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EDD. lunes 08 de agosto de 2016

Lunes de la decimonovena semana del tiempo ordinario.
http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=readings&localdate=20160806


Libro de Ezequiel 1,2-5.24-28c.
El día cinco del mes -era el año quinto de la deportación del rey Joaquín-
la palabra del Señor llegó a Ezequiel, hijo del sacerdote Buzí, en el país de los caldeos, a orillas del río Quebar. Allí la mano del Señor descendió sobre él.
Yo miré, y vi un viento huracanado que venía del norte, y una gran nube con un fuego fulgurante y un resplandor en torno de ella; y de adentro, de en medio del fuego, salía una claridad como de electro.
En medio del fuego, vi la figura de cuatro seres vivientes, que por su aspecto parecían hombres.
Yo oí el ruido de sus alas cuando ellos avanzaban: era como el ruido de aguas torrenciales, como la voz del Todopoderoso, como el estruendo de una multitud o de un ejército acampado. Al detenerse, replegaban sus alas.
Y se produjo un estruendo sobre la plataforma que estaba sobre sus cabezas.
Encima de la plataforma que estaba sobre sus cabezas, había algo así como una piedra de zafiro, con figura de trono; y encima de esa especie de trono, en los más alto, una figura con aspecto de hombre.
Entonces vi un fulgor como de electro, algo así como un fuego que lo rodeaba desde lo que parecía ser su cintura para abajo; vi algo así como un fuego y una claridad alrededor de él:
como el aspecto del arco que aparece en las nubes los días de lluvia, así era la claridad que lo rodeaba. Este era el aspecto, la semejanza de la gloria del Señor. Al verla, caí con el rostro en tierra y oí una voz que hablaba.
Salmo 148(147),1-2.11-12.13-14.
¡Aleluya!
Alaben al Señor desde el cielo,
alábenlo en las alturas;
alábenlo, todos sus ángeles,
alábenlo, todos sus ejércitos.
Los reyes de la tierra y todas las naciones,
los príncipes y los gobernantes de la tierra;
los ancianos, los jóvenes y los niños.
alaben el nombre del Señor.
Porque sólo su Nombre es sublime;
su majestad está sobre el cielo y la tierra,
y él exalta la fuerza de su pueblo.
¡A él, la alabanza de todos sus fieles,
y de Israel, el pueblo de sus amigos!
¡Aleluya!
Evangelio según San Mateo 17,22-27.
Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres:
lo matarán y al tercer día resucitará». Y ellos quedaron muy apenados.
Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?».
«Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?».
Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos.
Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti».
Comentario del Evangelio por  San Paciano (¿-c. 390), obispo de Barcelona. Homilía sobre el bautismo, 7.
Liberados por el Hijo del hombre que se entrega a manos de los hombres.
Todos los pueblos, por nuestro Señor Jesucristo, han sido liberados de los poderes que los habían hecho cautivos. Es él, sí, es él quien nos ha rescatado. Tal como lo dice el apóstol Pablo: «Nos perdonó todos nuestros pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas, lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz. Despojándose a sí mismo, arrastró a los poderes del mal en el cortejo de su triunfo» (Col 2,13-15). Libró a los encadenados y rompió nuestros lazos, tal como lo había dicho David: «El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan». Y más aún: «Rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza» (Sl 145, 7-8; 115, 16-17).
Sí, hemos sido liberados de nuestras cadenas, nosotros que hemos sido llamados por el Señor para ser congregados por el sacramento del bautismo…; hemos sido liberados por la sangre de Cristo y por la invocación de su nombre… Así, pues, amados míos, hemos sido lavados por el agua del bautismo de una vez por todas, y de una vez por todas somos acogidos en el Reino inmortal. Una vez por todas «dichosos aquellos que están absueltos de sus culpas, a quienes han sepultado sus pecados» (Sl 31,1; Rm 4,7). Mantened con valentía lo que habéis recibido, conservadlo para vuestra dicha, no pequéis más. Desde ahora guardaos puros e irreprochables para el día del Señor.