja perdida, el escándalo para los “buenos” y “justos” es la preocupación de Dios por los pecadores y la manera gozosa como son acogidos.

En la segunda parábola, la de la moneda de poco valor, representa a toda esa gente que los “buenos” del judaísmo oficial habían dejado perder y que ni siquiera les preocupaba. En la dinámica del Reino, esa moneda de poco valor es, en realidad, el “tesoro” de Dios; encontrado y ponerse al servicio de esos “desechos” es llevar a cabo la propuesta de Dios encarnada en el Reino propuesto por Jesús.

En la tercera parábola se nos muestra el Rostro del Dios de la misericordia. Aquí el Señor desenmascara los efectos negativos del legalismo que distorsiona la verdadera imagen de Dios.

No se trata de hacer aquí un análisis exhaustivo de ala Parábola, sino descubrir su mensaje: Dios, el Padre, se conmueve; se le conmovieron las entrañas. El amor de Dios es materno, por eso,  misericordioso. Y El no se cansa de perdonar. Dios hace fiesta, transforma al hijo. Y el texto dos veces repite: “estaba muerto y ha revivido”. El Padre opta por la vida.

3.- Hasta aquí hemos visto qué hace Dios por nosotros. ¿Y nosotros qué debemos hacer? Dice el texto: “me levantaré y volveré a la casa de mi Padre”. El ser humano vive de espaldas a Dios, ignora a Dios, se cree Dios. Y a tal punto que él decide lo que es bueno y lo que es malo. Ese es el pecado del hombre. Decide por sí mismo. Es lo que hizo el hijo menor. Pero al darse cuenta de su situación decide volver, volverse  a la casa de su padre. Esto es lo esencial de la conversión: volverse a Dios, darle la cara a Dios, dejar entrar a Dios en la vida. Jesús invita a la conversión, a que nos volvamos al Señor. Lo demás es obra de Dios. No somos nosotros los que nos purificamos, sino Dios que nos perdona con un amor misericordioso. Fue lo que experimentó san Pablo. Y creo que todos nosotros hemos experimentado este perdón misericordioso.

4.- Dice el texto que comenzaron a festejar. Hoy también el Señor hace fiesta. Participan los que han vuelto, los que se deciden por Dios, los que estamos aquí. No entra el que se cree bueno. Es muy común escuchar: “No voy a la iglesia porque allí van los hipócritas”. Porque se creen buenos no entran ni dejan entrar.

Con el salmo responsorial digamos nosotros: “Iré a la casa de mi Padre”. Sabemos cómo acoge El, con amor. Se agacha para recogernos. Hoy hacemos fiesta, y ¡qué fiesta! Se nos da el Cordero de Dios, que quita el pecado. Salgamos de esta misa con la frente en alto, porque la misericordia de Dios es tal que “sobreabundó en nosotros la gracia de nuestro Señor Jesucristo”.

Hagamos, entonces, fiesta.

Hermano Pastor Salvo Beas. 

Párroco de San Miguel.