EDD. martes 29 de marzo de 2016.
Martes de la Octava de Pascua.
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Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,36-41.
El día de Pentecostés, Pedro dijo a los judíos:
«Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías».
Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?».
Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo.
Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar».
Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa.
Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.
Salmo 33(32),4-5.18-19.20.22.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.
Evangelio según San Juan 20,11-18.
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo».
Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!».
Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'».
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
Comentario del Evangelio por San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia. Tratado sobre la virginidad, 17-21 .
“Habéis visto al amor de mi alma.” (Cant 3,3).
¿Por qué lloras? (Jn 20,15) Tú eres la causa de tus lágrimas, tú lloras por ti… Lloras porque no crees en Cristo. ¡Cree y lo verás! Cristo está aquí, nunca falta a los que le buscan. ¿Por qué lloras? No conviene llorar sino creer con una fe despierta y digna de Dios. ¡No pienses en las cosas mortales y no llorarás! ..¿Por qué llorar lo que es causa de alegría para los otros?
“¿A quién buscas?” (Jn 20,15) ¿No ves que Cristo es la fuerza de Dios, que Cristo es la sabiduría de Dios, que Cristo es la santidad, que Cristo es la castidad, que Cristo es la pureza, que Cristo nació de una virgen, que Cristo es del Padre y está junto al Padre y en el Padre? Nacido y no creado, no abandonado, siempre amado, “Dios verdadero de Dios verdadero”. “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.” (Jn 20,13) Te equivocas, mujer. Piensas que Cristo ha sido robado del sepulcro por otros y no resucitado por su propio poder. Nadie puede robar el poder de Dios, nadie puede llevarse la sabiduría de Dios, nadie puede quitar la venerable castidad. Cristo no ha sido robado de la tumba del justo ni de lo íntimo de la virgen, ni del secreto del alma fiel. Incluso si alguien lo quisiera arrebatar de ahí, no podría.
Entonces, el Señor dice: “María, ¡mírame!” En tanto en cuanto no cree es “una mujer”. Cuando empieza a volverse hacia él, es llamada María. Recibe el nombre de aquella que dio a luz a Cristo, porque es el alma que concibe espiritualmente a Cristo. ¡Mírame!, le dice. Quien mira a Cristo se convierte. El que no mira a Cristo va desencaminado. Ella, volviéndose, le ve y dice: “rabboni” que quiere decir maestro. (cf Jn 20,16) Quien mira se vuelve, quien se vuelve se da más cuenta de lo que ve, quien ve progresa. Llama maestro a aquel que creía muerto. Encontró a aquel que tenía por perdido.