EDD. miércoles 27 de Julio de 2016
Miércoles de la decimoséptima semana del tiempo ordinario.
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Libro de Jeremías 15,10.16-21.
¡Qué desgracia, madre mía, que me hayas dado a luz, a mí, un hombre discutido y controvertido por todo el país! Yo no di ni recibí nada prestado, pero todos me maldicen.
Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos.
Yo no me senté a disfrutar en la reunión de los que se divierten; forzado por tu mano, me mantuve apartado, porque tú me habías llenado de indignación.
¿Por qué es incesante mi dolor, por qué mi llaga es incurable, se resiste a sanar? ¿Serás para mí como un arroyo engañoso, de aguas inconstantes?
Por eso, así habla el Señor: Si tú vuelves, yo te haré volver, tú estarás de pie delante de mí; si separas lo precioso de la escoria, tú serás mi portavoz. Ellos se volverán hacia ti, pero tú no te volverás hacia ellos.
Yo te pondré frente a este pueblo como una muralla de bronce inexpugnable. Te combatirán, pero no podrán contra ti, porque yo estoy contigo para salvarte y librarte -oráculo del Señor-.
Yo te libraré de la mano de los malvados y te rescataré del poder de los violentos.
Salmo 59(58),2-3.4-5a.10-11.17.18.
Líbrame de mis enemigos, Dios mío,
defiéndeme de los que se levantan contra mí;
líbrame de los que hacen el mal
y sálvame de los hombres sanguinarios.
Mira cómo me están acechando:
los poderosos se conjuran contra mí;
sin rebeldía ni pecado de mi parte, Señor.
sin culpa mía, se disponen para el ataque.
Yo miro hacia ti, fuerza mía,
porque Dios es mi baluarte;
él vendrá a mi encuentro con su gracia
y me hará ver la derrota de mis enemigos.
Pero yo cantaré tu poder,
y celebraré tu amor de madrugada,
porque tú has sido mi fortaleza
y mi refugio en el peligro.
¡Yo te cantaré, fuerza mía,
porque tú eres mi baluarte,
Dios de misericordia!
Evangelio según San Mateo 13,44-46.
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Comentario del Evangelio por San Máximo el Confesor (c. 580-662), monje y teólogo. Centurias sobre el amor, 4, 69s .
“El Reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo”.
Algunos piensan que ellos no participan de los dones del Santo Espíritu. A causa de su negligencia en obrar conforme a los mandamientos, no saben que quien conserva inalterable su fe en Cristo, tiene en él todos los dones divinos. Cuando por inercia, estamos lejos del amor activo que deberíamos tener para con él, amor que nos muestra los tesoros de Dios escondidos en nosotros, es normal que pensemos que no poseemos los dones divinos.
Si “Cristo permanece en vuestros corazones por la fe” según dice el apóstol Pablo (Ef 3,17), y si “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en él” (Col 2,3), eso significa que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento permanecen escondidos en nuestros corazones. Pero se revelan al corazón según la medida de la purificación de cada uno, purificación que suscitan los mandamientos. Así es el tesoro escondido en el campo de tu corazón y que tú, a causa de tu pereza, no has encontrado todavía. Porque si lo hubieras encontrado lo habrías vendido todo y hubieras comprado ese campo. Pero ahora, has abandonado el campo y el tesoro lo buscas alrededor de él, allí donde no se encuentra más que espinas y abrojos. Es por eso que el Salvador dice: “Dichosos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Lo verán y verán los tesoros que están en ellos mismos, cuando serán purificados por el amor y la templanza. Verán tanto más, cuanto más serán purificados.
Libro de Jeremías 15,10.16-21.
¡Qué desgracia, madre mía, que me hayas dado a luz, a mí, un hombre discutido y controvertido por todo el país! Yo no di ni recibí nada prestado, pero todos me maldicen.
Cuando se presentaban tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo soy llamado con tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos.
Yo no me senté a disfrutar en la reunión de los que se divierten; forzado por tu mano, me mantuve apartado, porque tú me habías llenado de indignación.
¿Por qué es incesante mi dolor, por qué mi llaga es incurable, se resiste a sanar? ¿Serás para mí como un arroyo engañoso, de aguas inconstantes?
Por eso, así habla el Señor: Si tú vuelves, yo te haré volver, tú estarás de pie delante de mí; si separas lo precioso de la escoria, tú serás mi portavoz. Ellos se volverán hacia ti, pero tú no te volverás hacia ellos.
Yo te pondré frente a este pueblo como una muralla de bronce inexpugnable. Te combatirán, pero no podrán contra ti, porque yo estoy contigo para salvarte y librarte -oráculo del Señor-.
Yo te libraré de la mano de los malvados y te rescataré del poder de los violentos.
Salmo 59(58),2-3.4-5a.10-11.17.18.
Líbrame de mis enemigos, Dios mío,
defiéndeme de los que se levantan contra mí;
líbrame de los que hacen el mal
y sálvame de los hombres sanguinarios.
Mira cómo me están acechando:
los poderosos se conjuran contra mí;
sin rebeldía ni pecado de mi parte, Señor.
sin culpa mía, se disponen para el ataque.
Yo miro hacia ti, fuerza mía,
porque Dios es mi baluarte;
él vendrá a mi encuentro con su gracia
y me hará ver la derrota de mis enemigos.
Pero yo cantaré tu poder,
y celebraré tu amor de madrugada,
porque tú has sido mi fortaleza
y mi refugio en el peligro.
¡Yo te cantaré, fuerza mía,
porque tú eres mi baluarte,
Dios de misericordia!
Evangelio según San Mateo 13,44-46.
Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;
y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»
Comentario del Evangelio por San Máximo el Confesor (c. 580-662), monje y teólogo. Centurias sobre el amor, 4, 69s .
“El Reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo”.
Algunos piensan que ellos no participan de los dones del Santo Espíritu. A causa de su negligencia en obrar conforme a los mandamientos, no saben que quien conserva inalterable su fe en Cristo, tiene en él todos los dones divinos. Cuando por inercia, estamos lejos del amor activo que deberíamos tener para con él, amor que nos muestra los tesoros de Dios escondidos en nosotros, es normal que pensemos que no poseemos los dones divinos.
Si “Cristo permanece en vuestros corazones por la fe” según dice el apóstol Pablo (Ef 3,17), y si “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en él” (Col 2,3), eso significa que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento permanecen escondidos en nuestros corazones. Pero se revelan al corazón según la medida de la purificación de cada uno, purificación que suscitan los mandamientos. Así es el tesoro escondido en el campo de tu corazón y que tú, a causa de tu pereza, no has encontrado todavía. Porque si lo hubieras encontrado lo habrías vendido todo y hubieras comprado ese campo. Pero ahora, has abandonado el campo y el tesoro lo buscas alrededor de él, allí donde no se encuentra más que espinas y abrojos. Es por eso que el Salvador dice: “Dichosos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Lo verán y verán los tesoros que están en ellos mismos, cuando serán purificados por el amor y la templanza. Verán tanto más, cuanto más serán purificados.